Lima, Perú (EFE/Álvaro Mellizo).- El Gobierno de Pedro Pablo Kuczynski en Perú murió tras una larga agonía de varios meses enzarzado en una lucha contra sus enemigos en el Congreso, la creciente e imparable infección en la confianza pública causada por la corrupción de Odebrecht y las torpezas políticas propias y de sus aliados.
Kuczynski fue elegido presidente en junio de 2016 con una victoria muy ajustada en la segunda vuelta electoral sobre Keiko Fujimori, cuyo partido Fuerza Popular (FP) sí obtuvo una mayoría aplastante en el Congreso.
La pelea con Keiko y los suyos, que tardaron en digerir la derrota, fue dura y despiadada desde el inicio, con un Congreso peruano dirigido a su antojo por los fujimoristas y que apenas dio margen de maniobra al mandatario.
Antes de seis meses, los fujimoristas ya habían censurado a un ministro sin mayor motivo evidente que poner en relieve la debilidad del mandatario.
Kuczynski criticó y denunció estas prácticas, pero tuvieron que caer otros cuatro ministros y un gabinete completo antes de que lanzara la amenaza de disolver la cámara, un retraso que desgastó mucho su imagen y que, según algunos críticos, permitió que se fuera debilitando políticamente.
Odebrecht publicó que pagó cientos de miles de dólares a la consultora Westfield Capital, propiedad de Kuczynski, cuando este era ministro de Economía, lo que dibujaba a un presidente que se había lucrado enormemente de una empresa privada cuando era un alto funcionario público
Fue en este período en el que el mandatario optó por aproximarse a Kenji Fujimori, diputado díscolo de FP, enfrentado con su hermana Keiko y más próximo a su padre, el expresidente Alberto Fujimori (1990-2000), condenado a 25 años de prisión por delitos de lesa humanidad, como una forma tanto de ganar apoyos como de fomentar el desgaste de sus rivales.
Poco a poco, Kuczynski fue tanteando públicamente la posibilidad de indultar al mandatario mientras Kenji hablaba de la necesidad de "dejar gobernar", una aproximación que incomodó igualmente al núcleo duro de FP como a los votantes de izquierda que auparon al mandatario a la Presidencia precisamente por su promesa de no indultar al expresidente encarcelado.
Y mientras se daban estas luchas, apareció realmente el monstruo en el armario de Kuczynski: las confesiones de Odebrecht y los sobornos que ésta empresa entregó a diestro y siniestro durante años a prácticamente todos los partidos políticos del país.
En un principio las acusaciones contra Kuczynski eran débiles, tangenciales y antiguas, vinculadas a su época como ministro del expresidente Alejandro Toledo (2001-2006).
Esas acusaciones fueron creciendo mientras el presidente se atropellaba con sus respuestas, pasando de decir que nunca tuvo relaciones con Odebrecht a decir que no recordaba, lo que hizo oler la sangre a sus rivales y la sospecha entre la ciudadanía.
Y en este contexto llegaron las revelaciones que detonaron un primer pedido de vacancia el pasado mes de diciembre.
Odebrecht publicó que pagó cientos de miles de dólares a la consultora Westfield Capital, propiedad de Kuczynski, cuando este era ministro de Economía, lo que dibujaba a un presidente que se había lucrado enormemente de una empresa privada cuando era un alto funcionario público.
En el proceso de destitución en diciembre, el presidente se aproximó a Kenji Fujimori y logró su apoyo y la defección de sus seguidores de FP, para furia del núcleo duro de ese partido.
A cambio, pese a que Kuczynski no lo reconoció nunca como tal, el mandatario tuvo que indultar a Fujimori, y así se ganó la enemistad de los grupos izquierdistas que lo habían apoyado en la elección presidencial.
Así, fueron estos grupos los que prosiguieron con los intentos para destituirlo y aprovecharon la publicación de un informe, poco esclarecedor sobre actos de corrupción pero que hacía cuenta de las transferencias millonarias del mandatario, para presionar con otro pedido de destitución.
Ese segundo intento no parecía que tuviera mucho futuro, hasta que entraron en juego los nuevos aliados vinculados a Kenji Fujimori.
En una maniobra muy torpe y que hizo recordar a todo el país las prácticas de corrupción del régimen de Alberto Fujimori, estos legisladores de estirpe fujimorista y algún que otro ministro fueron grabados intentando comprar la voluntad de otros legisladores.
Los "Kenjivideos" pusieron el último clavo del ataúd de la Presidencia y generaron una revulsión absoluta entre los escasos aliados que tenía.
Antes de afrontar una destitución humillante, Kuczynski dimitió.
Ahora le quedará ver cómo prosiguen las investigaciones fiscales en su contra por el caso Odebrecht, que en última instancia fue el veneno que mató su Presidencia más de diez años después de, supuestamente, haberlo probado. EFE