Un día como hoy, 26 de enero de 2010, fue proclamada la nueva Constitución del 2010. Tras décadas de exigencias políticas y jurídicas, de la necesidad de un nuevo pacto institucional político, ante las deficiencias institucionales y político culturales, enhorabuena, presenciamos un hito en la historia constitucional dominicana. Un nuevo constitucionalismo, es decir, una nueva forma de pensar y vivir la Constitución.

Podemos examinar otros antecedentes, pero, el clamor por una Constitución profunda y adecuada viene desde el deseo de una constituyente después de la implementación del Acta Institucional, la crisis de 1994, más los llamados de Juan Manuel Pellerano Gómez, Milton Ray Guevara y Rosina de la Cruz Alvarado (entre otros y otras), de propugnar por un nuevo modelo público. Pero, más que esto, se trata de un nuevo pacto, que no solo nos obligaría asumir un nuevo compromiso a favor de la institucionalidad, pero, también a favor de la cultura política. La cultura política requiere de una democracia fuerte, un republicanismo activo y una tutela efectiva de los derechos fundamentales, para una sociedad más justa. La justicia, como decía John Rawls, es la máxima virtud de las sociedades bien ordenadas, es decir, de las democracias constitucionales.

A pesar de las sombras y algunas deficiencias que rodearon la confección y proclamación de la Constitución, las luces fueron más fuertes. Muchas personas criticaron los llamados de “esa no es mi Constitución”, otras criticaron a los que abrazaron la Constitución, pero, ambos bandos ganaron, porque para bien o para mal, esta nueva estructura institucional nos otorgó un nuevo lenguaje político que hasta la fecha se mantiene. Somos capaces de criticar la falta de transparencia, la falta de institucionalidad, de criticar los intentos de violar derechos por parte del Estado y de personas privadas. Hemos asumido un lenguaje que, a pesar de que a veces estemos en la parte más oscura de la noche, encontramos un amanecer para despertar.

Contrario a décadas anteriores, donde gran parte de las discusiones no partían ni llegaban a la Constitución, siendo esta un instrumento de “élite”, ahora más personas pueden hablar en este lenguaje, en el lenguaje de la Constitución. Cuando antes no había un poder jurisdiccional fuerte, ahora tenemos un Tribunal Constitucional que hace un esfuerzo extraordinario en hacer valer la Constitución y un Tribunal Superior Electoral que continúa escribiendo su propia historia y cargado de muchos retos. Por otra parte, tenemos un Poder Judicial institucionalmente más preparado, que nos hace ver lo rezagado que el Ejecutivo y el Congreso lo han tenido durante tanto tiempo sin otorgarle lo que presupuestariamente le corresponde para fortalecer la administración de justicia.

No es que la nueva organización del Estado esté libre de crítica, podemos criticar fuertemente al Tribunal Constitucional, al Poder Judicial y al Tribunal Superior Electoral por decisiones que desaprobamos o que consideramos injustas, o que realizaron una errónea interpretación del derecho. Pero, hablar en Constitución significa poder realizar estas críticas para la mejoría del sistema, para que los jueces que estén, y los que estén por venir, puedan escuchar y reflexionar. Además, contrario a lo que sucedía en regímenes anteriores al 2010, los poderes públicos escuchan más, aunque a veces no nos entienden.

La Constitución con su amplia carta de derechos nos deja claro algo que las constituciones anteriores y los poderes políticos previo al 2010 no tenían del todo claro: nosotros, las personas, valemos. Que el Estado se fundamenta en la protección de la dignidad de la persona, significa que somos  y debemos ser el centro de toda política pública y social. No por ello el empoderamiento de abajo hacia arriba es importante,  los “políticos” no son los únicos que se disputan la política, también nosotros, ciudadanos o no, les disputamos la democracia. La Constitución nos da ese lenguaje y nos otorga esa posibilidad.

Ahora bien, esto no quiere decir que la Constitución es de color de rosa. La Constitución tiene muchas fallas que deben ser analizadas pronto, sobre todo para fortalecer el poder político y dignatario de nosotros, las personas. Siempre reacciono con mucha sospecha ante la frase de un constitucionalista español de que la Constitución dominicana es la más avanzada de América. Debemos tener cuidado con esto, ya que la Constitución es un documento que está sujeto a constante cambio: el día que digamos que hemos llegado a dónde teníamos que llegar con la Constitución, es un día triste.

¿Por qué esto? La Constitución, al igual que las personas, somos proyectos inacabamos que estamos en constante cambios, no solo hablo de reforma constitucional, también en constante interpretación y re-interpretación. La historia dominicana refleja esto, al igual que la historia de otros países. Toda Constitución en una democracia republicana es la lucha constante para mayor libertad y mayor igualdad, así la lucha contra aquellos que desean restringir la libertad e igualdad de otros, que se dicen ser defensores de la Constitución, pero, desean destruirla tan pronto lleguen al poder.

La Constitución de 2010 tuvo una corta vida tras la reforma de 2015. Pero, su impacto fue tan significativo que en la reforma constitucional del 2015 se reafirmó casi todo su contenido. El impacto de la Constitución de 2010 es el mismo que nos motivó a recuperar nuestro valor del voto cuando se quiso implementar la medida anti-democrática del arrastre, la misma conciencia constitucional que nos coloca frente a frente contra la censura previa que se intenta gestar en el Congreso, la misma que despierta nuestra conciencia feminista contra la violencia de género y la discriminación, la misma que nos llama a luchar por la justicia social, la protección de los derechos, la lucha contra el odio y la misma que nos llama a proteger nuestra Constitución plural contra su monopolización por una moral o teología única.

Hace diez años volteamos la “isla al revés” de Balaguer a su posición regular, ahora falta hacer los ajustes para fortalecernos y hacer entender a aquellos que viven en una nostalgia constante y de imposición moral, que sin libertad no hay país y sin igualdad no habrá cohesión social. Todos y todas tenemos formas distintas de llegar a este fin, con ideologías contrapuestas, pero, con un mismo fin. Parte de la tarea pendiente de nuestra cultura política constitucional es construir los puentes y reparar aquellos que la clase política no se digna en reparar, que no se digna a reconocer que no se trata de ellos como clase, sino que se trata de nosotros y de aquellos que tienen menos.

Tuvimos que esperar 166 años para llegar a donde llegamos en el 2010, no fue perfecto, pero, fue lo que se tuvo en el momento y poco a poco vemos los frutos; queda mucho camino por recorrer y más de un siglo que recuperar. Sé que es difícil, pero, como dijo una vez Martin Luther King, “el arco de la justicia moral es largo, pero, se dobla hacia la justicia”, mientras no olvidemos esto, estaremos bien y saldremos adelante. Ya Duarte, Sánchez, Mella y Luperón, jugaron su rol en su momento, por el cual estaremos eternamente agradecido; pero, ahora es nuestro momento, el pasado es pasado, el presente y el futuro, son “aún”, y nos pertenece.