El editorialista del Listín Diario hizo lo correcto al denunciar públicamente el intento de chantaje de una publicitaria que maneja cuentas del gobierno exigiendo mayor cobertura a las actividades del Presidente, como contrapartida a las páginas enteras de publicidad oficial que coloca semanalmente en sus páginas. La carta que el diario publicó para beneficio de sus lectores es un monumento a la imprudencia y una descomunal muestra de ignorancia de cómo funcionan los medios y el respeto que ellos se deben a sí mismo. Y la respuesta fue la esperada de un medio que se respete y valore su independencia en términos de jerarquización de cuanto pública. Una independencia ajena, por supuesto, al sentir y a los compromisos políticos o afectivos que un medio pueda tener en relación con los actores del proceso democrático.
El editorial es breve, preciso y contundente y debería servir de lección a quienes creen todavía que el periodismo es mercancía sujeta a los vaivenes de precios que se dan en los mercados. Es necesario convenir, sin embargo, que la infeliz iniciativa de la publicitaria no parece venida del cielo, sino que es común en nuestro ambiente mediático, donde reporteros son relacionistas públicos de las fuentes que cubren y algunas agencias se valen de su poder de colocación para obtener espacios privilegiados en algunos medios, con el visto bueno de socios internos, práctica desleal que afecta a competidores y al periodismo por igual, y que los medios deberían combatirla con vigor, para evitar que en un futuro, como pudiera llegar a suceder, sean las publicitarias y no los medios los que dicten sus pautas informativas. De hecho ya los anuncios sustituyen los titulares y noticias de primera página.
La carta rechazada por el Listín debe leerse, asimismo, en el contexto de una pugna ya no tan soterrada que se libra en el oficialismo con vista a las elecciones del 2016.