Haití es un país con escasas instituciones, y no ha podido resolver los serios problemas de gobernabilidad que por décadas le han afectado. Los dominicanos sabemos que mientras más problemas haya en Haití más migración habrá hacia la República Dominicana.

La crisis en Haití en este momento tiene que ver con los reclamos de sanciones para los funcionarios y políticos corruptos que desperdiciaron más de 3 mil millones de dólares de los fondos de Petrocaribe, y hoy no tienen absolutamente ninguna realización tangible para mostrar como evidencia de la inversión de tal cantidad de dinero.

Cada vez que hay elecciones en Haití hay incremento de la incertidumbre e inestabilidad política. El mandato del presidente René Preval concluyó con una crisis electoral en que el tercer candidato más votado, Michael Martelly, pudo convertirse en presidente de la República. Y no hubo solución en medio de la gravedad de la crisis haitiana. Martelly concluyó su mandato y no hubo posibilidad de realizar elecciones para sustituirlo. Jocelerme Privert fue escogido como presidente provisional por tres meses, para organizar las elecciones, y tardó un año. Entonces fue electo el joven Jovenel Moise.

La institucionalidad haitiana es muy precaria. Moise no ha podido organizar el gobierno, ni formar un gobierno eficiente. La sola elección del primer ministro es un dolor de cabeza, porque el presidente debe hacer negociaciones y ceder gran parte del poder. El Primer Ministro es en realidad el jefe del gobierno, en un régimen parlamentario como el haitiano. Las elecciones en que Moise fue electo apenas alcanzó una participación del 22% de los electores. El gobierno electo es de absoluta minoría, y el porcentaje de los haitianos que votó por Moise fue de apenas un 13%.

Jovenel Moise puede tener las mejores intenciones, y el programa más eficiente, pero las trabas institucionales le impiden llevar adelante su proyecto.

Los haitianos deben reformar su Constitución y salir del régimen parlamentario y crear un régimen presidencialista, en el que la institución presidencia de la República le resulte más efectiva y eficiente a la hora de tomar decisiones políticas e institucionales. Es decir, los haitianos deben quitar a los caudillos en el Congreso el poder que le han otorgado y entregarlo al poder ejecutivo, para que ese país pueda comenzar a resolver los muchísimos problemas que tiene.

La comunidad internacional, que antes se mostraba solidaria y dispuesta a brindar apoyo y a sostener programas contra el hambre, ya no parece tan dispuesto ni siquiera para debatir cómo ayudar a Haití. Los haitianos y sus líderes han debido darse cuenta de este desánimo internacional.

Los últimos hechos violentos han dañado significativamente la imagen de Haití. Las violentas manifestaciones de mediados de año, que implicaron la destrucción de fábricas y comercios de los haitianos de ascendencia árabe, en que se perdieron miles de millones de dólares, han demostrado que las castas y el odio racial funciona con mucha eficiencia y maldad en quienes auspician estas protestas.

Los hechos de violencia de los últimos días, con la aparición de cadáveres mutilados y el arrastre de cuerpos de ciudadanos por carreteras, también han sido muy dañinos para el gobierno y quienes desean hacer esfuerzos para ayudar a Haití. Se ha ido perdiendo el control, la seguridad desaparece, los políticos y caudillos se aprovechan del caos, y el país se va cada día más a la ruina.

Haití necesita un pacto político para cambiar su sistema de gobierno y olvidarse del régimen parlamentario que no ha sido productivo ni positivo. Los procesos electorales dividen profundamente a la sociedad, y cada grupo electo al parlamento tiene posibilidad de bloquear las reformas que el gobierno desee poner en marcha. Los haitianos deben intentar el cambio, porque de lo contrario se hundirán más en la imagen que ya tienen de nación fracasada e inviable.