La sentencia del Tribunal Constitucional sobre la nacionalidad es y será un instrumento valioso para la reflexión sobre la sociedad que queremos ser.

Si somos ciudadanos espirantes a un Estado justo, donde cada quien reciba lo que le corresponde y en la medida de sus aportes, entonces habrá que pensar bien sobre el concepto que ha utilizado el TC para definir “ciudadanos en tránsito”.

Cuando alguien está en tránsito no permanece durante un largo período de tiempo, como ocurre con los dominicanos de ascendencia haitiana, que nacieron aquí, de padres haitianos, que vivían en el país, que trabajaron en el corte de la caña por acuerdos entre los gobiernos dominicano y haitiano, y que echaron raíces, estudiaron, se casaron, tuvieron hijos y se consideraron parte de la sociedad dominicana.

Esto aplica para los hijos de haitianos, pero también para los hijos de alemanes, franceses, libaneses, nortamericanos, españoles, italianos, canadienses y de cualquier otra nacionalidad, incluyendo a los japoneses y a los chinos, sin dejar de lado a los judíos.

Es un tema crucial de la sociedad dominicana a partir de la decisión del TC de desnacionalizar a miles de personas que nacieron, crecieron, se educaron y se entienden parte de la sociedad dominicana, con derechos adquiridos, y que desde el 2007 comenzaron a tener dificultades porque la Junta Central Electoral, mediante una resolución administrativa comenzó a negarles las actas de nacimiento y las cédulas de identidad.

El país fue condenado por la Corte Interamericana de Derechos Humanos. Es probable que vengan nuevas condenas. Podríamos ser objeto de la supervisión internacional, y hasta de la reciprocidad de algunos Estados, que son receptores de miles de dominicanos, documentos o no, que adquirieron derechos y que se insertaron y hasta lograron posiciones políticas relevantes.

Es un gran tema de discusión: