Este jueves 20 de octubre se cumplen 50 años del retorno de Juan Bosch a la República Dominicana, tras 23 años de exilio. Lo que somos hoy determina en gran medida cómo ese día sea recordado.

Se conoce el discurso de su llegada bajo el título “Hay que matar el miedo”. En él, Bosch desplaza el debate hacia el futuro, sobre qué debe ser la democracia, para qué y para quién va a servir: “matar el miedo de el pueblo a sus opresores, y de los opresores al pueblo”. Esto es, convertir el final de la tiranía en el hecho histórico que hasta ese momento no era: poner las fuerzas sociales en acción.

La forma en que eso se logró consta, al menos, de tres elementos esenciales: 1) un gran dominio de la política como arte y ciencia, alcanzado por exiliados radicados en países como México, Cuba y Venezuela; 2) un profundo conocimiento del pueblo dominicano, porque el exilio permitía lo que estaba prohibido aquí, el procesamiento de información y el encuentro entre luchadores, pero además por la gran cultura de lo dominicano que el liderazgo del PRD poseía; y 3) un profundo convencimiento de que la gran fuerza de cambio se hallaba en romper la estructura social injusta que el trujillato había consolidado.

El legado de Bosch y aquella generación, que hace 50 años llamaron a “matar el miedo”, invita a recordar, y con ello a la inquietud

Lo primero les otorgaba una gran ventaja sobre otros competidores. Lo segundo aportó tanto el vuelo de las grandes ideas como la raíz penetrante en la dominicanidad, comprendiendo a su manera lo que el marxismo llama la “formación social”, aquello autóctono y auténtico en la historia de cada país sin lo cual un proyecto político es forma, pero carece de fondo. Lo tercero le dio el carácter revolucionario:

“Este país es de los dominicanos, no de un grupo de dominicanos” dijo Bosch, quien habló también de “la democracia verdadera; no la de explotados y de los privilegios”.

Con Trujillo se había diluido el marco referencial de las jerarquías sociales y esa podía ser una oportunidad inigualable de que el pueblo se atreviera a ser actor definitivo de su drama histórico.

A principios de este mes se celebró una jornada para reflexionar y discutir ideas sobre lo que significó el aporte de Bosch al proyecto de una nación democrática. En la mesa de testigos históricos, Ivelisse Prats y Narciso Isa Conde testimoniaron su visión de aquella época y del legado que dejó establecido.

Ivelisse Prats definió la llegada de Bosch y los planteamientos que hizo como un “martillo que rompió la cadena del miedo”. Uno de sus recuerdos de aquel período retrata la forma en que Bosch, ya Presidente, apoyó la organización de los maestros y maestras de escuelas públicas en el Distrito Nacional, participando de sus actos, y estimulando a los educadores a jugar el papel concientizador que les correspondía ante la posibilidad de que el pueblo fuera engañado, instrumentalizado y desviado de las transformaciones sociales que el sector conservador quería neutralizar.

Narciso Isa habló del Bosch que como candidato presidencial y luego como Presidente le dio al discurso político la esencia del discurso social. Isa Conde recordó los cuentos, donde el campesino aparece sufriendo, pero, más que eso, sufre porque su dolor es la expresión de una relación de dominio, porque el trabajo explotado del campesinado sirve a alguien que lo denuesta y lo oprime. Afirmó Narciso que una política así, a cinco décadas, sugiere encuentros y coincidencias profundas.

Recordar el 20 de octubre, 50 años después, nos remitirá a una aspiración inalcanzada, que aunque tenga la edad de nuestros abuelos, parece futurista. El proyecto democrático tomó un camino donde el pueblo terminó viviendo una experiencia distinta a la transformación de estructuras injustas; y los Presidentes y gobiernos no privilegiaron los lazos con los actores sociales ni rompieron los esquemas que la sociedad de “gentes de primera, segunda y tercera” impuso de manera cada vez más extrema.

El legado de Bosch y aquella generación, que hace 50 años llamaron a “matar el miedo”, invita a recordar, y con ello a la inquietud.