A propósito del porvenir dominicano abordé en un escrito anterior el tema de “la noche del mundo” dominicano a partir de dos tesis, la demográfica y la del fin de su historia.
Retomo ahora el tema para exponer otras cuatro de las ocho tesis que tuve la oportunidad de presentar en público gracias a la invitación que me hiciera el Ministerio de Economía, Planificación y Desarrollo, en el transcurso de la celebración de un nuevo aniversario de su fundación. Se trató en esa ocasión de airear conjuntamente con un grupo de destacados profesionales y académicos cómo cada uno vislumbraba qué sería de la República Dominicana en el año 2050.
Medio ambiente. La presión demográfica y las prácticas económicas vigentes en todo el territorio isleño aceleran el sensible deterioro de recursos naturales renovables en el lado oriental de la isla.
La riqueza natural del país, proverbial en tiempos coloniales y posteriores, sigue expuesta a un acelerado proceso de agotamiento de su biodiversidad agudizado por el dramático cambio climático que amenaza desde nuestro litoral costero hasta la actividad agrícola, los asentamientos humanos y la subsecuente calidad de vida de la población.
Por el momento, en nuestro territorio isleño, la conciencia ecológica de algunos y las políticas públicas adoptadas o por ser adoptadas de manera sostenible y eficaz se interponen temporalmente entre una roca madre ya descubierta en el lado occidental de la isla y el funesto presagio de su incierto futuro cuando aquel cambio impacte entre otros muchos renglones, desde la sequía de nuestras fuentes de agua, hasta la agricultura, el turismo y la prevención de inesperados desastres naturales.
Economía. La sociedad dominicana, retenida particularmente de la mano de sus personajes más sobresalientes, deja atrás su espíritu empresarial –el de tiempos del contrabando colonial, los conucos tabacaleros del siglo antepasado, la audaz innovación de las pasadas décadas 60, 70 y 80- y pasa a contentarse con el mero disfrute y ostentación de bienes de consumo importados y el uso de artefactos y de tecnologías ajenas a sus fronteras.
En ese contexto se empeña el porvenir del país. Su aparato productivo, -dependiente de carteles empresariales, de relativa inseguridad jurídica y de relaciones personales y trabas burocráticas y estatales-, genera una institucionalidad económica incapaz de incluirlo todo y mucho menos a todos por igual. Tanto en los tiempos superados de la agroindustria azucarera, como en los de última hora de servicios, remesas y minería.
Lo objetivamente previsible continúa siendo el retroceso industrial e incluso la pérdida de mercados agroindustriales.
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En lo que llega la implementación de un modelo de producción alternativo más libre y competitivo, la no interdependencia nacional e internacional, al igual que el endeudamiento improductivo, acaparan un horizonte en el que actualmente solo aparecen fugaces fortunas individuales y brillan los destellos de la economía subterránea e informal.
Poder. El país exhibe igual estructura de poder. Dotada ésta de pocos actores decisivos nada la altera, como si el tiempo no pasara, aunque eventualmente hayan clausurado la publicitada “fábrica de presidentes” prevista a durar según algunos entendidos hasta el año 2044.
Esa estructura la reproducen al amparo de una doble moral o dualidad en los valores según la cual cuando conviene se aplican normas legales o éticas al dedillo y cuando son inconvenientes se desestiman o solo se aplica según convenga
Los cambios de mando y de orientación no se realizan sobre la base de ideas innovadoras, valores comunes, principios morales y normas universales, sino de circunstanciales intereses particulares. Como resultado, se reproducen y permanecen los mismos actores sociales y sus émulos, todos ellos imbuidos de recíproca desconfianza y recelos. Las estrategias nacionales de desarrollo no despegan, ni siquiera bajo el imperio de la ley que apuntaba al año 2030, y la toma de decisiones continúa anclada en relaciones eminentemente personales e incluso a veces familiares.
La justificación del modus operandi consuetudinario en el país se levanta sobre el pedestal del espíritu práctico de cada quien para acceder, manipular y beneficiarse de la toma de decisiones y, por ende, del solo enriquecimiento particular y del auge de su fortuna privada.
A pesar del correr del tiempo termina por develarse así una vaga continuidad histórica de la sociedad dominicana, carente de una racionalidad universal inscrita en normas legales y éticas acogidas e impuestas a todos y a todas por igual.
Civilización. La sociedad dominicana experimenta el “conflicto de civilizaciones” (Huntington) dentro de sus propias fronteras bajo el doble impacto de la inmigración procedente fundamentalmente de Haití y su parcial exposición al mundo occidental de la vanidad.
En el ámbito migratorio, ese conflicto civilizatorio no llega por ahora a una bifurcación de dos etnias y dos lenguas en el mismo territorio, pero sí a una radical reconsideración de la identidad histórica del pueblo dominicano y de su orden institucional.
En cuanto tal, la inmigración -sobre todo haitiana- vuelve a desafiar la capacidad institucional de la sociedad dominicana a la hora de integrar nuevos pobladores a su territorio, tal y como lo hizo exitosamente el siglo pasado con grupos procedentes de Siria, España, Antillas inglesas, Italia, China, Cuba y algunos otros.
De no superarse esa prueba institucional de integración, el batey, como símbolo añejo de reclusión y de exclusión, pasaría a ser el emblema por excelencia de objetables guetos y minorías étnicas en el futuro del país.
Y como contrapeso a dicho símbolo está el ámbito internacional.
En ese escenario, progresamos y crecemos a un ritmo que anualmente sirve de satisfacción y consuelo a los gobernantes y a buena parte de los gobernados. Desde una perspectiva civilizatoria, empero, eso no lo revela todo.
Herederos de la mentalidad hispánica de utilizar lo que otros producen (“los ingleses producen trenes, nosotros los usamos”, decía Unamuno), la población y el país, atraídos como tantos otros por la locomotora del consumo y del “espectáculo” (Vargas Llosa) expone todo el realismo de la sabiduría criolla: nuestra estirada sábana comienza a descubrir ya la verdad y las partes indecorosas del cuerpo social dominicano.
Entre tanto, el país se transforma –sin lugar a dudas- a la vista de todos y sigue creciendo entrecogido por dos tentaciones beligerantes: aquel batey como campamento de trabajo y todos estos productos materiales de entretenimiento masivos.