Sin lugar a dudas que la noticia que ha dominado los medios informativos en los últimos días ha sido la retirada de las tropas norteamericanas de Afganistán. Confesamos que al ver las imágenes de lo que ha estado aconteciendo, nuestra primera reacción ha sido remontarnos al conflicto bélico que se inició en el 1955 muy conocido como la Guerra de Vietnam y decirnos que ese es el “Vietnam de nuestra generación”, pues entendemos que asesta un golpe moral a los Estados Unidos, incluso tal vez con ramificaciones más complejas y significativas que en Vietnam.
Ciertamente que los conflictos en Afganistán no son cosas de ahora, pues allí se han registrado duras luchas desde gran parte del siglo XIX con una agresiva rivalidad entre el imperio británico y Rusia por el control de Asia Central. Dos siglos después este mismo país atraviesa por nuevos afanes de intereses regionales e internacionales, tal como lo explica con toda claridad Zbigniew Brzezinski en su libro “The Grand Chessboard”.
Como es de conocimiento público, la razón inicial de EE.UU. para invadir Afganistán fue por los ataques del 11 de septiembre del año 2001, y la muestra de complicidad y protección de los talibanes a la red terrorista Al Qaeda. Sin embargo, con premeditación o no, se convirtió luego en una zona de importancia geopolítica, al neutralizar la propagación de actos terroristas y simultáneamente que su presencia en el Asia Central impulsaría la democracia, como también de manera gradual el impulso de un sinnúmero de reformas, incluyendo los derechos de la mujer, justificando, como parte de su misma estrategia, la presencia militar norteamericana que implicara una logística con una abultada asistencia económica, limitando la presencia rusa, china y hasta iraní en el país. Obviamente que también se temía una catástrofe humanitaria en la región, que hoy parece una realidad inminente.
Afganistán tiene el suministro de litio más grande del mundo, que es un elemento fundamental e insustituible para fabricar baterías que se utilizan en automóviles eléctricos.
Ahora bien, con el retiro paulatino de las tropas norteamericanas y el desplome súbito del gobierno del presidente Ashraf Ghani, la pérdida de unas 241,000 vidas, y un gasto de más de US$ 2 billones en los últimos 20 años, se pone en tela de juicio la certeza de lo sacrificado, aunque visto desde otra perspectiva y sin pretender que EE.UU. deba jugar a ser “el policía del mundo”, estamos en presencia del peligro que asoman los derechos adquiridos por la mujer como el de la educación, el trabajo, y otros que dejarían la “cancha abierta” a los intereses chinos y rusos.
Para Rusia, tal como comentaba la semana pasada Seth Johns, del Centro de Estudios Estratégicos Internacionales (CSIS) con sede en Washington, su principal interés es contrarrestar la influencia de los EE.UU. en el área, aunque no es un secreto que a Rusia no le agrada la idea de la propagación del Estado Islámico al norte de Afganistán, pues pondría en riesgo sus intereses y el de sus aliados.
Es de observar que las intenciones de China van mucho más allá que la de los rusos, al ser Afganistán una región rica en minerales, sobre todo en cobre, cobalto y litio. Tenemos que, en el caso del litio, de acuerdo a un reporte del New York Times, bajo el título: “U.S Identifies Vast Mineral Riches In Afghanistan”, que se señala el área como el futuro Arabia Saudita del litio. Afganistán tiene el suministro de litio más grande del mundo, que es un elemento fundamental e insustituible para fabricar baterías que se utilizan en automóviles eléctricos. Asumiendo que el país asiático controlara estos minerales, se estima que dominaría el 85% de las tierras raras que consume la industria del mundo, lo que le daría una ventaja estratégica en los precios globales. Otro posible escenario, que no se descartaría, seria la construcción de un oleoducto de gas natural para comunicar el centro de Asia con el sur del Asia.
Si lo analizamos desde la óptica de la inestabilidad de la región y asumiendo que el talibán no cambia sus formas “tradicionales”, a largo plazo esa misma inestabilidad puede a la vez propagarse en la región del Medio Oriente, perjudicando tanto a China, Rusia, y a los propios norteamericanos, sobre todo en el consumo de los derivados de petróleo que son hipersensibles a la incertidumbre, producto del terrorismo y arbitrariedades del pasado.
Al final, el duro golpe de Vietnam desmoralizó a toda una generación norteamericana, y eventualmente contribuyo a los efectos de una cuasi hiperinflación en la década de los 70s; sin embargo, el temor a posiciones radicales no perseveró, sino que en Vietnam eventualmente se impulsaron políticas de economía de mercado. En el caso de Afganistán creemos que hay mucho más en juego como lo es el control de suministros de materias primas, retrocesos en derechos individuales, y que la región una nueva vez se convierta en un santuario de actos terroristas. ¡Definitivamente hay mucho en juego!