Ante la cuestión de qué será de la nación dominicana en el año 2050 esbocé una visión personal en ocho tesis y una conclusión en tres artículos precedentes.
Todo surgió a raíz de la invitación recibida con otros profesionales y académicos de parte de Isidoro Santana, ministro de Economía, Planificación y Desarrollo, en el contexto del duodécimo aniversario de esa Institución gubernamental.
Concluía en el último de dichos escritos que el porvenir será más de lo mismo –sin importar aquí su valoración- a menos que advenga algo o alguien inesperado o hagamos algo diferente. La opción de esperar o de contribuir haciendo, por consiguiente, es de cada quien.
Es en ese contexto que, por creencia personal y por deformación profesional, apuesto a la enseñanza para hacer la diferencia. Para muestras un botón que quizás sirva a otros de causa ejemplar.
Formación. Con el emblemático 4% para la educación tomamos la ruta adecuada y posible, aunque no por tanto la vía ideal, pues la asumimos por el extremo equivocado. La educación preuniversitaria, al igual que el aparato productivo post moderno que la requiere y la sufraga, dependen en el país tanto como en el resto del mundo de la educación superior. Ésta se encuentra al final del proceso educativo y, como tal, es fuente no exclusiva pero sí por excelencia de innovación y consecuente generación científica y tecnológica, amén de motivo de otros saberes y disciplinas.
Repito y subrayo. La universidad es, no el sitio exclusivo pero sí el más expedito y privilegiado para conformar las instituciones y a quienes forman maestros y pedagogos, gestionan la estructura productiva, ordenan la vida en sociedad y abonan el futuro con nuevos conceptos y tecnologías. Ese orden y ese abono, dicho sea de paso, modifican el comportamiento, las creencias, los valores, las normas y el sistema axiológico de individuos y sociedades post modernas enteras.
No se trata, por supuesto, de desvestir un santo para vestir otro. Bien por el contrario. Pero sí de reconocer que el orden de los factores en la vida real sí altera el resultado: ejemplo, disparar y luego apuntar. Y el resultado bajo la mirilla del esfuerzo común tiene que ser el único posible, es decir, la total transformación competitiva del presente en un futuro anticipado a nivel del conocimiento.
Puesto que está fuera de dudas que lo que enseñamos a nivel escolar -e incluso en instituciones universitarias solamente profesionalizantes- será irrelevante mucho antes del año 2050, si de verdad llegamos a optar por cambiar de rumbo ante un futuro incierto tenemos que adelantarlo y concebirlo con relativa antelación a su puesta en ejecución.
Solo que, en la ilustrada era del conocimiento actual, las aulas escolares, lejanas herederas de la escuela hostosiana, han dejado de ser cuna de formación y de transformación social.
Dada sus limitaciones, el sistema universitario es la mejor locomotora civilizatoria del tren social dominicano. Por eso me he alargado relativamente hablando en este solo ejemplo de cómo llegar a algo inédito en el presente.
Ni dependencia ni independencia. Ahora bien, se opte por el sistema de formación universitaria al que acabo de referirme o por cualquier otro proceso que sea concebiblemente mejor, lo relevante es que, mientras no se reordene la casa, la actual realidad dominicana desalienta.
Se seguirá avanzando por una calle sin salida si no se ponen los ojos en la ya aludida puerta giratoria de la transculturación, pues los problemas del conocimiento y otros ya no son tribales. Tampoco es asunto tribal la próxima revolución industrial y, mucho menos la transformación de todos los valores más allá del bien y del mal que fuera anunciada a finales de hace siglo y medio en el viejo continente europeo.
En el mundo global lo que existe es interdependiente. Todo y todos requieren de la cooperación: todo de lo ajeno y todos de los demás. Por ende, palabras que denotan realidades tales como dependencia e in-dependencia solo significan lo que esconden: la ineludible “inter-dependencia”.
Justo en dicho mundo, para no solo ser meros receptores del mercado de ideas y productos del exterior, tenemos que abrir espacio a la adaptación y a la investigación. Solo así miraremos al mundo a la cara. No como una tribu abandonada a su suerte en la parcela de una isla más del ancho mar, sino como una Nación cuya población se abre y también da sentido a la inteligencia artificial y a tantos otros valores patrios y transformaciones tecnológicas llamados a transmutarlo todo.
Cara al año 2050, por consiguiente, la opción no es regresar al pasado. No es imitar en suelo dominicano la ilusa frase del Let´s make America great again, o el retorno al zarismo, al templo de Israel y ni siquiera soñar con un ido Río Amarillo enclaustrado en sí mismo.
Más allá de trasnochados nacionalismos, propios o ajenos, el pueblo dominicano tiene en su porvenir la oportunidad y la opción de colaborar en algo mucho mejor a lo que toda la raza humana unida ha conocido y vivido. No uno u otro individuo, sino como todo un pueblo que quiere reafirmarse de manera interdependiente como parte esencial de un nuevo eslabón de esa gran cadena temporal que es el género humano.
Prólogo al mundo dominicano. La opción del emigrante -a la que se recurre en esta isla desde los aciagos tiempos de Hatuey, e incluso ya desde tiempos precolombinos- tienta in pectore a una sensible mayoría de la juventud para la cual la esperanza no tiene asidero entre nosotros.
Falaz conclusión, tan ilusa y ciega como la oscuridad del mundo que está por terminar. Y termina porque todo finaliza para comenzar de nuevo por la misma razón:
Desde el momento en que se puede presagiar qué hay que hacer de modo que suceda, tal y como acabo de preverlo, surge la posibilidad real de interrumpir la inercia y el conservadurismo actual para discernir y decidir de una vez y por todas qué queremos ser.
Verbo infinito ese que en su tiempo todo lo conjuga, de manera que lo que viene mañana, una vez lo concibamos y lo queramos hoy, siempre sea mejor. Y, puesto que soy de los que aún cree que entre otros Goethe se equivoca cuando escribe que al principio estaba la Acción -no el Verbo- he ahí la raíz de mi relativo optimismo.
En resumen, me quedan la certeza y la esperanza de hay que concebir lo que queremos ser, antes de seguir siendo lo que hacemos. Porque de que va a pasar algo, va a pasar.
Recordando aquí al encarcelado Gramsci, “el viejo mundo se muere. El nuevo tarda en aparecer. Y en ese claroscuro surgen los monstruos”.
Por eso mismo llega y debe llegar un mañana en el que los habitantes de esta tierra caribeña enrostren el destino y despierten en medio de otros tantos pueblos libres de la larga noche del mundo. Ese día se reconocerán –entre tantas otras y por fin- en la causa común de la Nación dominicana.
Allende el año 2050 comprenderemos que no ha sido el oro, el azúcar ni las playas nuestro principal recurso, sino la población, con sus virtudes, ideas, ilusiones, ejecutorias, fracasos, logros y bienestar. En ese lejano y todavía utópico entonces los vencedores en esta tierra de las Antillas comenzarán todos a escribir su propia Historia, sin que para ello tengan necesidad de recurrir a que les narren una cosa y acaben viviendo otra.