Castillo, palacio, alcázar, cada concepto enfoca una época, una visión de la autoridad, un régimen.

Un castillo encaja en el medioevo. Es una unidad cerrada, compacta, desde la cual se controlan dominios agropecuarios, de los que saca su sustento. El palacio tiene un halo renacentista, demostrativo, fastuoso, una representación en el paisaje. Un alcázar es lo más exquisito: se refiere a lo autoritario dentro de lo exótico, a lo oriental.

Palacio de Colón

El caos de la empresa conquistadora, entre la familia del Almirante y la Corona, dejó su impronta sobre la vida de lo que sería Santo Domingo. Desde su levantamiento en la segunda década del siglo XVI, todavía no ha habido acuerdo en torno a definir la gran edificación de Diego Colón. Si al principio debía ser Casa de Gobierno, Palacio, luego de su muerte en 1526 se convirtió en edificación sin gravedad. En 1586, las huestes de Francis Drake le asestaron el último golpe, deviniendo en ruina.

Los viajeros franceses del siglo XVIII comenzaron a llamarle “Palacio de Colón” con ironía. Comprobaban con estos restos la miseria del imperio español. Por el lado hispánico, se rememoraba un pasado, o mejor dicho, se inventaba uno, esplendoroso, aunque breve. La pericia de un Washington Irving en su biografía del Almirante Cristóbal Colón alargó su fama a principios del siglo XIX. Su actual imagen parte de 1957. En ese año concluye el reciclamiento a que la vieja estructura fue sometida desde 1955. Sin contar con ningún criterio histórico ni documental se le encarga la obra al ingeniero español Javier Barroso. El dictador Rafael L. Trujillo Molina había hecho su famoso viaje a España, y en medio de semejante experiencia emergió la idea de “acercarnos más” a España. La ruina se convirtió en Palacio. O en Alcázar.

La foto-postal está datada en 1910. La adquirimos dentro de una serie de cuatro imágenes. Traza la ruta de unos marineros norteamericanos allegados a la capital dominicana, en visita oficial. No pudimos localizar la nave o el contexto, pero aquí vemos a cuatro marineros en el castillo de Colón. Las tres restantes imágenes son en lugares típicos del turismo local: el Parque Colón, la entrada a la Catedral y la Iglesia de las Mercedes. En dos vemos a los marineros: en el Columbus Castle y en la el Parque Colón, es decir, en los dos espacios de la civilidad. Al parecer, los espacios eclesiásticos no eran apropiados para posar.

El ojo del fotógrafo viajero quería captar lo más propio de Santo Domingo, el fundamento de su historia y también la constatación de su decaimiento en su espacio de mayor simbolismo: el castillo de Colón. Escoge la parte trasera, tal vez porque el ángulo le permite jugar más con el cielo, destacando así la construcción. De haberlo hecho en la parte frontal, con seguridad que no hubiese logrado un plano lo suficientemente abarcador.

Y aquí están nuestros cuatro marineros, en una esquina del Castillo y con una palma al fondo, como completando el marco de historia-naturaleza. Como se tiene que lograr el plano más amplio de aquellas ruinas, entonces se integra la choza, como un espacio anexo pero sin principalía. Aún y en penumbras, aparece uno de los motivos menos registrados en la iconografía de aquellos tiempos iniciales del foto reportaje y lo más interesante de esta postal: una señora con su criatura en brazos, dentro de una vivienda improvisada dentro del castillo.

Al inventariar los grabados y fotografías de los alrededores del palacio de Colón producidos desde principios del siglo XIX, es recurrente la presencia de esas construcciones marginales. Ninguna, sin embargo, había estado aderezada a la estructura ni eran visibles sus ocupantes, ni mucho menos había tal representación de la extrema pobreza. Hasta ahora habíamos pensado que la marginalidad en Santo Domingo campeaba por su zona norte, en esa línea que iba desde el leprosorio de San Lázaro hasta la Negreta, en Santa Bárbara. Los alrededores del Castillo también eran pasto de poblaciones pobres, de simples ocupantes, tal vez debido a la cercanía con el puerto y sus posibilidades laborales, como nos lo revelaban grabados y fotografías del siglo XIX.

La choza o el bohío de esa señora al menos tiene una ventana, por lo demás cerrada en el momento de realizar la foto. Tomando en cuenta la distancia de la pared al muro, esa vivienda no debía tener más de cinco u ocho metros de largo. Su techo inclinado revelaba conocimientos en torno al tratamiento de la lluvia. La presencia de algunas matas de plátano da pistas sobre la posible práctica del conuquismo. Sobre las paredes de tabla se han colocado planchas de zinc. Aquí tenemos un buen ejemplo de la construcción marginal a principios del siglo XX.

Cuatro marineros más acompañantes en el Santo Domingo de 1910 significaba uso del tiempo libro, placer, reconocimiento del espacio, inscripción en sus márgenes. Con sus imágenes documentan no sólo su ruta, su tránsito, sino que registran también nuestros grados de desarrollo social. Junto a la alegría de una foto en grupo, también está el otro grupo extremo, la pobreza entre las ruinas, los rostros de los que no tenían derecho a mostrarse, y sin embargo salían, recordándonos que el presente no es más que una línea de muchísimos pasados todavía… presentes.