No estoy seguro cuán familiarizado se esté con la expresión hegeliana sobre “la noche del mundo”. Comienzo recordándola, pues a partir de ella situaré la noche del mundo dominicano.
En pleno vigor juvenil, corriendo el año 1805, Hegel escribió lo siguiente:
“El hombre es esta noche, esta vacía nada, que en su simplicidad lo encierra todo, una riqueza de representaciones sin cuento, de imágenes que no se le ocurren actualmente o que no tiene presentes. Lo que aquí existe es la noche, el interior de la naturaleza, el puro uno mismo, cerrada noche de fantasmagorías: aquí surge de repente una cabeza ensangrentada, allá otra figura blanca, y se esfuman de nuevo. Esta noche es lo percibido cuando se mira al hombre a los ojos, una noche que se hace terrible: a uno le cuelga delante la noche del mundo”).
¿A qué viene a cuento dicha expresión?
Hace ya algunas semanas recibí una llamada telefónica mientras ocupaba el salón de clases en la Pucamaima. Me solicitaba lo imposible a las 8.16 de esa mañanita. La osada voz era la del incumbente del Ministerio de Economía, Planificación y Desarrollo.
Le respondí que sí, por supuesto, aun cuando más rápido que el fulgor de un chispazo comprendí que me solicitaba lo imposible. Cerrar los ojos, como si me encontrara de nuevo en medio de “la noche del mundo” dominicano en la que, al igual que en la europea de Hegel, todo termina y comienza a la vez.
La cita tuvo lugar en el marco de las actividades de conmemoración del decimosegundo aniversario de dicho Ministerio. Huelga decirlo, me honraba la sola invitación y, tanto más, la presencia de los otros panelistas ahí convocados: Arturo Martínez Moya, Magdalena Lizardo, Pavel Isa, Juan Ariel Jiménez y Raúl Hernández, reunidos todos ahí por nuestro moderador, el ministro Isidoro Santana que trazó una raya de Pizarro en la imaginación: más que mirar al pasado e incluso al presente, solicitaba mirar a la República Dominicana en el año 2050.
Antes de adentrarme en lo imprevisible de ese instante temporal, advierto como lo hice en aquella ocasión que no soy futurólogo y tampoco adivino.
No obstante, asumí el desafío de adentrarme en lo desconocido guiado por la siguiente esperanza: que este ensayo crepuscular e imaginario permita vislumbrar el destino hacia el que se enrumba en estos momentos la nave dominicana. Verificaremos así que, después de todo y por oscura que sea dicha noche, lo que viene siempre será mejor.
En este escrito me fijaré por motivos de espacio solamente en dos de las ocho tesis en función de las que vislumbro “la noche del mundo” –dominicano- en 2050. Las restantes seis tesis las expondré en próximas entregas.
Demografía. El año 2050 llega al país con un incremento demográfico estabilizado en una meseta de 14-15 millones de habitantes permanentes en el territorio nacional.
Dicha cifra representa al mismo tiempo el ya paulatino envejecimiento de la población dominicana, la sostenida atracción de inmigrantes hacia el país y una significativa presencia mayoritaria de mujeres salidas de las aulas universitarias y preuniversitaria preparadas –en principio- para copar la mitad si no la mayoría del mercado laboral.
Esa realidad, análoga en más de un aspecto a la del resto del mundo occidental, conduce a esta encrucijada: mantener el ritmo de crecimiento económico alcanzado en los últimos años, pero a base de nuevas tecnologías de producción expuestas desde ahora a la entrada en vigencia de la cuarta revolución industrial, y, por tanto, mediando la disminución de mano de obra inmigrante; o bien por el contrario -y esto es lo más previsible en la actualidad- ralentizar el crecimiento y competitividad de la economía dominicana, mientras se suple la fuerza laboral por medio de la inmigración y se le posterga a la población el disfrute de mejores servicios sociales y la mejoría cualitativa en su bienestar social.
En presencia de una pirámide demográfica invertida, así como de un bono demográfico proporcionado por la inmigración, la convivencia en el país queda expuesta a una creciente desigualdad e inestable y tensa inequidad.
Ideología. El “fin de la historia” (Fukuyama) dominicana, viene de la mano con el ocaso de la ideología tradicional.
Desde la muerte de Trujillo la población dominicana vive retenida por el espejismo de cierta ideología impersonal y no clasista según la cual la correlación positiva entre democracia electoral—crecimiento económico es sinónima del desarrollo de la sociedad como tal.
Dicha correlación arroja sensibles adelantos materiales no obstante que, desde la óptica de las expectativas de la población, no se avanza tanto como lo deseado.
Sencillamente no progresamos de manera sincrónica, incorporando como preocupación y objetivo final la confianza, la lealtad y la solidaridad grupal. Nos cuesta creer en los demás y de todo y de todos queremos sacar provecho.
Además, la pronunciada atención prestada al crecimiento económico, solo superada por el enriquecimiento personal y las manipulaciones electorales y preelectorales, ignoran el bien común tanto como el bienestar de todas y no de una sola región geográfica o una sola de las clases sociales que conforman el conglomerado nacional.
En ese contexto, la población dominicana se reproduce desprovista de una causa o proyecto común y no hace más que bordear su propia desintegración nacional dada la orfandad institucional en la que se coexiste en el país.
Mientras tanto, a la sociedad dominicana le espera el impacto impredecible de lo que acontece en el circundante mundo internacional. Pareciera ser que los mismos que auparon la ideología de la globalización se arrepienten ya de tanto liberalismo por lo que se proponen desmontarla, pasando así -como lo estipula la vieja lógica dialéctica- a ocupar el lugar de sus antiguos adversarios.
Hasta aquí el porvenir del mundo presente que sirve de horizonte al fin de la historia dominicana en el que todo termina y vuelve a comenzar a la vez en el año 2050. Por motivos de espacio, las demás tesis relativas a ese propósito quedan pendientes para un próximo artículo de divulgación.