REDACCIÓN INTERNACIONAL.-El periodista Luis Costas Pinto expone una cara olvidada o poco conocida del gran propagandista político Joao Santana, el "hacedor de presidentes", su notable ejercicio de periodista.

Como reportero, Joao Santana fue fundamental para poner en primera plana los escándalos que llevaron al entonces presidente Fernando Collor de Melo a un juicio político que le sacaría de la presidencia de Brasil en 1992.

A continuación el texto de Costas Pinto, publicado en Poder360

 

Joao Santana y Mónica Moura tienen que ser exorcizados del mercadeo político

La pareja delata a sus socios como si estuvieran fuera del caso; los publicistas deben considerarlos malos ejemplos y las campañas políticas deben confrontar proyectos de país

João Santana, periodista forjado en la ciudad de Salvador de los años 70, músico y cronista diletante, autor de una novela temprana, fue un profesional envidiado por sus colegas.En el auge de la carrera en redacción ayudó en el desenlace del proceso de impeachment de Fernando Collor de Mello al conducir con profesionalismo el proceso de recuento y publicación del testimonio clave de Eriberto França, el chofer presidencial que acortó el camino de la CPI* del PC a las pruebas responsables depurgar al ex presidente en 1992.

Mónica Moura, una productora aplicada, nunca tuvo el destaque profesional ni el desempeño de Santana. Conocida por ser "pé de boi” (“pie de buey”, trabajador incansable) en una función en que errores triviales provocaron retrasos irrecuperables −los bastidores de sets de filmación publicitaria− se destacó como diseñadora eficaz de planillas de entrega de trabajos y de recepción de clientes.

João y Mónica se conocieron hace poco más de 15 años. Intereses profesionales, la avidez por el  trabajo y un cierto aire aburrido en relación con el mundo, los unió. La complicidad y una irrefrenable e irreprimible voluntad de dar pasos más largos que sus piernas y de querer disfrutar de la vida adoptada en un gran estilo que el destino parecía haberles negado, sellaron la sociedad biográfica de ambos. Ahora se ven en el epicentro del incontrolable incendio político que consume el país desde hace poco más de dos años.

Una reminiscencia oscura de Santana en el prólogo del libro de su vida (no escrito) necesita ser aclarada urgentemente por los Torquemadas de Curitiba. Tuvo lugar en Argentina, en 2001, cuando Fernando De La Rúa abdicó de la Presidencia y hubo un vacío de poder en la Casa Rosada. Eduardo Duhalde, que terminaría electo presidente argentino y tuvo un papel capital en la pacificación porteña, llamó al brasileño para estructurar su breve campaña. João Santana cobró bien, y en dólares. Es necesario recordar que el fin de la paridad peso-dólar fue el estopín de aquella crisis argentina.

Cuenta la leyenda que Duhalde le había pagado a Santana en especie, en la moneda estadounidense, y la señal para el inicio del trabajo formal de marketing político sólo se habría dado cuando el coche blindado que llevaba la ganancia de Buenos Aires cruzara la frontera brasileña en Uruguaiana

El caso de los dólares argentinos de 2001 fue narrado por el propio Santana algunas veces, en tono fanfarrón, cuando las conversaciones de mesa de bar alcanzaban elevados octanajes alcohólicos. La escuché en dos momentos: Una en un restaurante en Aracaju;otra, en la terraza de una casa en Brasilia.Este pasado oscuro viene al caso en este momento porque no es el coche el que lleva los bueyes: Santana y Moura emergieron en los vídeos de las delaciones premiadas como profesionales puritanos pervertidos por un engranaje puesto a funcionar por Lula, Dilma y el PT.

Los fiscales y el juez deben determinar si eran realmente puritanos, y si pueden, de hecho, culpar al PT de la perversión.

Mónica Moura, con bromas mal ubicadas, el chicle viejo masticado indefinidamente y el ansia incomprensible de sonar perversa ante los nuevos amigos cultivados en la capital paranaense −la platea de operadores del Derecho que cosecha las delaciones− surgió para el vasto Brasil que no la conocía como dueña de un cinismo pérfido. Tomando por verdad todo lo que pueda haber dicho, ¿cómo escuchar ahora impasible la confesión de los pecados sin que le brote alguna señal de sentimiento de culpa? Es doloroso oír la voz irónica de Mónica Moura en esos videos dando testimonio e incorporando al personaje desvirtuado por un sistema.

Se sabe que ella zapateó de alegría ante muchos que se rehusaron a pagar el costo pagado por ellos porque aceptaban pagarlo −o de la ilegalidad y la desfachatez hacia la formación política− a fin de realizar trabajos que tenían el mismo propósito y llegarían al mismo resultado, aunque otros profesionales no usaran los mismos medios de la pareja baiana.

João Santana fue uno de los próceres en el proceso acelerado de desvirtuar las campañas políticas. La genialidad que le fue concedida como don divino, ejercida de forma magistral en 2010 y en 2014, fue echada a andar al servicio de un engranaje casero de facilitación de negocios. En el epílogo de esta trama, descubrimos que no contribuyó ni en forma ni en contenido a la ampliación del debate político.

Mónica Moura, la mujer de arrogancia revelada en muchos episodios previos a la delación, parece haber agotado del marido la capacidad profesional innegable de él: la de conducir una campaña electoral enfocada en el proyecto, y no en sensaciones epiteliales. Así fue en la Argentina de Duhalde, y la receta exitosa emigró al Brasil de 2006. Cuando la campaña tiene un norte afincado en ideas, el proyecto de futuro se explaya hacia adelante y la gobernabilidad viene de manera. Cuando el mercadeo se impone a las ideas, venciéndolas, se da el desastre. Somos testigos del desastre.

João Santana y Mónica Moura tienen que pasar a ser recordados, a partir de ahora, por aquello en lo que se convirtieron: delatores fríos y cínicos de un sistema que ellos mismos ayudaron a construir y consolidar en la forma. João, más que eso, es el autor original de un recetario de marketing político responsable de revocar la política y cambiar proyectos por mentiras. Es triste verlos así.

Pero fue muy duro oírles confesar crímenes, traicionar amigos, entregar compañeros y distanciarse de sus propias obras como si no tuvieran nada que ver con ellas. João y Mónica se convirtieron en fantasmas que el marketing político y los profesionales de las campañas tendrán que exorcizar ya, desde este mismo momento, por el deber del oficio y amor a la causa: el legítimo enfrentamiento de ideas y de proyectos de país.

*CPI: Comisión Parlamentaria de Investigación