La navidad es un momento para la reflexión y la revisión de nuestro quehacer durante el año que finaliza. Los dominicanos y dominicanas estamos obligados a hacer esa reflexión con sinceridad y honestidad.
¿Qué ha sido lo que nos ha ocupado más tiempo y más preocupación? ¿La educación y su baja calidad, pese a los recursos y esfuerzos que se han hecho del 2013 en adelante? ¿Los bajos niveles de ingreso del 80 por ciento de la sociedad dominicana, que mantiene altos niveles de pobreza aún en personas con acceso al trabajo? ¿La esterilidad de los esfuerzos del gobierno en solucionar el problema eléctrico? ¿La poca calidad de los productos elaborados por empresas dominicanas y su bajo nivel de competitividad, ya sea por los altos costos y por nuestra escasa capacidad para ser competitivos?
Tal vez hemos dedicado mucho tiempo y el debate lo hemos enfocado en los asuntos de los partidos políticos. Que si la ley de partidos debe contener primarias abiertas o cerradas o cuál debe ser el organismo del partido que decida la modalidad de las primarias. O tal vez dedicamos excesivo tiempo a la Junta Central Electoral, a la designación de sus miembros, a los reglamentos para las primarias, ahora a organizar el padrón oficial de electores, o a las pugnas de los diferentes aspirantes de cada partido para conseguir la nominación presidencial.
Son temas que se han quedado como algo permanente, y que muchas veces dan la impresión de ser los más importantes para que definamos nuestra identidad como nación o el discurrir de nuestro futuro inmediato.
El otro tema ha sido, probablemente, nuestra relación con los haitianos o nuestra actitud hacia los migrantes haitianos, que atrapados por la miseria y la ingobernabilidad en su pedazo de la isla, no tienen otra opción que transitar el pequeño trayecto que los separa de la República Dominicana. Los haitianos han migrado y muchos se han establecido en la industria de la construcción, en la agroindustria, en los servicios, de la misma forma que los dominicanos lo hicieron en Estados Unidos, Puerto Rico, Venezuela o España.
Esa migración haitiana ha sido considerada ofensiva para algunos dominicanos. Otros la entienden un peligro, porque abarata la mano de obra y porque reduce la calidad de los alimentos, o porque supone una pérdida de la soberanía dominicana. Las autoridades son las que tienen que ofrecer respuestas con políticas públicas sobre el tema migratorio, con especial atención en la frontera con Haití. El gobierno es el responsable de administrar y determinar quiénes deben ser deportados y quiénes no. La economía dominicana necesita mano de obra extranjera, como antes la necesitó la industria azucarera. Uno de los sectores que más crece actualmente sigue siendo la construcción, que se sustenta en trabajo arduo y mal pagado, sin seguridad social, de los inmigrantes haitianos.
Salir a apresar haitianos, o agredirlos por vender servicios o productos en las calles, o negarles el servicio de transporte público es una aberración. Esa posición extremista no representa al pueblo dominicano. Quienes actúan con violencia contra los inmigrantes, y especial contra los haitianos, lo hacen porque desconocen o abandonan el espíritu solidario del pueblo dominicano. El gobierno es el responsable de tomar las políticas públicas, y jamás ningún ciudadano debe considerarse autorizado a maltratar o agredir a ningún ciudadano de ningún país por su condición de extranjero, sea italiano o haitiano.
República Dominicana vive, en parte del turismo, que aporta cerca de un 17% del PIB. Instituciones acreditadas han dicho que la mano de obra haitiana aporta cerca de un 6% del PIB. Los dominicanos en el exterior aportan también más de 7 mil millones de dólares por año en remesas que envían a sus familiares en el país. Y residen en otras naciones, donde se han organizado y hasta realizan actividades para reconocimiento de su identidad, como la gran caravana que realizan los dominicanos en Nueva York, cada año, y que encabeza el alcalde de esa ciudad.
Muchos temas nos han ocupado y nos seguirán ocupando en el año 2019, pero los extremos de los nacionalistas, que están llegando a las vías de hechos, incluyendo denigrar a los dominicanos que no comparten sus ideas extremas, representa un serio inconveniente para la convivencia en la República Dominicana. La sociedad dominicana no es la del odio acérrimo, ni la que postula por los pelotones de fusilamientos, ni la que sostiene su identidad en la negación vengativa de los haitianos,