En 1980 la revolución parecía a la vuelta de la esquina, Kurozawa nos hacía dormir en la Cinemateca, “Another Brick In the Wall” sonaba en la radio, el “Comandante Cero” era la evidencia de que los supermanes tropicales existían y Yaqui y Sonia estaban de a balazo.
Hacia aquella mítica casa de Sonia Silvestre en Naco –o Piantini o quién sabe- nos dirigimos Víctor Víctor, Luis Gallardo, Tommy García y quien suscribe para discutir la propuesta de “Cultura” dentro del “Proyecto Partido Socialista” que estábamos armando. Yaqui Núñez estaba mudado en algún hotel, una muchacha de visita nos hacía oír por primera vez un disco de Bob Marley, “Uprising”, mientras un par de cervezas rebajaban la dureza del calor caribeño.
Recuerdo eso ahora como quien lanza una cuerda entre dos lejanas montañas para que alguien pueda hacer su justo papel de equilibrista.
De 1980 al 2013 han pasado suficientes años como para confirmar la ingenuidad de entonces, los contrastes del ahora. Vitico fue ministro, Tommy es ahora vice-ministro, Luis se quedará tranquilo, feliz y creativo, con su familia, mientras yo estoy cuasi perdido en estas alturas nórdicas. Del “Proyecto Partido Socialista”, diré que se quedó en proyecto y a Dios que siga repartiendo suerte.
En aquella reunión Sonia lanzó una palabra que desde entonces me ha resultado de lo más simpática: la de los “culturosos”, que en esa época era sinónimo de andar en chancletas con un macuto a cuestas, con los textos de Nils Castro o las resoluciones del Foro de Yenán, los encuentros de Fidel con los intelectuales o las discusiones luego interminables sobre si “la poesía es un arma cargada de futuro” o “Hoy mi deber era…”
Los “culturosos” de entonces se fueron diluyendo en programas de todo tipo: programas de radio, de Ong’s, de televisión. Después de su gestión como primer ministro de facto de Cultura Vitico diría que a ese Ministerio “teníamos que crearlo para después cerrarlo”. Al final Vitico volvería a su Calle Hostos, siendo feliz en casi todo lo que hace, y sobretodo: dejando que los otros sean felices. Igual con Sonia Margarita, siempre radiante y con sus baños de alegría.
Estos recuerdos, perdidos en alguna neurona de esas pocas que van quedando, de repente se me desatan por culpa de Noel Nicola y su canción “Por la vida”.
Lo absurdo y sin razón sería
no saber qué hacer
con nuestras alegrías
y apretarlas en la mano
y seguir encerrados con ellas
por la vida
Lo torpe y criminal sería
dar la espalda a los que luchan
cada día
no tenderles nuestras manos
y seguir encerrados con ellas
por la vida
Yo sólo te diré
sobre las cosas de esta hora
cómo es que siente aquí
la inmensa la mayoría
Si somos igual que tú
y tú no puedes ser feliz
de qué nos valen
todas nuestras alegrías
Lo absurdo y sin razón sería
dar la espalda
a los que luchan cada día
no ponerse de su lado
y luchar contigo
por la vida
En tiempos en que dominan las casas como cuevas o nichos o auto-cárceles, cuando participar en redes sociales nos exculpa de encontrar a amigos en las calles –salvo en caso de mortuorios, porque ahí sí nos vemos obligados a juntarnos-, de repente hay canciones que nos pescan en sus tejidos, que nos lanzan como piedras sobre una superficie de agua. “Por la vida” es una de esas canciones. Pienso en las capacidades de sobrevivencia de las ilusiones de entonces –un pequeñito mundo mejor-, en la sensación de que sólo existimos en comunidad y que lo contrario es justamente este nuestro día a día: las calorías, las casa a veinte años de pago, la anomia, ese convertirse en un número más, los egos atiborrándose y la vida afuera. Sí. O “Por la vida”.