Washington, 22 sep (EFE/Javier Bocanegra).- En 1991, mucho antes de que se desatara la corriente feminista #MeToo y de que aparecieran las alegaciones de abuso contra el actual candidato al Tribunal Supremo Brett Kavanaugh, un rostro comenzó a sembrar la semilla del movimiento: Anita Hill, quien acusó de acoso sexual a otro nominado.
El contexto en el que Hill decidió dar un paso adelante para alegar que quien había sido su jefe, Clarence Thomas, le acosaba verbalmente era totalmente adverso:
Una bancada conformada solo por hombres para juzgar unas alegaciones de acoso de una denunciante y un Senado con solo dos legisladoras en sus cien escaños para votar sobre la idoneidad de un candidato a magistrado que era entonces un supuesto acosador.
Mucho ha cambiado desde entonces el entorno y la forma en la que la sociedad reacciona ante este tipo de acusaciones, pero hoy, casi 27 años después, la historia parece repetirse con las denuncias de Christine Blasey Ford, la supuesta víctima de abusos de Kavanaugh, el elegido para ser nuevo juez del Supremo por el presidente, Donald Trump.
La profesora de Estudios de la Mujer, Género y Sexualidad de la Universidad George Washington, Cynthia Deitch, explica a Efe que el #MeToo ha incrementado la conciencia de la sociedad, pero prefiere mostrarse cauta sobre las implicaciones que pueda tener en el proceso de confirmación de Kavanaugh
La fuerza del movimiento #MeToo abraza ahora a Ford, quien acusa al candidato de haber tratado de sobrepasarse con ella en una fiesta hace 36 años.
Pese a la transformación social, el sistema predeterminado de interrogatorios sigue siendo ante un comité político, en público, y no parece fácil que las acusaciones de Ford tengan un efecto directo en la carrera de Kavanaugh, opina el experto constitucionalista del conservador Instituto Cato, Ilya Shapiro.
"No creo que el MeToo cambie las cosas mucho", asegura a Efe Shapiro, quien cree que con Hill la mayoría de senadores que votaron a favor de Thomas habían confiado en la versión del candidato y que es probable que pase lo mismo ahora.
La profesora de Estudios de la Mujer, Género y Sexualidad de la Universidad George Washington, Cynthia Deitch, explica a Efe que el #MeToo ha incrementado la conciencia de la sociedad, pero prefiere mostrarse cauta sobre las implicaciones que pueda tener en el proceso de confirmación de Kavanaugh.
"Veremos si Ford es objeto del mismo nivel de humillación y descrédito público a los que fue sometida Hill", comenta la experta.
En octubre de 1991, Anita Hill tuvo que aguantar que los senadores -todos hombres- del Comité Judicial de la cámara cuestionaran sus acusaciones y menospreciaran públicamente los hechos.
Howard Metzenbaum, un senador demócrata del comité, llegó a criticar a Hill porque consideraba normal esos comportamientos: "Si eso es acoso sexual, entonces la mitad de los senadores del Capitolio deberían ser acusados", dijo Metzenbaum.
Hill había acusado a Thomas de haberle realizado comentarios sobre penes y pechos grandes, películas pornográficas, vídeos de mujeres teniendo sexo con animales y su propio aparato reproductor, entre otras delirantes escenas.
Estos habían tenido lugar en privado cuando era su ayudante especial en la agencia federal dedicada, precisamente, a evitar injusticias en el trabajo, de la que era el jefe.
"Lo que pasó y salir ahora a contarlo al mundo son las dos cosas más difíciles que he experimentado nunca", dijo entonces Hill en el inicio de sus intervenciones, que fueron rechazadas categóricamente por Thomas en una sala que ni siquiera tenía cerca un baño para mujeres, tal y como recuerda ahora "The Washington Post".
"Parecía casi imposible que este comité pudiera haber entendido mi experiencia", comenta ahora a ese medio Hill, profesora universitaria de Derecho.
Para conocer cómo terminó el caso solo hay que echar un ojo hoy a la lista de jueces del Supremo, donde Thomas continúa ejerciendo.
Entre los senadores del comité que menospreció las acusaciones de Hill se hallaban rostros que siguen en primera línea política como Joseph Biden, entonces jefe de aquel panel y que fue el último vicepresidente del mandatario Barack Obama.
El caso de Hill se convirtió entonces en un icono de la lucha contra la opresión machista y sirvió como aliciente para la llegada de más mujeres legisladoras al año siguiente, 1992, conocido en Washington como "El año de la mujer".
La cifra de senadoras había ascendido a seis en 1993, con figuras como la de Dianne Feinstein, quien ha sido la encargada de recibir ahora la carta con la acusación de Ford. Actualmente hay 23 senadoras de un total de 100 asientos.EFE