« ¿Casado? Soltero, ejerzo sin título», responde Tin Tan en una de sus películas. Así era Germán Genaro Cipriano Gómez Valdés Castillo: dicharachero, alegre, carismático, maestro de la improvisación; un actorazo en toda la extensión de la palabra. Además, con tres matrimonios a cuestas y la leyenda de que nadie ha repartido tanto beso como él en las pantallas del cine mexicano, ‘ejerció’ como si tuviese un doctorado.

¿Existen personas predestinadas? Si así lo fuera, Tin Tan es uno de ellos. Desde el principio, la veleidosa Fortuna lo consintió con sus caricias. En aquel entonces vivía en Ciudad Juárez, donde aprende inglés a la perfección (su oído es excelente), incluso trabajará como guía turístico en California. Habitar la frontera, respirarla, sentirla, lo lleva a identificarse con los ‘pachucos’, esos personajes periféricos que se debatían entre dos culturas. Su influencia se advierte tanto en el habla como en el vestuario: saco de solapas gigantes, pantalón holgado, reloj de cadena y sombrero de ala ancha, adornado con una pluma. Andando en esos menesteres, era previsible que se negara a estudiar. Ante tal situación, su padre, un agente aduanal, lo puso rapidito a trabajar donde un amigo, que era dueño de la radiodifusora XEJ.

Un día, mientras reparaba un micrófono, empezó a imitar a Agustín Lara, nadie se percata de que el dichoso aparato está « abierto» por lo que sus chistes vuelan a través de las ondas hertzianas. Muchos ríen, entre ellos, el propietario que le dará un pequeño programa (llamado El barco de la ilusión) a quien todavía no es Tin Tan. Otro cariñito de la diosa Fortuna ocurrió poco después, cuando Paco Miller llega con su caravana artística a Ciudad Juárez y uno de sus comediantes huye pa’l otro lado. Adivinen quién ocupará su lugar…

¿Cuál es la película qué más te gusta de Tin Tan?, solemos preguntar. Difícil, pues filmó tantas como los años que habría cumplido el diecinueve de septiembre último (como unas cien). La mayoría de sus títulos parodian historias clásicas: El bello durmiente, Simbad el mareado, El ceniciento, Rebelde sin casa o La marca del zorrillo. Me quedo con « El rey del barrio » (1949, Gilberto Martínez Solares), una especie de Robin Hood a la mexicana, donde el protagonista es, en apariencia, un humilde ferrocarrilero que ayuda a sus vecinos a luchar contra las penurias cotidianas. Sin embargo, realmente es el líder de una banda de maleantes. Disfrazándose de músico italiano, de pintor francés o de cantaor de flamenco (soy el niño de pecho pero cobro como gente grande, alega en una escena) tratara de robar a millonarias despistadas.

Como he mencionado, era un actor con talento de sobra, lo mismo bailaba con la Tongolele, que imitaba a Pedro Vargas o cantaba a dúo con su carnal: « Esta canción se refiera a un habitante de la calva de Marcelo…el piojito se llamaba Chupasangre y era el galán, joven del barrio el Cabezón, era muy guapo y además era muy alto, con las piojitas se traía un vacilón».

Su comicidad pasaba por sus gestos, por su habla salpicada de palabras en inglés (lo que hoy conocemos como spanglish) por la forma de bailar, inspirada en el rock and roll, en todo esto, Germán fue un pionero, afirman sus críticos. No en balde la gente sigue divirtiéndose con sus películas, inmunes al paso del tiempo: «Y quién dice que no te quiero, lo que pasa es que no me convienes para mi futuro », explica coquetamente en una de ellas.

Tin Tan aprovecha la época del Cine de Oro pues es uno de los artistas mejor pagados; los directores se pelean por tenerlo, saben que es un imán infalible para la taquilla. Así como es generoso en « El rey del barrio», también lo es fuera de la pantalla. La gente lo esperaba a la salida de los teatros: «Don Germán debo dos meses de renta…» y él repartía dinero como si nada. Adoraba el lujo y la buena vida, cada año estrenaba un Cadillac; muy acorde con el lema del presidente Miguel Alemán, que no sin cinismo afirmaba que quería puros y Cadillacs  (y entrada para los toros) para todos los mexicanos. Claro, entre ambos personajes hay un abismo, al político le apodaban el ‘Ratón Miguelito’ (parodiando a Mickey Mouse) por sus mañas de apropiarse de lo ajeno.

También la música de Tin Tan continúa presente. Hace no mucho, varios grupos (Café Tacuba, Jaguares, Botellita de Jerez) retomaron sus canciones en un disco homenaje, cuyo éxito, obviamente, no se hizo esperar y, quién no se acuerda del simpático de Baloo, el oso de «El libro de la selva» o del gato O’Malley de «Los Aristogatos» cuyas voces fueron otra prueba del talento de don Germán.

Su ocaso fue triste, doloroso. A fines de los sesenta una hepatitis lo hizo engordar, mermando además de su salud, su carrera cinematográfica, puesto que se vio obligado a interpretar personajes menores. No olvidemos un par de detalles: los muchos hijos que de él dependían, sus millones que ya no estaban y la decadencia que se apodera del cine mexicano. La hepatitis se le complicó, devino en cáncer de estómago y muere en 1973 .Ni siquiera había cumplido los sesenta años.

El pasado diecinueve de septiembre Tin Tan hubiera apagado 101 velitas. Si preguntáramos a 10 mexicanos quiénes son sus tres mayores ídolos, 11 lo mencionarían. En «La marca del zorrillo» se queja de sus torturadores: «No me estiren que no soy presupuesto», hoy podemos asegurar que su recuerdo y su gracia siguen elásticamente vigentes.