En el futuro, las oficinas no serán para trabajar. Sí, leíste bien: las oficinas no serán para trabajar.

Después de más de medio año de confinamiento, millones de personas se preguntan hasta cuándo laborarán desde los sofás que alguna vez utilizaron solamente para descansar.

La pandemia de COVID-19 ha acelerado transformaciones en el mundo laboral que ya sucedían desde hace al menos una década. Las organizaciones han entendido que el home office no es sinónimo de ocio y que las oficinas deben dejar de ser simples contenedores de empleados que hacen check-in.

“Estamos ante el surgimiento de una nueva generación de oficinas en las que se hará de todo, menos trabajar”, afirma Juan Carlos Baumgartner, el arquitecto mexicano que ha diseñado espacios laborales para Google y Amazon. “Ya vimos que podemos ser productivos desde nuestras casas, pero aún hay cosas que no podemos hacer de manera remota. Las oficinas del futuro deberán especializarse en desarrollar esas actividades”.

A lo largo de la historia, las oficinas han vivido tres grandes revoluciones. La primera de ellas, explica Baumgartner, ocurrió cuando las empresas se dieron cuenta que las oficinas no podían ser cuevas grises y aburridas, sino espacios estéticos que estimularan el bienestar del trabajador.

Pero pronto la decoración fue superada por la funcionalidad y llegó la segunda gran revolución: el agile working, una modalidad en la que las oficinas estimulan el desarrollo del trabajador, quien, en un mundo cada vez más veloz, duerme, cocina, trabaja, convive, se ejercita y hasta se divierte en un mismo espacio. Silicon Valley es el ejemplo perfecto de la flexibilidad que caracteriza a este tipo de oficinas, donde el poder anda en jeans y no tiene hora de comida.

La pandemia, sin embargo, ha hecho que hasta la vanguardia luzca arcaica. El COVID se cuela donde sea. Quizás las oficinas de Facebook en México sean las más bellas, inteligentes y funcionales. Da lo mismo: están desiertas. Y esto abre paso a la tercera revolución de los centros de trabajo: el ‘workplayce’, oficinas resilientes donde lo importante es generar comunidad y preparar a las personas para adaptarse a los cambios con la mayor velocidad posible, dice el fundador y director de SPACE, el despacho que ha construido los corporativos en México de firmas como Microsoft, Google, AstraZeneca, Alsea, American Express y Calvin Klein.

“No estamos ante el fin de la oficina como espacio físico, sino ante el fin de la oficina como tradicionalmente la conocemos”, asegura Baumgartner, para quien la gran lección de la pandemia es bastante clara: nadie puede crear cultura organizacional trabajando desde casa. “¿Cómo voy a permearte los valores de mi empresa si no te veo ni te conozco? Por eso la oficina del futuro deberá ser especialmente buena en atender aquello que no se puede generar desde el hogar, como la innovación, la comunidad y los ejercicios creativos. Por eso las llamamos workplayce, para destacar este juego de palabras entre trabajar y jugar”, explica.

En México, los bienes inmuebles destinados a espacios de oficina representan el segundo gasto más grande de una empresa después de la nómina. Según estimaciones de CTS EMBARQ México, el trabajo en casa ahorra a las compañías hasta 740 mil pesos al año en productividad y hasta 925 mil al reducir sus rentas, consumo energético y bienes de capital. Además, Citrix calcula que, durante la pandemia, las empresas han ahorrado entre 20 y 30 por ciento sus costos operativos gracias al home office.

Sin embargo, tarde o temprano, el mundo regresará a la normalidad y las oficinas tendrán que reabrir bajo el concepto de autoregulación, porque “la gente necesitará que les ayudemos a controlar la depresión, la ansiedad y el estrés”, afirma el arquitecto.

La nueva oficina, de algún modo, se centrará en el bienestar emocional de las personas. Y en ese proceso se ahorrarán muchos metros, pero a cambio se obtendrán espacios más comunitarios y divertidos.

“Somos animales sociales y necesitamos espacios que nos permitan sociabilizar. Las oficinas ahora tendrán que fungir como reguladores emocionales más que como vigilantes de empleados”, agrega Baumgartner, cuyos proyectos cuentan con la certificación LEED (Leadership in Energy & Environmental Design), otorgada por el US Green Building Council.

En lo que arquitectos e interioristas debaten sobre el futuro de las oficinas, hay personas que prefieren trabajar sobre la marcha. Linda Shamai y Raquel Amiga no se esperaron a ver en qué acaba el cuento de la pandemia y, con la intrepidez propia de los emprendedores, se montaron a la nueva ventana de oportunidad de la industria del interiorismo: espacios óptimos para el home office.

Ambas fundaron Studio 20.25 en 2012 con un objetivo: solucionar problemas de cohesión social mediante espacios funcionales que promuevan la salud emocional de las personas.

Fue así que se embarcaron en una nueva aventura: la del interiorismo residencial, donde se han encontrado con diversos problemas que van desde la nula convivencia familiar hasta la lejanía emocional de las parejas. Con el confinamiento, aseguran, estos problemas no solo se han agravado, sino que han surgido nuevos.

En sus casi 10 años de trayectoria, nunca habían visto nada similar. Desde hace tres meses, sus correos se llenaron de peticiones desesperadas de sus clientes: “¡Necesitamos un espacio para que nuestros hijos tomen clases en línea!”, “¡Ya no puedo seguir trabajando desde mi cama!”, “¡Necesito recuperar mi intimidad!”.

“Durante las primeras semanas de la pandemia creímos que era genial trabajar desde nuestra cama, pero con el tiempo nos dimos cuenta de que no es tan fácil hacer un reporte financiero entre cobijas”, señala Shamai.

Construir espacios adecuados para el trabajo en casa no es un reto menor. Hay muchos elementos que deben tomarse en cuenta, desde el presupuesto y los metros cuadrados hasta las necesidades específicas del cliente. Hay familias con dos o más hijos en las que cada uno de ellos necesita su propia habitación para tomar clases, mientras que también hay parejas que requieren de sus propios espacios porque nunca antes habían convivido tanto tiempo en casa.

“Antes, la gente creía que el interiorismo era un capricho, pero afortunadamente hoy se sabe que una propiedad bien diseñada posee una plusvalía única en el mercado inmobiliario, que de por sí ya es muy competido en América Latina”, observa Amiga.

La Asociación de Arquitectos e Interioristas de México estima que la industria del diseño de interiores del país crece a un ritmo de 20 por ciento cada año. Un porcentaje que podría aumentar a finales de año debido a la alta demanda de servicios de remodelación y construcción durante la pandemia, principalmente entre las clases altas.

Según datos proporcionados por Studio 20.25, las zonas de la Ciudad de México que más han demandado servicios de interiorismo en el último semestre son Lomas de Chapultepec, Interlomas, Santa Fe y Polanco.

En 2018, tan solo en la capital, la demanda de diseñadores de interiores aumentó hasta 25 por ciento en comparación con el año anterior debido al alza de 44.2 por ciento de la venta de viviendas con valor superior a los tres millones de pesos, según información de Cúbica Arquitectos y Design Week México.

“Con la emergencia sanitaria, ha crecido el interés por contar con espacios adecuados, cómodos, pero sobre todo funcionales para trabajar virtualmente. Pasar tanto tiempo en casa ha provocado que volteemos hacia nuestra cocina o nuestra recámara y veamos qué no nos gusta y qué queremos cambiar”, agrega Amiga.

La transformación de nuestros espacios será fundamental para entender el rumbo que tomará la civilización después del coronavirus. Ya lo dijo el científico estadounidense Steven Berlin Johnson: “todas las revoluciones intelectuales de la historia sucedieron en paralelo a la revolución de espacios físicos, los únicos lugares donde las personas pueden conectar sus ideas”.