Washington, 12 ago (EFE/Jairo Mejía).- Por primera vez, el líder norcoreano, Kim Jong-un, se ha encontrado con un par en la Casa Blanca capaz de llevar la retórica tan al límite del conflicto como él y, pese a la posibilidad de desencadenar una guerra imprevisible, la única vía probable en este contencioso sigue siendo el diálogo.
Utilizando un lenguaje propio del Oeste americano y una frase popularizada por John Wayne, Trump aseguró este viernes en su cuenta de la red social Twitter que sus armas están "cargadas y montadas" y las opciones militares están "completamente preparadas" si Kim Jong-un "actúa de forma imprudente".
Esa última parte indica que Trump no tiene previsto un ataque preventivo contra instalaciones militares de Corea del Norte, algo que ha sobrevolado la lista de opciones después de que el régimen comunista amenazara con lanzar dos misiles hacia aguas de la isla de Guam, territorio estadounidense y sede de una estratégica base naval en el Pacífico.
El régimen norcoreano aseguró este viernes que las declaraciones de Trump "son un montón de sinsentidos", mientras que volvió a amenazar a Seúl con reducirlo a "un mar de fuego" si se desencadenan ataques militares contra ellos.
Pese a la retórica militarista, Trump no ha ordenado ningún despliegue adicional de fuerza hacia la Península de Corea, después de que en junio se retirase el portaaviones USS Carl Vinson de la zona, y solo queda en Japón el USS Ronald Reagan para responder a una crisis militar que, de producirse, podría tener dimensiones globales.
El peligro de este juego de provocaciones y lectura entre líneas es que alguien lleve la presión demasiado lejos y se desencadene un conflicto en el que tienen intereses EE.UU., China o Rusia, países con las Fuerzas Armadas más poderosas del mundo y potencias nucleares.
Del mismo modo, según argumenta Robert Carlin, veterano experto en Asia e investigador de la Universidad de Stanford, Corea del Norte lleva desde julio dando señales sobre su postura negociadora.
Según Carlin, los medios han obviado partes de unas declaraciones de Kim Jong-un del pasado 4 de julio, cuando Pyongyang probó un nuevo misil intercontinental, repetidas esta semana por el ministro de exteriores norcoreano, Ri Yong-ho.
Estas señalan que Corea del Norte nunca negociará su desarrollo balístico y nuclear, "a no ser que se acabe la política hostil de Estados Unidos y la amenaza nuclear contra la República Democrática Popular de Corea (nombre oficial de Corea del Norte)".
La crisis retórica se inició este martes cuando medios estadounidenses revelaron que consideran que Corea del Norte ha conseguido una ojiva nuclear lo bastante ligera para ser lanzada en un misil intercontinental.
Según Fred Fleitz, vicepresidente del conservador Center for Security Policy, probablemente esta filtración fue autorizada por el Gobierno de Trump para forzar a Corea del Norte a negociar sobre sus ambiciones nucleares, ya que la posibilidad de que Pyongyang hubiera construido una ojiva nuclear ya era conocida en 2013.
No obstante, fue en julio pasado cuando Corea del Norte demostró en dos ocasiones que dispone de un nuevo misil intercontinental capaz de impactar en territorio estadounidense, algo considerado por otros expertos como un intento norcoreano de reforzar su posición frente a la nueva Administración estadounidense.
Según indica en su blog Susan DiMaggio, investigadora del laboratorio de ideas New America Foundation, la estrategia de Estados Unidos es dual: "aplicar máxima presión y mantener contactos" con Corea del Norte.
DiMaggio asegura en su perfil que ha facilitado las primeras conversaciones entre funcionarios del equipo de Trump y Corea del Norte, algo que comenzó en Oslo (Noruega) en mayo de 2017.
Esas discretas conversaciones, que también se han canalizado a través de Naciones Unidas, se suman a los intentos de Trump de que China, aliado tradicional de Corea del Norte, contribuya a que se reabra un diálogo sobre las ambiciones nucleares de Pyongyang que ahora tiene más visos de tener éxito que en el pasado.
Por primera vez desde 2008, Corea del Sur tiene un gobierno progresista, tradicionalmente más abierto a hablar con los Kim, algo que podría permitir la reapertura del dialogo a seis bandas sobre el programa nuclear norcoreano suspendido en 2009, tras varios avances positivos desde su inicio en 2003.
La llegada de un nuevo Gobierno en Washington reabre además una oportunidad para que Corea del Norte pueda conseguir concesiones económicas, vitales para la supervivencia del régimen, a cambio de abandonar sus ambiciones militares.
El peligro de este juego de provocaciones y lectura entre líneas es que alguien lleve la presión demasiado lejos y se desencadene un conflicto en el que tienen intereses EE.UU., China o Rusia, países con las Fuerzas Armadas más poderosas del mundo y potencias nucleares.
"Lo que tenemos aquí es a dos líderes gritándose el uno al otro y es muy desestabilizador (…). Un mal cálculo es el mayor riesgo de todos", indicó este viernes Cristina Varriale, investigadora del Royal United Services Institute, en una entrevista con NBC.EFE