Brasilia, 30 ago (EFE).- La probable destitución de la presidenta Dilma Rousseff supondría también la expulsión del poder del Partido de los Trabajadores (PT), que tras trece años al frente de Brasil deja un importante legado de avances sociales manchado por mucha corrupción.
El posible desalojo de Rousseff, que debate hoy el Senado, pondría fin a lo que muchos han considerado como la más importante experiencia de la izquierda democrática en América Latina tras el sangriento golpe de Estado que, en 1973, acabó con la vida y el Gobierno de Salvador Allende y con la "vía chilena al socialismo" y la "revolución de la empanada y el vino".
Programas de combate al hambre y la miseria, planes de inclusión educativa, de apoyo a la agricultura familiar y otros que sacaron de la pobreza extrema a millones de brasileños conforman un legado que hasta los más férreos opositores del PT reconocen y que la ONU ha recomendado como modelo para todo el mundo en desarrollo.
Sin embargo, hasta en las propias filas del partido se admite en voz baja que ese progreso en lo social fue manchado por numerosos asuntos de corrupción que salpicaron al partido desde que llegó al poder con su fundador, Luiz Inácio Lula da Silva, en 2003.
El primero fue en 2005, cuando en pleno primer mandato de Lula, estalló un escándalo de sobornos parlamentarios, pero ninguno superó el desatado en 2014, con Rousseff en campaña para su reelección, en la estatal Petrobras.
Aunque ese asunto afecta a decenas de partidos, el más implicado es el PT, que en parte ha pagado el precio de esas corruptelas con el proceso de destitución de Rousseff.
Fundado bajo orientación marxista, el PT nació en 1980 con la meta, establecida en sus estatutos, de construir "el socialismo democrático".
También propuso "luchar" por "democracia, pluralidad, solidaridad y transformaciones políticas, sociales, institucionales, económicas, jurídicas y culturales para eliminar la explotación, la dominación, la opresión, la desigualdad, la injusticia y la miseria".
De origen netamente obrero, surgió en el cinturón industrial de Sao Paulo al calor de las luchas sindicales contra la dictadura instaurada en 1964, y se definió como "adversario" de "banqueros", "latifundistas" y "multinacionales".
Junto a sindicalistas de orientación trostkista, como el dirigente Luiz Inácio Lula da Silva, el PT abrigó al comienzo a católicos de base, sacerdotes de la Teología de la Liberación e intelectuales marxistas opuestos a la hegemonía que la Unión Soviética ejercía sobre la izquierda mundial.
El "partido sin patrones" comenzó a expurgarse en 1989, cuando postuló por primera vez a Lula para la presidencia.
Se suavizaron sus estatutos, un año después fue expulsada la facción trostkista Causa Obrera y el partido comenzó su camino hacia el "socialismo light" que finalmente llevó a Lula al poder en 2003.
En 2005, con los primeros escándalos de corrupción de la gestión de Lula, el PT se acercó a formaciones de centro y derecha a las que llevó a una coalición de Gobierno luego heredada por Rousseff, que finalmente se ha atomizado y ha apoyado el proceso que puede acabar en las próximas horas con la destitución de la mandataria.
Un juicio político frente al que la militancia del PT entonó la frase "no habrá golpe, habrá lucha", que si resonó con fuerza en las fases iniciales del proceso, se fue desgastando como el propio partido.
En las primeras marchas en favor de Rousseff y "contra el golpe" participaron cientos de miles de personas, pero a medida que avanzó el juicio y se percibió el inevitable derrumbe de la mandataria y el PT, las calles se fueron vaciando y el coro dejó de escucharse.
El propio PT admitió casi de hecho lo inexorable del proceso, al punto de que en las últimas semanas también se fue desmarcando de la mandataria para concentrarse en la preparación de las elecciones municipales de octubre próximo.
Si mañana se confirma la destitución de Rousseff, serán los primeros comicios que el PT enfrentará fuera del poder desde enero de 2003 y una prueba de fuego para su futuro, que para muchos analistas presenta serias amenazas de una nueva ruptura por la izquierda. EFE