Muchas veces, por la misma naturaleza del ser humano, nos convertimos en esclavos del momento y olvidamos cómo llegamos donde estamos y nuestro punto de partida, que es el caso de la globalización. En numerosas ocasiones se ha puesto en tela de juicio su sostenibilidad como sucedió en un pasado no muy lejano ante la volatilidad de las materias primas en el año 2007, y la crisis financiera del 2008.
Hoy, ante la pandemia, nuevos vientos soplan atentando con la interconectividad del mundo. Un nuevo sentimiento de proteccionismo y desglobalización tenemos sobre el tapete. Tomemos de ejemplo a los Estados Unidos que ya lleva alrededor de tres años con una guerra comercial con la República Popular China bajo el argumento de competencia desleal por parte de este último que incluye la manipulación de su moneda, que se arguye ha sido el principal motivo de la balanza comercial norteamericana. Sin embargo, ante los “van y vienen” de aranceles de ambas potencias comerciales la balanza de EE.UU. actualmente es mucho más abultada.
Ahora bien, en realidad la nuestra preocupación no debería ser la integración per se, sino el apostar a no colocar todos los huevos en una sola canasta, como reza el dicho popular. Es decir, no ser muy dependiente de un solo socio comercial, en este caso concreto, de China. Pero esto no únicamente aplica se aplica a los norteamericanos, sino además a otros países en vías de desarrollo, como se ha percibido durante todo el trayecto de esta pandemia. Vistas las cosas, lo sensato sería aumentar la diversificación de la importación, primordialmente para los Estados Unidos, Rusia y Japón.
Como consecuencia de estas grandes ventajas, nunca en la historia de la humanidad se había reducido la pobreza extrema en tan corto tiempo (1990-2019).
Si algo nos enseñó la guerra arancelaria ocurrida en el pasado reciente, al igual que los momentos de crisis anteriores es que no obstante a los desafíos, la globalización ha brindado las mejores oportunidades. Bajo el concepto de integración tenemos gran acceso a más tecnología, más comunicación, disminución del tiempo de transporte aéreo, acceso a más información, entre otros avance.
Como consecuencia de estas grandes ventajas, nunca en la historia de la humanidad se había reducido la pobreza extrema en tan corto tiempo (1990-2019). Más estabilidad, consolidación del sistema democrático, incremento de los ingresos, de la expectativa de vida (6 años), en fin, que aunque aún persisten muchas sombras y metas por alcanzar, sin lugar a dudas podemos afirmar que tenemos un mundo mejor.
El pretender volver al pasado y caer en los años del proteccionismo con un sabor a nacionalismo, sería destruir todo lo construido y alcanzado con mucha inteligencia, esfuerzo, trabajo y sacrificio. De acuerdo con un interesante estudio de Bloomberg Economics, desglobalizar el mundo implicaría retroceder al año 2000 y disminuir el crecimiento global para el 2050 en un 17 %.
El mundo necesita hoy el Cordell Hull de nuestra generación, mostrar lo logrado y aún lo mucho por lograr. Con tan sólo el 0.1 % de las compañías de todo mundo con operaciones a nivel internacional y alrededor del 1 % de las compañías del Fortune Global 500 exportando sus productos y/o servicios, es de rigor apuntar que meramente estamos iniciando. La globalización, como la conocemos, muy a pesar de la inmensa cantidad de logros, todavía está en pañales.