Sin dudas el machismo es una de las actitudes más estúpidas del ser humano y desdice de la sapiencia del hombre o la mujer que actúa  bajo su influencia.  Tan machista es el comportamiento de la mujer que entiende natural ser sumisa ante el hombre, como  la conducta del macho convencido de su superioridad y dominio predeterminado.  Por ser una de las más ubicuas retrancas al progreso de la humanidad, es preciso intensificar esfuerzos por combatir el machismo heredado de la caverna en todas sus manifestaciones.

Las generaciones criadas en sociedades patriarcales difícilmente podremos pensar y sentir siempre sin sesgo machista, pero debemos al menos evitar traducir esos impulsos en palabras, gestos y acciones que provocan profundo sufrimiento a las víctimas de tal agravio, y además modelan la conducta de la juventud. Sobre todo tenemos la responsabilidad de evitar transmitir esa lacra a nuestra prole, rompiendo el círculo vicioso que reproduce la desigualdad y violencia de género.

El primer y principal escenario para combatir la falocracia es el hogar. Los primeros combatientes en la lucha contra el machismo han de ser las parejas,  cultivando  relaciones interpersonales de equidad hasta en detalles como la distribución de deberes y responsabilidades cotidianas en la familia.  Hay que borrar eso de que “esas son cosas de mujeres”,  refiriéndonos a fregar, trapear  y planchar, pues solo la menstruación y el parto son cosas de mujeres, y cuidado. Atribuir como propio de mujeres las actividades que nos disgustan es el supremo acto de machismo. De ahí es un paso saltar a la conclusión de que las mujeres existen para satisfacer nuestros apetitos, y aunque parezca una exageración, en algunos casos esa mala semilla germina en violencia de género, y en su estúpido extremo, el feminicidio.  O repetir la falsedad de que “los hombres no lloran”, cuando todos sabemos que la persona incapaz de llorar padece algún tipo de temible trastorno emocional. Criar a los varones para la agresividad exagerada y las niñas para la sumisión pasiva no tiene justificación, sobre todo no en pleno siglo XXI.

Debemos permanecer atentos a toda manifestación de machismo en nuestras vidas y reaccionar decididamente para corregir cualquier desliz, si queremos progresar en la erradicación de ese ancestral lastre. En palabras de un joven colombiano de 16 años a la BBC:

"Lo más importante es identificar el machismo cuando sucede y tratar de frenarlo. Cuando uno calla se va normalizando y expandiendo."

Porque callar para él no es una opción y su principal arma es la narrativa, Avelino Stanley ha dedicado su más reciente aporte literario, como una urgencia del alma, a delatar los estragos causados por la violencia machista, y más importante aún, a guiarnos en busca de nuevas formas de combatir el machismo en la familia, la escuela y la comunidad inmediata. “El caso número cien” es  una novela didáctica que, según el texto de  la contraportada del libro,  “pretende ayudar a la creación de conciencia sobre la reorientación que le urge a la sociedad para combatir el flagelo que genera la violencia contra las mujeres, violencia de género y la violencia intrafamiliar”.  Es una obra multifacética que hace mucho más que reflejar “el drama de los feminicidios y la tragedia que esto trae a las niñas y los niños que por esa razón son forzados a la orfandad”, al proveer abundantes recursos para combatir el machismo, la violencia de género y el feminicidio, medios útiles para la familia, la comunidad, los educadores y orientadores. Estos recursos didácticos, reunidos de diversas fuentes confiables por el novelista-educador,  van desde extractos de tratados internacionales a gráficas como el “Violentómetro”, y hasta la hermosa canción, “Mis derechos de mujer”,  con letra de Auxiliadora Cárdenas, con todo y enlace a YouTube.  El resultado es un feliz y oportuno cruce entre novela didáctica y práctico manual de procedimientos, o sea un manual didáctico novelado para la lucha contra la cultura del machismo y el fomento de la equidad de género.

En una sociedad que centra su atención en el fenómeno de las “chapiadoras” y los chapeados, Avelino Stanley hace un invaluable aporte al combate del machismo y la violencia de género con su obra, “El caso número cien”,  al demostrar cómo una comunidad puede cambiar esa maldita cultura que nos domina desde tiempos ancestrales. No esperábamos menos del socialmente comprometido autor de “Tiempo muerto”.  Y sobre todo, porque correctamente concluye la novela con la convicción esperanzadora de que mediante la educación podemos cambiar la ancestral cultura machista, expresada enérgicamente como última palabra por la dirigente vecinal, Lala Pérez:

“Ese mal podrá estar muy arraigado en la sociedad, pero entre todos unidos lo podemos vencer. De eso estoy totalmente segura.”

“El caso número cien” debe ser lectura prioritaria de todos, y sobre todo de nuestros educadores y orientadores en todos los niveles de la enseñanza, para que sirvan de multiplicadores de su esperanzador mensaje y sus 101 prácticas formas de combatir el machismo y la violencia de género en la cotidianidad.