SANTO DOMINGO, República Dominicana.- No eran ni las cinco de la tarde, caramba, y ya los tutumpoticos estaban regados en las calles cercanas al Palacio Nacional, impidiendo el libre tránsito por una protesta en la que los manifestantes no tenían más armas que sus derechos civiles.

“Por aquí no se pasa. De la vuelta. No señora, no se puede. Son órdenes. ¿Cómo que de quién? De los superiores”, una y otra vez se escucha a través de las bocinas de carne y huesos, hambrientas, soñolientas, humilladas, maltratadas y ¡oh, el Señor los ampare!, con los bolsillos llenos de cebollas.

Calle, tras calle, la horda de agentes de la ley y el orden cacarean el “no se puede”, consultando tímidamente el permiso con sus superiores inmediatos si por lo menos la prensa, armada con una cámara, libreta y grabadora, puede irrumpir a pie por el camino cuasi desierto en que se había convertido la calle Doctor Delgado, cruzando la avenida México, hasta la Francia. Más allá, el tapón en su buena.

En el Edificio de Oficinas Gubernamentales, los ciudadanos que acogieron el llamado para formar una cadena humana contra la corrupción levantan cánticos como gritos de protesta, atrapados en un cerco hecho de represión, con los agentes femeninos en primera línea.

“Los corruptos andan sueltos y nosotros aquí presos”, inician los vítores de más de 200 personas en contra de la corrupción que afirman mantiene el Gobierno dominicano, que encabeza el presidente Danilo Medina.

De la nada, un oficial vestido de negro aparece cerca de las vallas que mantienen a raya el pueblo que protesta, gas pimienta en mano. ¡Usted sabe, para lo que pueda pasar! No sea que a alguno de los ciudadanos se le ocurra desahogar con más fuerza su impotencia y los gritos lleguen al Palacio.

Unos minutos más tarde, el agente es recogido y apartado de la multitud para evitar que su puño y su dedo sumen una nueva violación de derechos a la ya larga lista de la tarde.

“El perímetro tan amplio que se ha abarcado es del tamaño del miedo del presidente de la rd que debería estar en su casa en lugar de en el palacio nacional, porque una persona que sea presidente de un país no puede darse el lujo de hacer un cerco de esa naturaleza por una simple protesta”, Socorro Monegro, presidenta del distrito del Movimiento Rebelde, quien refunfuña por no poder transitar libremente.

Una oficial, morena, de seño fruncido se acerca al grupo y conversa con Manuel Robles, coordinador de Poder Ciudadano, quien le da lectura a la sentencia del Tribunal Superior Administrativo, que de manera explícita, reafirma el derecho de los ciudadanos de protestar frente a la Oficina de Ingenieros Supervisores de Obras del Estado (OISOE) y exigir su cierre, la cual habían leído públicamente.

La mujer revisa el texto y pide tres minutos para consultar con el  general Rhommel López, a cargo del corral, para ver si se acataba el fallo del TSA, como si fuera un favor.

“Danilo-OISOE, nido de ladrones !Ahora es! Cierre. Mafiosos”, reza una pancarta blanca, con letras negras y rojas. Otra “OISOE, estafadores, criminales. Basta ya”. Reclamos que quedan olvidados en el profundo vacío del alma alquilada por unos cuantos pesos, y que solo generan miseria.

El transito vuelve a fluir por las avenidas próximas al edificio de Oficinas Gubernamentales, soltando los conductores un bocinazo cada vez que uno de los policías cruza la calle corriendo, o reclamando a los demás choferes apurar la marcha.

La gente se agolpa en el borde cercado que muere en la esquina de la Delgado con México para escuchar la respuesta de la oficial, que se acerca para informar que no llevarían sus reclamos ante la sede de la OISOE.

“¡¿Entonces un general está por encima de un tribunal?!”, grita un joven, escaso de cabellos y barba, abanicando una mano en forma de pelea. “La sentencia está ahí”, vuelve a gritar, mientras que un señor regordete, de pelo canoso y barba gris le explica a la mujer que la Policía debe acatar el dictamen.

De momentos, las palabras se convierten en gritos e inicia un carnaval de dimes y diretes, empujones, y palabrotas, insultos y juramentos entre los manifestantes y los agentes.

Una joven oficial queda plegada en una de las vallas por el grupo de oficiales que empuja para evitar la caída del cerco.

“Que nos den el paso, no al desacato”, corean a vivo pulmón a los oficiales, víctimas también del autoritarismo que corre por las venas del gobierno.

Los ciudadanos se toman de las manos y crean un círculo detrás de las barreras, elevando cánticos a la patria, a la revolución, a los sueños de mártires casi olvidados. El reclamo para llegar al destino final de los ciudadanos se escurre en el tiempo.

¡Presos!

“Nuestro objetivo no es la policía”, dice Manuel Robles al tomar el altavoz cuando la tarde empieza a morir y la atmosfera se encuentra más relajada. “Nuestro objetivo es demandar el cierre de la OISOE y que se metan a la cárcel a todos los corruptos”.

Como por arte de magia, el general a cargo de vigilar a los presos en la explanada del Edificio de Oficinas Gubernamentales, Rhommel López, se presenta para dialogar y escuchar los reclamos de los ciudadanos. Nuevamente repasan el contenido de la sentencia del TSA y el general se aleja con la promesa de dar una respuesta sobre el contenido del dictamen.

Ni bien se aleja, un camión con una veintena de policías se acomoda en la avenida México y descarga, uno tras otro, su contenido gris y negro.

“Esa es la respuesta que da el general, mírenla ahí”, dice una señora oculta bajo una gorra para protegerse de los últimos rayos del Sol. Los oficiales bordean el cerco, mirando a los ciudadanos como ganado: oprimidos que oprimen a quienes con sus impuestos les mantienen.

¡Ey, ey, ey…! ¡¿Qué fue?! Déjalo salir al fotógrafo, vocifera un señor al ver que empujan al fotorreportero del periódico El Día, Nicolás Monegro, para evitarle la salida, advirtiéndole que tenían órdenes de no dejar salir a nadie.

“¡Pero es presos que estamos!”, vuelve a gritar, en momentos en que la inicia un intercambio de palabras subidas de tono, atrayendo la atención de Guadalupe Valdez, diputada nacional, quien intenta mediar sin éxito entre los funcionarios y el pueblo, recordando el derecho al libre tránsito de las personas.

La tensión baja, mientras la sentencia queda echada a un lado del camino por órdenes superiores de un tutumpote.

“Movimiento exitoso”

No queda más luz solar que pueda calentar los cuerpos agolpados en unos cuantos metros que comprende la explanada. Convocan los últimos ánimos de los manifestantes para que se aproximen a la escalinata de la edificación.

Guadalupe Valdez, Bartolomé Pujals y María Teresa Cabrera, toman el escenario improvisado iluminado por un reflector que tiñe de morado el espacio, mientras que unos tímidos reflejos de luz causados por los postes de energía, completa el juego.

Manuel Robles toma el megáfono, produciendo un chirrido incómodo, atrayendo la atención de los miembros de la prensa.

“Este movimiento ciudadano que ha estado convocando a la OISOE desde el siete de octubre se puede considerar exitoso”, afirma, recibiendo aplausos y lisonjas por parte de los reclamantes.

“Hoy obtuvimos una sentencia del TSA que de manera taxativa le ordena al MIP que la ciudadanía se pueda expresar en una cadena humana frente a la OISOE. Hoy la Policía ha desacatado esta orden judicial de un tribunal del más alto nivel”, subraya, recibiendo más aplausos.

“Vamos a someter al ministro de Interior y policía por desacato. Vamos a someter a la justicia al jefe de la PN. Y estamos desde ya convocando para el próximo miércoles en la OISOE. No vamos a venir a este punto, no lo vamos a aceptar”.

El bloqueo de la dictadura

Las velas son encendidas una por una mientras las manos se unen en señal de protesta. El círculo se amplía hasta alcanzar el cerco que vigilan los policías, dando turnos a los presentes para expresar sus inquietudes.

Uno tras otro, los ciudadanos toman la palabra para desahogar el pecho henchido de indignación.

Mientras, una comisión avanza hacia el general López para coordinar la retirada pacífica de los ciudadanos, quienes se retiran, finalmente por la calle Francia, bloqueado el paso hacia la 27 de Febrero por una hilera de vehículos de la PN, dando la impresión de una zona de guerra.

Abajo, cuatro filas de agentes y dos de guaguas y camiones mantienen el paso restringido, evitando que doce personas – entre ellas el escritor y catedrático, Andrés L. Mateo – puedan recorrer el camino hacia sus carros y hogares, porque las órdenes fueron dadas.

“Es mi derecho que están violando. Vivimos en una dictadura”, grita una señora que pierde la compostura y reclama a gritos que le permitan pasar.

La ultima protesta de la noche se eleva, y los ciudadanos se apoderan de la vía sentándose en el asfalto gris, ahora negro por la falta de luz.

Desde el fondo de la calle, las lámparas rojas y azules de los vehículos de la policía alumbran las espaldas de quienes reclaman el reconocimiento del libre tránsito para retornar a sus hogares.

El muro de oficiales abre una brecha y los vehículos se mueven para permitir la retirada. “Esto es inaudito. Esto es una dictadura”, vuelve a gritar la señora mientras se pone de pie.

El Palacio Nacional queda intacto, iluminado por los focos brillantísimos que lo hacen ver más imponente, distante y solitario. Ganó la batalla.