Cada vez que una empresa acapara una cantidad considerable de un mercado suenan los tambores de las acusaciones de “monopolio”. Hoy nos encontramos con los cargos que acaba de presentar el gobierno norteamericano contra las multinacionales Google y Facebook, acusando a ambas de disfrutar de una posición privilegiada.
Esos no son ni los primeros ni los últimos casos, pues existen muchos otros aún con mayor resonancia como aconteció con la Standard Oil, que dominó el sector petróleo entre 1870 y 1911, representando en su momento el 75-80% de la producción petrolera dentro de los EE.UU. y que controlaba alrededor del 90% de las refinerías de petróleo, aplicándosele la ley antimonopolio, y en consecuencia dividiéndolas en lo que se denominó a partir de entonces en las “7 hermanas”: Esso , Shell, Socony, Socal, Gulf Oil, Apoc y Texaco.
Otro caso muy conocido fue el de la corporación AT&T, dividida en el 1984 en 7 compañías regionales. De ambos conflictos legales podemos asegurar que fueron positivos para el mercado, en específico el consumidor. En lo referente a la división de la Standard Oil se impulsó la competencia entre las mismas reduciendo así de manera efectivas los precios de los derivados del oro negro. En tanto la ruptura de AT&T engendró un mayor acceso a más alternativas, dándole un empuje a la industria telefónica y disminuyendo los costos de las llamadas.
En un pasado no muy lejano el mundo pudo observar los esfuerzos no concretizados con la también multinacional IBM que controlaba el 70% del mercado de las computadoras, y posteriormente con el enorme emporio Microsoft con su sistema operativo Windows que restringía la desinstalación del Internet Explorer. Curiosamente estas dos empresas, al igual que Facebook y Google, son del sector tecnológico. Llama mucho la atención que sean estos últimos cuatro casos los más sonados. Siempre hemos creído que el sector tecnológico ha experimentado un crecimiento exponencial desde los 90 por la libre competencia, y regulaciones mínimas con respecto a otras industrias. Vemos con mucho agrado la mejor representación de lo que debería ser una compañía en un sistema capitalista, donde la innovación está a la orden del día, donde la evolución es clave para sobrevivir y que como sector se ha convertido en una locomotora de trabajos directos e indirectos.
Solamente tendríamos que irnos 30 años atrás y recordar que poseer una computadora era un lujo accesible únicamente a personas con cierto estatus económico; sin embargo, hoy gracias a la competencia, la motivación para la innovación y la masificación de los productos se podría asegurar que el acceso a una computadora se extiende a prácticamente todos los estratos sociales, siendo concomitantemente las computadoras, como ironía de la vida, las herramientas útiles y adecuadas para utilizar las plataformas que están en tela de juicio.
Resaltamos esto, porque recuerdo muy bien que uno de mis profesores de una clase de programación en la universidad, decía que en sus días como empleado de IBM le llegaba a la memoria la existencia de muchas tecnologías de la misma compañía que nunca salieron a la luz pública por temor a ser acusada de monopolio.
Hoy, ante la acusación de la ley antimonopolio puesta sobre Facebook y Google, hay que hacer dos precisiones: primero, que contrario a Standard Oil se trataba de materia prima de existencia limitada; y lo segundo es que la telefónica AT&T se circunscribía al mercado local existente, no siendo éste el caso de Facebook o Google, en razón a que no hay vínculo alguno que nos ate como consumidores ni a una ni a la otra, además de no ser una utilidad básica.
Se debe tener mucho tacto y cuidado de no desestimular compañías que han revolucionado industrias, creando todo un nuevo ecosistema de innovación, nuevos tipos de empleos que previamente no existían, pero sobre todo sería muy penoso abrirle el camino a la mediocridad que representan empresas que simplemente no han construido una propuesta sólida para competir.