De nuevo se reparten canastas navideñas, cajas de alimentos con logos del gobierno, y se repite en todo el mismo la misma práctica de antaño, de embobar a los pobres con estos “regalos”, para que en el año electoral que viene los “beneficiarios” se acuerden que los políticos reparten y se conduelen de los pobres.
Se podrá alegar que es una forma de hacer justicia. Se podrá decir que en navidad los pobres pueden recibir un obsequio de parte de un dirigente político. La Fundación Joaquín Balaguer está distribuyendo canastas, lo mismo que el ex presidente Leonel Fernández, y que el Plan Social de la Presidencia de la República reparte miles de canastas en todo el país, a un costo multimillonario.
Dentro de las canastas hay arroz, aceite, espaguetis, habichuelas, ron y alguna que otra bisutería de la navidad. Quienes distribuyen estas cajas tienen un concepto patrimonialista del Estado, y tal vez con razón entienden que quien recibe debe recordar en el momento electoral que le regalaron una caja navideña.
Ni los políticos modernos, ni las fundaciones que recuerdan muertos, ni el gobierno debería dedicarse a repartir estas cajas en forma oportunista. No resuelven ningún problema social, ni estimulan a las personas a trabajar y a buscar opciones de vida digna, con su propio esfuerzo. Estimulan la vagancia y el concepto de que el Estado debe entregar regalos, lo mismo que los políticos, que tienen recursos que todo el mundo sabe provienen de las arcas públicas.
Reforzar el clientelismo, el concepto del “dame lo mío”, de que la política se realiza en este país cuando se entregan estos “regalos” atrasa al sistema democrático, y profundiza la idea de que al gobierno se va a aprovecharse, a buscar riqueza, y que los pobres nunca podrán salir de la miseria, porque siempre tendrán que esperar estos regalos en tiempos navideños. Una vergüenza.