Recientemente estuvo bajo el ojo del huracán la directora del Fondo Monetario Internacional Kristalina Georgieva, tras señalamientos de que actuó en favor de la República de China cuando ocupaba un alto puesto en el Banco Mundial. Una investigación independiente concluyó que, cuando era la directora ejecutiva del BM, Georgieva estuvo entre los responsables del organismo que presionaron al personal para modificar datos y así favorecer a ese país en la edición del 2017 en el informe anual “Doing Business”, como una forma de asegurar el apoyo chino en la ampliación de capital que buscaba el banco en ese entonces.
Los comentarios no se han hecho esperar, tanto a favor como en contra, incluyendo la revista The Economist, pidiendo la renuncia de Georgieva. Una de esas voces que salió en su defensa fue el laureado Joseph Stiglitz, quien a su vez también fungió como gobernador del Banco Mundial. Stiglitz argumenta que el informe no refleja con precisión lo que realmente sucedió; incluso mencionó al actual presidente David Malpass cuando ocurrieron las irregularidades en los datos relacionados con la calificación de Arabia Saudita bajo su liderazgo, y el intento de modificar la forma del cálculo del índice, lo cual amenazaría el índice de rango de la potencia asiática.
Creemos que este no es el momento para la rivalidad burocrática, como decía Stiglitz, y mucho menos para la intriga política
A la luz de esa investigación el BM eliminó los rankings de Doing Business, que clasificaban a los países en función de sus regulaciones comerciales y reformas económicas, mientras el FMI realizó las investigaciones correspondientes concluyendo que la economista búlgara no mostro ningún comportamiento inadecuado en el reporte del 2017, de modo que independientemente de si las acusaciones son ciertas o no, la realidad es que es un duro golpe a la credibilidad del BM. Muchos incluso han dejado entrever que eso no es más que otro episodio de las supuestas rivalidades entre el BM y el FMI; y, como siempre, no han faltado quienes, tratando de pescar en mal revuelto, han llamado a la eliminación de estos dos organismos multilaterales, que entienden han fracasado al mermar numerosas oportunidades económicas vía préstamos ante la “imposición” de préstamos de monedas fuertes.
A esas críticas podríamos decirles que estamos siendo prisioneros del momento, pues todo tiene sus luces y sus sombras, más aún en instituciones que viven sumergidas en la toma de decisiones con efectos tan trascendentales de carácter global, pues pueden exhibir numerosos logros que han traspasado fronteras.
Así tenemos que cuando escuchamos el nombre de esos organismos mundiales, no son pocos los que les dan una connotación de intervencionismo con la importación de políticas exógenas, particularmente en el caso del FMI, señalando que aún persiste un sabor amargo en América Latina producto de la crisis de deuda pública de los 80s, y la forma como el Fondo abordó la situación, estableciendo acuerdos de condicionalidad alta para restablecer el crecimiento en contextos de endeudamiento extremo, al igual que el impacto social ante ajustes estructurales tales como el cambio a la libre flotación cambiaria.
Sin embargo, ese vínculo sobre todo con los países emergentes ha tomado otro curso, de manera especial en el caso del Banco Mundial, al conducir políticas impulsadas por Robert McNamara a principio de los años 70s que no florecieron sino hasta los 90s, con el financiamiento de más 10,000 proyectos de infraestructura, vía crédito y empujando la generación de energías renovables, como además proyectos para el acceso al agua potable, facilitando así el comercio y la integración comercial global.
En tanto, en el caso del FMI, hemos presenciado la transformación a un organismo mucho más proactivo y pragmático en sus acciones, quizás producto de errores del pasado. Ahí tenemos el reciente caso de la aprobación de cara a la pandemia, de la asignación histórica de derechos especiales de giro (DEG) equivalente a US$650,000 millones, al igual que de su rol vital ante la crisis financiera global del 2008, duplicando sus niveles de acceso a financiamientos en más de un 100%, en función a la cuota de cada país, lanzando la línea de crédito flexible, ofreciendo financiamiento precautorio ilimitado y sin condicionales .
Los hechos están ahí, el FMI es un garante de la estabilidad de la balanza de pagos, mientras el BM es un gran promotor del desarrollo y la prosperidad en países emergentes. Creemos que este no es el momento para la rivalidad burocrática, como decía Stiglitz, y mucho menos para la intriga política, pues en momentos tan delicados y sensibles como los que vivimos, es justamente cuando más el mundo urge de la mano de ambos organismos internacionales.