Luego de ser testigo del colapso de los precios del petróleo a principios del 2020, donde alcanzaron niveles muy débiles, pues llegaron a colocarse hasta en los -37.00 dólares el barril, producto de su sobreabastecimiento, confieso que nunca pensé ver nada similar de nuevo. Sin embargo, la pasada semana la volatilidad de los mercados futuros nos han vuelto a sorprender.

Precisamente esta semana la tubería de gas natural, ubicada en el estado de Oklahoma,  conocida como ONEOK Gas Transmisión (OGT) con 23 conexiones de distribución interestatales, que sirve como precio de referencia tanto para la costa este como para la oeste, cotizaba en el rango de los 3.00 dólares por MMBTU, pero ya para el viernes era imposible lograr ninguna transacción inferior a los 125.00 dólares, llegando a superar los 500 dólares por MMBTU,  y cerrando en los 377.50 dólares por MMBTU, lo que representa un alza de más de un 10,000% en la semana.

La tendencia alcista experimentada nos recuerda qué tan sensibles son los precios de energía, en este caso el gas natural líquido, que se resienten a las condiciones climáticas de sus principales mercados, los Estados Unidos y la región europea, lo que esta semana nos obliga a reflexionar sobre la aguda fluctuación de los mismos, y las consecuencias nocivas para los países en vías de desarrollo como el nuestro.

En República Dominicana, estamos expuestos a perturbaciones externas procedentes de los mercados financieros, como la crisis asiática en el 1998, y la gran crisis financiera del 2008 con raíz en los EE.UU.

A principios de los 90 se experimentaba la liberación financiera y apertura de los mercados de capitales para América Latina, facilitando así la expansión de financiamiento; sin embargo, numerosos estudios realizados han sacado a relucir también el impacto negativo de la volatilidad de los flujos de capitales.

En el caso particular de la República Dominicana, estamos expuestos a perturbaciones externas procedentes de los mercados financieros, como se comprobó con la crisis asiática en el 1998, al igual que con la gran crisis financiera del 2008 con raíz en los EE.UU.

Para entender mejor el contexto actual, obviamente que tenemos que tomar en cuenta el dólar norteamericano, al ser la moneda del comercio a nivel global, otorgándole a los Estados Unidos una ventaja sobre los demás países, pues es el proveedor mundial de liquidez. Justamente en estos momentos el mercado anglosajón se encuentra sumergido en una trampa de liquidez, de ahí que se hayan propuesto una política monetaria expansiva, inyectando recursos a los mercados financieros, lo que les otorga una gran ventaja sobre los demás países.

¿Qué sucede entonces? Pues sencillamente que, en busca de crear una inflación moderada, se incurre en el aumento de la masa monetaria. Una gran parte de ese capital llega a los mercados financieros del mundo, presionando los precios de los commodities, conduciéndonos a la elevación de los precios de materias primas, productos agrícolas y de energía en los mercados bursátiles; de ahí la expresión de que EE.UU. exporta la inflación.

Esta amarga situación nos enfrenta a dos escenarios:  uno es el de los países que tradicionalmente dependen de la exportación, que dejan apreciar su moneda frente al dólar, lo cual reduce su competitividad, disminuyendo las exportaciones y el otro es debilitarla para de ese modo mantener la competitividad en la exportación, generando como consecuencia el encarecimiento de la vida de sus ciudadanos.

Esas presiones inflacionarias que se perciben en un futuro cercano ajenas a nuestra voluntad, que por lo regular son inducidas vía los precios de energía y que en consecuencia afectan los productos de primera necesidad, es la razón fundamental por la que nunca me cansaré de repetir la virtud del “hedging”, como opción para países muy vulnerables a perturbaciones externas.  Aún estamos a tiempo.