En el pasado artículo me refería al impacto positivo que sobre el mundo ha jugado la globalización. Sin embargo, como todo, hay dos caras en la moneda. Muchos sugieren que los resultados no han sido positivos para todos, y en otros casos aún en términos de crecimiento no ha sido equitativo, tanto a nivel global como entre distintas clases económicas en diversos países.
Veamos. Dentro del contexto global, desde mediados de la década de los 90, el comercio internacional pasó de 39 % del PIB a 60% el año pasado. Cuando consultamos las cifras del Banco Mundial nos encontramos que el PIB per cápita en economías emergentes se ha más que duplicado desde el 1995 al 2019. Sin embargo, en las economías avanzadas “sólo” creció en un 44 %. Desde esa óptica, es más que obvio que no necesariamente a todos nos ha ido igual en este proceso que no pocos denominan ya como hiperglobalización. Para fines de comparación tomaremos dos casos: República Dominicana, un país en vías de desarrollo, y los Estados Unidos, un país desarrollado.
Uno de los mayores errores que cometemos es cuando pensamos en la riqueza; creemos que la riqueza se distribuye y por el contrario, la riqueza se crea… por el hecho de que un país sea más rico no necesariamente implica que otro tiene que ser más pobre
En el caso de la República Dominicana se produjo un proceso en el que en la medida que experimentaba una apertura comercial, simultáneamente se fue produciendo una integración global, incluyendo el surgimiento de las zonas francas, expansión de la exportación e importación; en fin, una República Dominicana más abierta con sus luces y sombras. Su PIB ha experimentado un crecimiento desde el 1995 al 2019, con un 435.5% de crecimiento, lo que implica que numerosos sectores han logrado crecimiento y que otros, por el contrario, han sufrido los embates de un mundo más competitivo. Al final creo en la opinión de la mayoría, que entiende que el balance es positivo, donde podemos resaltar la modernización del sector bancario, el empuje turístico y el desarrollo de las zonas francas. Estos sectores, a su vez, han contribuido a elevar la oferta de empleo y reflejan un efecto multiplicador en otros ámbitos como los casos de la construcción y el transporte, tan solo por mencionar algunos.
En lo que concierne a los norteamericanos, en el mismo período (1995-2019) el crecimiento experimentado fue de un 180.5 %. Es oportuno señalar que en EE. UU. hablar de la pérdida de empleos o de desplazados es un tema cotidiano a medida en que se acercan las elecciones presidenciales, como fue el caso del pasado noviembre, en razón a que la búsqueda de mano de obra barata cada día es más habitual por parte de las multinacionales que buscan mayor productividad y maximización de sus ganancias.
No obstante, sería muy simplista solamente verlo de esa manera. Lo primero, antes que nada, es que una gran cantidad de los puestos de trabajos perdidos han sido por la atomización y que la misma genera nuevas oportunidades en áreas que en muchos casos previamente no existían. Tomemos como ejemplo a Apple, una de las empresas que más críticas ha recibido por la exportación de la mano de obra desde los Estados Unidos.
Apple, como empresa, en el 2004, con el objetivo de reducir costos y aumentar la productividad, inició la concentración de empleo de manufactura en Asia, fundamentalmente en China y sin lugar a duda que los mismos pudieron haberse quedado en territorio norteamericano. De acuerdo con cifras del 2019, Apple emplea más de 80,000 personas en sus tiendas de EE.UU. y ha creado otros 450,000 de forma indirecta, al invertir en más de 9,000 diferentes suplidores. A todo eso le podemos añadir el “trickle down effect” con los empleos creados por representantes autorizados, los de software y de las pequeñas y medianas empresas que se dedican a la distribución y de reparación de productos de ese emporio. Un ejemplo de lo antes señalado es lo sucedido recientemente a mi hermana con su celular iPhone, que es ensamblado en China, con piezas producidas en distintas partes de los Estados Unidos. Para resolver su problema, mi hermana pagó por el servicio a un técnico local. Como se aprecia, existe toda una logística de ensamblaje, soporte y creación de nuevas aplicaciones; en fin, es un ganar-ganar tanto para el norteamericano como también para los países encargados del ensamblaje del iPhone.
Existe otra preocupación y es sobre el mito de la desigualdad. En términos globales, cuando vemos el coeficiente GINI, el mismo nos muestra la disminución de la desigualdad a nivel global. Un muy interesante estudio realizado por el economista Branko Milanovic, bajo el título de “The World is Becoming More Equal”, explica de forma magistral los fundamentos del coeficiente GINI, resaltando cómo la desigualdad ha disminuido a nivel global de forma drástica, principalmente en países emergentes, disminuyendo de 0.80 en 1988 a 0.65 en el 2013. Milanovic argumenta, no obstante, que en países como EE. UU. este coeficiente se ha quedado relativamente “estacando” en comparación con países en vías de desarrollo.
En sentido general, en término de desigualdad, si bien es cierto que es un buen parámetro de la distribución de los ingresos, no es menos cierto que la misma no es un indicador del progreso y bienestar del individuo. La Dama de Hierro, Margaret Thatcher, por otro lado, decía que hay que tener cuidado cómo interpretamos la desigualdad porque procurando disminuir la misma, no necesariamente implicaría reducir la pobreza y podríamos muy bien ser igualmente pobres, y que no es de eso que se trata, terminaba expresando ella. Precisamente, uno de los mayores errores que cometemos es cuando pensamos en la riqueza; creemos que la riqueza se distribuye y por el contrario, la riqueza se crea. Y es que por el hecho de que un país sea más rico no necesariamente implica que otro tiene que ser más pobre. Creo que la globalización nos ha enseñado eso. Para la próxima entrega hablaremos del presente y futuro de la globalización.