Jesús Arencibia y Jéssica Domínguez para El Toque y CONNECTAS*

Municiones. Así llamaba el Viejo a las viandas, y no había forma de que se sentara a la mesa sin que su veterana esposa le pusiera, junto al plato de arroz y frijoles y la «fibra» que hubiese (huevo, carne, jamonada), otro plato con boniatos, yucas, calabaza o malangas hervidas, que él iba picando y mezclando armónicamente con el resto de la comida.

No faltaban en su casa campesina de la carretera a La Coloma, en Pinar del Río, esos suministros «de combate». No faltaron ni siquiera en los críticos años noventa del pasado siglo, cuando Cuba atravesaba la durísima crisis que el poder bautizó con el pintoresco nombre de Período Especial.

En sus últimos tiempos, ya viviendo en la ciudad vueltabajera, medio inválido, imposibilitado de sembrar y a merced de lo que sus hijos compraran en el agromercado, el Viejo extrañaba recurrentemente aquellas «balas» que le hacían más disfrutables sus almuerzos y cenas.

Si las carnes y las demás proteínas animales se tornan por momentos incapturables; los granos alcanzan precios de espanto; la leche y sus derivados suelen parecer un lujo; capturar en la Cuba de hoy viandas, hortalizas y frutas en variedad y cantidad suficientes deviene otro atolladero cotidiano.

El Viejo, en su lenguaje guajiro, lo resumiría sin rodeos: «Estamos fritos. No hay quien gane una guerra sin municiones».

De «yuca y ñame» pero sin ninguno

  • Viandas, frutas y hortalizas:
    un lujo para muchos cubanos
Diseño: Janet Aguilar

Los campesinos siguen estancados en Cuba. Ni el reciente ordenamiento económico dictado por el Gobierno parece cubrir el desabastecimiento de los mercados. Los problemas estructurales del Estado convierten el acceso a la comida en un infierno burocrático del que ningún cubano se escapa.

Por Jesús Arencibia y Jéssica Domínguez para El Toque y CONNECTAS.

Municiones. Así llamaba el Viejo a las viandas, y no había forma de que se sentara a la mesa sin que su veterana esposa le pusiera, junto al plato de arroz y frijoles y la «fibra» que hubiese (huevo, carne, jamonada), otro plato con boniatos, yucas, calabaza o malangas hervidas, que él iba picando y mezclando armónicamente con el resto de la comida.

No faltaban en su casa campesina de la carretera a La Coloma, en Pinar del Río, esos suministros «de combate». No faltaron ni siquiera en los críticos años noventa del pasado siglo, cuando Cuba atravesaba la durísima crisis que el poder bautizó con el pintoresco nombre de Período Especial.

En sus últimos tiempos, ya viviendo en la ciudad vueltabajera, medio inválido, imposibilitado de sembrar y a merced de lo que sus hijos compraran en el agromercado, el Viejo extrañaba recurrentemente aquellas «balas» que le hacían más disfrutables sus almuerzos y cenas.

Si las carnes y las demás proteínas animales se tornan por momentos incapturables; los granos alcanzan precios de espanto; la leche y sus derivados suelen parecer un lujo; capturar en la Cuba de hoy viandas, hortalizas y frutas en variedad y cantidad suficientes deviene otro atolladero cotidiano.

El Viejo, en su lenguaje guajiro, lo resumiría sin rodeos: «Estamos fritos. No hay quien gane una guerra sin municiones».

De «yuca y ñame» pero sin ninguno 

«Mi reino por un boniato», clamaba el economista Juan Triana, en un artículo de junio de 2020. En el texto, el académico bromeaba con que el humilde tubérculo, siempre preterido por quienes prefieren a las renombradas papa y malanga, y hasta la yuca y el plátano, ahora casi llora de emoción al ver a tanta gente preguntar a los tarimeros por él.

Y, obviamente, si el último de la fila ha pasado a ser un fugitivo por el que muchos pagan búsqueda y captura, sus distinguidos colegas de viandero andan desaparecidos.

«El boniato, que antes rendía entre 15 y 16 toneladas por hectárea (t/ha), ahora debe aportar unas ocho. El plátano se calcula sobre las 15 y rondaba las 50. La yuca podría descender de 15 a 8», detallaba el semanario Invasor, a mitad de 2020, con cifras de Ciego de Ávila que bien podrían servir de vitrina nacional.

«La caída estrepitosa de los rendimientos es causada, en lo fundamental, por la ausencia de productos químicos; vicisitudes que eran crónicas en la pasada campaña de frío cuando, incluso el tomate, habitualmente protegido con su paquete tecnológico para garantizar su entrega a la industria, llegaba a noviembre con menos de la mitad de sus 1.980 hectáreas aseguradas. La fórmula completa sería una ironía regada en los campos», ampliaba la reportera. El panorama, ocho meses después, no ha hecho más que empeorar.

Si lo fuéramos a resumir con una frase de la cultura popular cubana, quizá algunos recordarían —como el poeta Álex Fleites— aquello de que la cosa está «“de yuca y ñame”, pero, inexplicablemente, sin lo uno ni lo otro».

Por un cultivo «amoroso»

Desde que tenía 8 años, y casi roza los 60, anda Rodolfo* metido en la tierra. Labriego como su padre, este campesino pinareño con una finca en la zona de San Andrés, municipio La Palma, comenzó a sembrar viandas alrededor de 1980. A partir de ese momento fue subiendo en área cultivada y llegó a producir 100 quintales de malanga y unos 500 de yuca anuales, pero ahora, no solo no puede alcanzar estas cifras, sino que está girándose a otros negocios agropecuarios —como la ganadería—, a ver si encuentra mejor suerte; porque las viandas no le dan la cuenta.

«A mí me luce que nunca los insumos para las viandas se han garantizado plenamente. Se habla de un “paquete tecnológico”, que casi nunca llega, y cuando llega, lo hace atrasadoPor eso es que el campesino no se ve estimulado a sembrar estos renglones. En Pinar del Río se dan créditos para casas de tabaco, y para cultivar tabaco. Este sector tiene asegurado tractor (estatal, de la cooperativa), petróleo para regadío, fertilizantes. Sin embargo, para los vianderos, como yo, no hay nada. Una reja de arado, para ponerte un ejemplo, hay que desviarla del tabaco para dársela al viandero; lo mismo que un machete. Te dicen que el tabaco “es divisa” y con eso se justifica la preferencia».

Sentado en un viejo sillón, en el patio de su casa, Rodolfo evoca los tiempos en que participó en el movimiento de los 1.000 quintales de viandas. Y afirma que ni en aquel entonces tuvo acceso al apoyo necesario para producir.

Cuando le pregunto por otras causas de la baja productividad de estos rubros, me habla pausado de la falta de rotación de cultivos y de «descansos» para los suelos. Antiguamente, cuenta, se rotaba el frijol con la malanga, el maíz con la yuca, porque «hay productos que le fijan o le chupan unos componentes a la tierra y otros, no. Y hay que alternarlos. Antes también se les daban reposos a las parcelas: a veces, hasta de cuatro años, para que incorporara otros nutrientes y se recuperara de la fatiga».

Lo mismo —sostiene— ocurre con el proceso de cultivo; que, a su juicio, antes era más «amoroso» con el terreno. «La tierra antes se araba, se cruzaba, se terciaba… mira cuántas vueltas de arado para irla madurando, en un tiempo extendido, para que esa tierra pudriera la hierba desenterrada e incorporara todas las sustancias. Hoy, muchas veces, se rotura con el tractor, a simple vista todo está en buen estado, listo para cultivar, pero no es así. Los fertilizantes de ahora sí son mejores que los de antaño; pero el tema es que casi nunca los hay. O en el mejor de los casos, no los suficientes».

Otra espina que constantemente está desinflando los proyectos campesinos es la de los impagos, con frecuencia mencionados en la prensa nacional. Rodolfo cuenta que agricultores de su propia cooperativa se han pasado tres meses y más para cobrar la producción que entregaron. El problema se denuncia, prometen que lo enmendarán y sigue afectando.

¿Se le ha echado a perder algún producto sin que la empresa Acopio lo recoja?, pregunto. «A mí no, pero conozco a otros campesinos que sí. Fruta bomba, por ejemplo, también plátano. Este último es muy susceptible de perderse. Cuando se madura hay que recogerlo sí o sí. Al final, soluciones para esto podrían existir. Porque un carretón de bueyes puede llevar el plátano a la placita estatal, pero no se le paga al carretonero el flete. Entonces, si yo tengo que sacar el producto por mi cuenta, esto debería ser remunerado», observa.

Con poco más de una caballería de tierra bajo su cargo, Rodolfo conoce los procesos de cada vianda, hortaliza y fruta, en sus mínimos detalles. De la malanga, por ejemplo, afirma que dos cosas principalmente están determinando hoy día su ausencia: la calidad de los suelos y las plagas. Sobre todo, ácaros. «Las variedades buenas, que más gustan, la malanga blanca, la malanga riza, se han dejado de sembrar. Si siembras, pierdes más de la mitad de la inversión. En cambio, se están cultivando otras como la rosabana, que son más resistentes, pero menos sabrosas», expresa.

¿Y con la yuca, qué pasa?

—Lo mismo. Necesita abono. La de consumir los humanos, que se ablanda, que no es amarga, lleva una tierra especial. Por eso necesita más fertilizantes. De ahí que nosotros nos dedicamos más a sembrar la llamada «yuca de cochino (cerdos)»: es más amarga, no se ablanda, pero reporta más productividad, porque rinde mucho.

«En una misma cooperativa, yo soy productor de viandas, produzco yuca de cochino y hay otro campesino que es productor de cochinos. No le puedo vender directamente a él, tiene que pasar por el centro de Acopio. Entonces, el cochinero, si Acopio me paga a mí el quintal a 70 pesos, debe pagárselo a Acopio a 100. Se encarece todo. Tanto Acopio como la cooperativa se quedan con un porciento de ganancias. ¿Para qué dos intermediarios?».

Estrategia, política y un boniato entre tres

Cuba no presenta, de acuerdo con datos históricos y comparativos en la región, rendimientos agrícolas altos, según normas científicas, en la mayoría de los frutales, granos, hortalizas y viandas, dijo en el panel de la revista Temas «¿Podemos producir todo lo que nos comemos?» la socióloga Annia Martínez.

De acuerdo con datos oficiales de la ONEI, la producción de viandas entre 2014 y 2019 tuvo un ligero avance (de 2.507.057 toneladas el primer año hasta 2.670.127 el último). Sin embargo, las hortalizas decrecieron en mayor cuantía: de 2.498.960 t en 2014 a 2.097.099 en 2019.

Y cuando se entra en el desglose de cultivos, se observan pérdidas significativas. Por ejemplo, la malanga pasó de 269.590 t (2014) a 164.013 (2019). Entre las hortalizas, la cebolla se movió de 112.779 t el primer año a 85.069 t el último. Con razón los precios de este apetitoso bulbo —que alcanzan más de 20 pesos promedio por cada unidad— hacen llorar más que las propias sustancias que desprende.

En cualquier caso, las subidas o decrecimientos en cada rubro hay que «aterrizarlos» en lo que toca finalmente a la mesa de cada familia, como decía la periodista Katia Siberia tras mencionar en un reportaje el aumento de distribución de varios productos agrícolas en Ciego de Ávila, al comparar el primer trimestre de 2019 con el primero de 2020. «Con una calculadora a mano, esas toneladas —convertidas y divididas entre cada mes y habitante— nos dejan casi ocho libras de platanito, media de yuca y menos de un cuarto de libra de malanga. Una cuenta que, obviamente, no sacia nuestro apetito», apostillaba la analista.

En el mismo espacio virtual de Temas, el economista Pedro Monreal apuntó que «un sistema agropecuario en el que predomina la oferta privada y cooperativa necesita funcionar mediante mercados en su relación con las entidades estatales y eso exige tener en cuenta relación entre oferta-demanda y el funcionamiento de precios. Me refiero a mercados regulados […]. Sin embargo, en Cuba ni los precios pagados al productor —que son centralizados para muchos productos— reflejan la realidad de las condiciones económicas, ni los precios cargados al consumidor reflejan mercados eficientes».

Con la estrategia económico-social que definió el país para sortear la dura crisis económica y la nueva Política de Comercialización de Productos Agropecuarios, anunciada en noviembre último, la cantidad de rubros con precios centralizados disminuyó considerablemente. Solo se establecieron 18 renglones fijados a nivel nacional y a otros 12 —malanga colocasia, malanga xhantosoma, plátano vianda, plátano burro, plátano fruta, guayaba, mango, fruta bomba, tomate industria, papa, calabaza y boniato— «precios de acopio y minoristas centralizados para los destinos que se definan en los balances de los Gobiernos territoriales».

Igualmente, la normativa incluye facultar a los Gobiernos locales para concertar precios por acuerdo de acopio y minoristas a los renglones del agro que no tengan costos centralizados, y publicar semanalmente todos los precios.

Esto contribuiría a eliminar las distorsiones de procedimientos y falta de información que muchas veces redundan en insatisfacciones de las demandas ciudadanas en cuanto a estos alimentos.

No obstante, la nueva política dejó bien claro que «el Estado realizará el papel regulador en el seguimiento y control de la producción, la contratación, el establecimiento de las prioridades en los destinos, los balances de productos, el control de los precios, la comercialización en condiciones excepcionales, en la intencionalidad de la siembra y el uso de la tierra».

¿Hasta dónde ese «papel regulador» extenderá su agarre? ¿Cuáles serán los límites precisos del «seguimiento y control»? Aún es demasiado pronto para responderlo con claridad. Pero a un mes de que se iniciara la Tarea Ordenamiento —el megapaquete de reformas económico-financieras que arrancó en la Isla con 2021—, Marino Murillo Jorge, su principal gurú y miembro del Buró Político del PCC, reconocía en la Mesa Redonda que «los precios descentralizados de los productos agropecuarios han salido mejor que los centralizados».

En todo caso, ha apuntado con realismo el ministro de Economía, Alejandro Gil, las carencias se resuelven «con más producción: cuando la producción es escasa y hay que repartir un boniato entre tres es muy difícil».

Agromercados: «Bancos de sangre»

De estirar una vianda para que rinda tres y cuatro comidas bien sabe Noelia, una anciana de Holguín que varias veces a la semana sale a montear colas y precios del agro. Cuando le pregunto cómo ha arrancado 2021 en cuanto a viandas, hortalizas y frutas, admite que la cosa ha aflojado un poco respecto a los meses finales de 2020, que sí fueron terribles.

«Ahora se siguen haciendo largas colas, de horas, pero por lo general siempre se coge algo: yuca, boniato, calabaza, fongo (plátano burro), tomate; a veces, remolacha y zanahoria», comenta. De los precios, refiere resignada que andan altos; pero tampoco los ve excesivamente abusivos respecto al costo de la vida después de los reajustes del ordenamiento.

«El fongo se coge a 3 pesos la libra en el mercado del Estado y a 20 o 25 pesos la mano en los particulares. Cuando uno saca la cuenta están casi parejos. El tomate, por ejemplo, el particular lo vende a 10, pero con mucha calidad. El Estado, entre 6 y 8 pesos, pero son más malos. La misma cosa. Malanga no se ve desde hace rato. Antes la gente le decía “banco de sangre” a los mercados de oferta y demanda —porque te desangraban el bolsillo—, y ahora más o menos hay que hacer “donaciones” en cualquiera de los dos», bromea la anciana.

Lo que sí extraña Noelia es el paso y el vocerío de los carretilleros y carretoneros, que venían desde distintos puntos, a veces de zonas rurales, y por lo menos uno tenía la opción de comprar, o no, en la puerta de la casa. Ahora, lamenta, «con la persecución que le tienen los inspectores, casi no se ve ninguno en la ciudad».

Cierta mentalidad con bastantes seguidores en el país parece creer que controlando a estos intermediarios o topando precios se resuelve totalmente o en gran parte la carencia de los productos; cuando la lógica elemental no lo indica así. Para el doctor en Ciencias Económicas Oscar Fernández, el problema principal del agro «es de incentivos a los productores y flexibilidad. Ese es el punto de partida. Lo demás, incluyendo los intermediarios parásitos, son consecuencias del problema de oferta y de la aberrante estructura de mercado resultante. Los topes de precio no son solución alguna ni de corto ni de largo plazo. La comida a precios topados simplemente no existe».

Cuenta la holguinera que hasta en los organopónicos —parcelas de agricultura urbana— hay que ir muy temprano y dispuestos a pasar horas en la fila; también allí han tomado por hábito hacer «combos» de productos, por ejemplo: tres mazos de lechuga por tantos pesos; dos repollos de col por otra cantidad, etc.

Ella, que gana una pensión mínima menor de 2 000 pesos, afirma gastarse en un día de compras normal en el agro ciento y tantos y hasta doscientos y virar a la casa con muy pocos productos. Algunos, incluso, casi parecen un lujo incosteable. «Imagínate que un plátano macho ha llegado a venderse en 7 pesos. ¿A cuánto sale una mano?».

No menos preocupado se mostró Evián, joven profesional pinareño que para encontrar malanga para su pequeño hijo debe a veces recorrer todos los agromercados de la ciudad y, cuando la encuentra, siempre fuera de la tarima o por la izquierda, es a 20 pesos la libra. Con la singularidad de que «ya los negociantes no te venden la cantidad que tú quieras, sino que hacen paquetes de cinco libras, a cien pesos. Lo tomas o lo dejas».

«Hace pocos días me pasé varias horas de cola en el Mercado de la Línea y lo único que alcancé, aparte de tomate, que había en cantidad, fueron dos calabazas, al precio total de 50 pesos. Bajaron unos sacos de plátano y la matazón parecía como si hubiesen descargado carne de res», rememora.

Le pregunto por guayabas, piñas y otras frutas, y la mueca en su rostro me lo dice todo. «¿Tú crees que a 10 pesos la libra de guayaba y a 20 pesos una piñita pequeña se pueden comprar? Son casi tan prohibitivas como la carne de puerco, que ya la gente la deja para comprar solo en fechas especiales».

¿Paraíso tropical o infierno burocrático?

«Las frutas de la memoria». De esa forma tituló en 2020 una crónica el periodista y narrador Leonardo Padura, en la cual evocaba a su abuelo Juan, quien vivió de recolectar y vender estos manjares. «El dueño de la finca le vendía la arboleda por un precio, Juan Padura le pagaba en el acto o se comprometía a hacerlo en una fecha concreta […] y luego se encargaba de recolectar las frutas, envasarlas y trasladarlas en su carretón de mulos al Mercado Único de La Habana, donde ofrecía las cajas, sacos, canastas a los dueños de puestos de venta», evocó el único escritor cubano con el premio Princesa de Asturias.

Anones, chirimoyas, aguacates, caimitos, nísperos, mamoncillos… de todo recogía con sumo cuidado el tenaz comerciante y en un plazo no mayor de 48 horas los productos llegaban a sus destinatarios, gracias a la tenacidad y sabiduría ancestral del hombre.

¿Se ha perdido en Cuba esa sabiduría? ¿Depende solo de ella que el «paraíso tropical» que podría ser de frutales por excelencia los tenga más bien en una categoría de raras exquisiteces? ¿Cuál es el problema fundamental de la filosofía del agro? ¿Cómo resolverlo? ¿El ordenamiento económico, en su filón agrícola, podrá saltar tantos baches de ineficiencia? 

Historia tristemente singular ha sido la de los cítricos, que llegaron a ser una explosión productiva en la isla, con más de un millón de toneladas en 1990, y que apenas superaron las 67 mil en 2019, según estadísticas oficiales. De acuerdo con un análisis de la Agencia Cubana de Noticias (ACN), la caída del campo socialista de Europa del Este, principal fuente de insumos y destino de exportación de estos jugosos frutos, las afectaciones climatológicas, la presencia de plagas como el Huanglongbing (HLB) y los efectos nocivos del bloqueo estadounidense, entre otros factores, fueron golpeando cada vez más los extensos cultivos citrícolas del país hasta reducirlos a la pequeña expresión que hoy exhiben.

La agricultura urbana, suburbana y familiar —productora de buena parte de las hortalizas que se consumen en el país—, amén de sus avances sostenidos en las últimas tres décadas, ha enfrentado algunos de los mismos agujeros que minan la agricultura en sentido general. Según declaró Elizabeth Peña Turruellas, directora del Programa Nacional de esta modalidad de cultivos, la recuperación de la infraestructura de riego constituye la mayor dificultad con la que lidian; igualmente, se necesita un impulso a la producción de semillas, recuperación de los bienes dañados por el tiempo y los eventos meteorológicos, así como mejores formas de gestión en pro de rendimientos superiores.

Más allá de experiencias puntuales exitosas, como la de un campesino de Mayabeque que logra exportar a España, tras años de esfuerzo, 1.08 toneladas de lima persa, por un importe de 864.33 USD; los resultados de una familia cienfueguera que consigue, a golpe de tradición y esfuerzos, maravillas de piña y plátanos; o de un avezado guantanamero que en el polo productivo El Chapa llega a romper sus récords de cosecha de tomate. Más allá de que esas individuales historias de triunfo existen y deben destacarse, el panorama en estos renglones de la dieta nacional no se pinta halagüeño.

Una de las empresas insignias del país si de alimentación se trata, la Agroindustrial Ceballos, de Ciego de Ávila, cerró el primer mes de 2021, tras al reajuste económico, con «las matemáticas ajustadísimas», según reportó Invasor.

«Casi no podemos hacer pasta de tomates, por ejemplo, porque subieron el quintal de tomate a 262.00, pero nos toparon la lata de 3.2 kilogramos a 96.97 pesos (precio mayorista). Eso no cubre el costo de la materia prima. Olvídate de la corriente, el agua, la semilla…», declaró a la periodista Saily Sosa, Eumelio Alberto Donis García, director contable financiero de la entidad.

Y en cuanto a las posibilidades exportadoras, más que necesarias para la vida de la institución, afirmó el directivo: «Es imposible, en términos de costos, exportar y ser rentables. Las materias primas con precios centralizados subieron cinco veces. Si eso es así con el mango y la guayaba, ¿qué podríamos hacer nosotros con la piña o los cítricos (más costosos en su producción)? Los precios fijados para los insumos hacen irrentable cualquier producción».

A fin de cuentas… ¿QUÉ?

«Muchas veces se ha intentado lograr que las viandas, las hortalizas, los granos y las frutas estén al alcance de todos los cubanos, “pero por diferentes causas nunca se ha materializado este objetivo, que es complejo, pues se requiere —además de recursos materiales y financieros— organización, voluntad, inteligencia y el entendimiento de todos los participantes; unido a la integralidad en los análisis para planificar de manera local una producción continua, diversificada, con calidad y suficiente para satisfacer las necesidades de la población”», admitió la vicepresidenta de la Comisión Agroalimentaria de la Asamblea Nacional del Poder Popular (ANPP) Yanisbel Sánchez Rodríguez, en 2018.

«Que cada cubano pueda acceder a 15 libras de viandas, 10 de hortalizas, 2 de granos y 3 de frutas todos los meses, constituye un propósito del Programa de Autoabastecimiento Municipal, estrategia en función de la soberanía alimentaria en el país», reportó la ACN en 2019.

Casi al cierre de 2020, el segundo secretario del gobernante PCC, José Ramón Machado Ventura, reconoció en Santiago de Cuba que «hasta ahora, se ha venido trabajando en base a planes, pero eso no es lo que resuelve, porque generalmente esa planificación queda en los municipios por debajo, tanto de las necesidades, como de sus potencialidades».

Para investigadores como Pedro Monreal y Mario Valdés Navia, una clave imprescindible para comenzar a revertir la ineficiencia del agro en la isla estaría en acabar de liberar las micro, pequeñas y medianas empresas (mipymes). «El modelo que ha regido la agricultura durante tantos años debe hacerse a un lado. Si quienes la dirigen hasta hoy sin resultados no aceptan nuevos enfoques deben hacerse a un lado también», opinaba recientemente el también economista y profesor Oscar Fernández.

El intelectual pinareño David Horta lo resume con más radicalidad: «A Cuba le hace falta una nueva Reforma Agraria, una en la cual al que produce no solo se le reconozca la propiedad simbólica de la tierra, sino que con ella se le devuelvan todos los derechos sobre la tierra, y sobre lo que la tierra produce. Cuba no necesita más “mercados libres campesinos”, Cuba lo que necesita es un mercado de campesinos libres».

*El nombre de los entrevistados ha sido cambiado para proteger su identidad.

La escasez de alimentos marca la cotidianidad de los hogares en Cuba. A pesar de que el Gobierno declare el tema como de “seguridad nacional”, el agujero en la dieta, como el dinosaurio de Monterroso, sigue estando tristemente ahí.

 Las autoridades encargadas han proclamado estrategias para potenciar la producción agropecuaria y destinaron recursos financieros a la producción de arroz, frijoles, huevos, leche, carne de cerdo, ganado menor; pero muchos años de políticas fallidas, absurdos y burocracias incomprensibles han puesto a los cubanos en una situación de zozobra permanente.

 El campo es un problema estructural en el país y para entender las complejidades de la producción, distribución y consumo de los productos agrícolas, elTOQUE, en alianza con CONNECTAS, presenta este cuarto reportaje que permite responder algunas preguntas de primer orden sobre el tema:

 ¿Cuáles son los avatares cotidianos de la producción y el consumo de alimentos en la isla? ¿Qué barreras y estímulos se encuentran quienes luchan por la tan deseada autonomía nutricional? ¿Cómo los megaproyectos económicos de estos rubros se aterrizan (o no) en las cocinas domésticas? ¿Qué soluciones a tan espinosos asuntos se avizoran a mediano y largo plazo?

 

Jesús Arencibia Lorenzo. Licenciado en Periodismo y Máster en Ciencias de la Comunicación. Diplomado en Humanismo y Sociedad. Docente de la Universidad de La Habana. Autor de A la vuelta de la esquina. y La culpa es del que no enamora. Claves de Periodismo y Comunicación desde América Latina. Actualmente se desempeña como profesor adjunto en la Universidad de Pinar del Río Hermanos Saíz Montes de Oca y colaborador de varios medios de prensa.
Periodista cubana. Licenciada en Periodismo, Educadora popular y editora web. Se ha enfocado en el periodismo de datos, las visualizaciones interactivas y el periodismo de investigación. Hace foco en temas de política, participación popular y ciudadanía. Ha colaborado con medios digitales como Progreso Semanal, Periodismo de Barrio y Postdata. Actualmente es editora en el Toque.