“El gran desafío de este momento es liberar

nuestra imaginación social.”

José Gabriel Palma

José Gabriel Palma, profesor de las universidades de Cambridge y de Santiago de Chile, acertadamente ha calificado estos tiempos como gramscianos por aquello de que lo que debe morir no muere y lo que debe nacer se resiste a ver la luz.

Después de un 2020 que nos deja incertidumbre pero que a la vez nos propone certezas que algunos querrían ignorar, parece imprescindible iniciar este nuevo año con una reflexión sobre estos momentos entre lo que no acaba de morir y lo que no termina de nacer.

El 2020 es generalmente reconocido como un mal año por la llegada de la desgracia del Covid 19, pero es absolutamente inconveniente cargarle todas las culpas, el no poder juntarnos, ni salir, ni dar clases y tampoco asistir a ellas y etc, etc.

Las respuestas ante el ataque viral, ante la sindemia que padecemos (“la coexistencia durante un periodo y en un lugar de dos o más epidemias que comparten factores sociales, de tal modo que estas se retroalimentan entre sí y acaban interactuando y causando secuelas complejas.”) han sido claramente insuficientes si tomamos en cuenta que tener PCR negativo es sólo un detalle para millones de personas. Y para colmo, recordemos que en el país cargamos del año pasado afirmaciones como aquellas de que el Covid 19 “no es más que una gripe mala” o que el gobierno anterior estaba “celebrando la llegada del virus” entre otras aseveraciones emitidas durante la campaña electoral por personas que ahora ocupan altos cargos y que esperan de la ciudadanía acatamientos a las difusas medidas que se anuncian casi semanalmente. Lo señalo porque ese tipo de hacer política forma parte de lo que tiene que morir.  El virus es inocente de esas conductas y de esa política para la que el fin, no necesariamente bueno, justifica la mentira.  Lo terrible es que ahora, como en el cuento de “Pedrito y el lobo”, el peligro parece no creíble.

Si el Covid 19 hubiese planificado su llegada no pudo elegir mejor momento.  Encontró a los responsables del nacimiento de una nueva humanidad entre agotados y perdidos, o peor aún, disponibles desde hace tiempo para quienes, aun inconscientemente, abrieron todas las condiciones a la sinergia sindémica para que se expandiera. Luego de casi un año de experimentar respuestas por todo el planeta, las autoridades nacionales ya deberían saber que cambiando los horarios del toque de queda los contagios no disminuyen y que estas alteraciones permanentes a la vida de todos y todas terminan restándole credibilidad y eficacia a las medidas y ponen en evidencia lo que tantos pensadores han denunciado: para los gobiernos neoliberales la salud y la vida están por debajo del interés del capital.

Es así como el virus también evidenció los efectos de la privatizaron de la salud, la precarización de la seguridad social, el abandono de la educación pública, se hizo crítica la falta de viviendas y creció como la verdolaga el número de empleos inseguros.  Esos son, sin dudas, algunos de los asuntos que deben morir en este “momento gramsciano”.

Si tratamos de enumerar lo que ocurre como expresión de esas políticas, debemos empezar por lo más escandaloso: los dueños de clínicas privadas pidiendo “prestados” equipos de ventilación a los hospitales del Estado. Claro, eso solo se explica – y lo trataremos más adelante- si sabemos que los altos funcionarios de salud son dueños de algunas de esas clínicas. Vale preguntarse ¿en qué se diferencian los turpenes que hacen ese pedido de los hermanos y cuñados del ex presidente?

La seguridad social, especialmente la modalidad previsional de ahorro obligatorio, se transformó en un sistema indefendible que dejará con pensiones miserables a poblaciones muy vulnerables frente al Covid 19 y frente a todas las enfermedades.

Sobre la educación pública, vale la pena ser un poco más exigentes y pasar a evaluar efectivamente los aprendizajes logrados con las modalidades en ejecución a costos que deben ser muy altos, sin contar con que entregar responsabilidades a los padres (muchas veces ausentes del hogar si todavía tienen trabajo y con escolaridad menor a los beneficiarios de la “educación a distancia”) no hará otra cosa que aumentar la desigualdad.

Fuera de todos los males que provoca, aun sin Covid 19, la falta de viviendas y el hacinamiento han sido establecidos como males sindémicos que impiden que las medidas de confinamiento y aislamiento sean efectivas.

Pero no nos olvidemos de la política pues es en definitiva la que permite, impide o crea nuevas relaciones sociales. Nada mejor para el diagnóstico de las desgracias asociadas a la sindemia que recordar el anuncio hecho hace unas semanas, ¡en plena crisis sanitaria!, por el Ministerio de Educación de la cancelación de 39.000 empleados.   Lo peor es que no vi ni escuché a nadie censurar en serio una medida tan abyecta en tiempos como los que estamos viviendo. Lanzar a la calle a 39.000 trabajadores (sin “contar a las mujeres y a los niños”) es simplemente un acto de inhumanidad que no debería quedar impune.

Y las soluciones, la sanación, solo llegarán cuando liberemos nuestra imaginación social fortalezcamos el sistema de salud pública y no solamente por la emergencia sanitaria actual sino por el derecho permanente a la salud. Habrá soluciones cuando exploremos nuevas formas de asegurar pensiones dignas y justas, de acuerdo con las realidades demográficas y especialmente laborales.

El progresismo y la izquierda tienen también su cuota de responsabilidad por cada muerto, por cada contagiado, pues con sus omisiones han permitido que sobreviva un sistema social condenado a morir y del cual son las nuevas víctimas.

Como nos lo estableció Gramsci, esto se gana o se pierde en el campo de la ideología (¡¡Gracias a Dios!!) y mediante la acción colectiva, social y política.