Con este mismo título publicó Jennifer Juárez un reportaje en el diario The New York Times esta semana, tratando de describir el drama que se vive en ese país con la gran cantidad de cesáreas que se practican sin tomar en cuenta los peligros a las que son sometidas las mujeres. México ocupa el quinto lugar en el mundo entre los países que más cesáreas realizan.

No se sorprendan. México está preocupado porque ocupa el quinto lugar, pero la República Dominicana ocupa, deshonrosamente por mucho tiempo, el primer lugar en el mundo entre los países con cesáreas practicadas innecesariamente, sólo porque los profesionales de la salud prefieren, para ganar más dinero, hacer cesáreas que permitir el parto natural a las mujeres.

“República Dominicana encabeza el conteo mundial de los países con mayor proporción de cesáreas (un 56,4 por ciento). Le sigue Brasil, en segundo lugar, con un 55,6 por ciento. La tasa de México lo pone en quinto lugar, según un estudio comparativo en el que participaron científicos de la OMS, publicado en 2016”. Así queda dicho en el reportaje publicado por Jennifer Juárez en el diario de Estados Unidos.

En un artículo publicado en Acento la pasada semana, titulado Cesáreas al por mayor, Arismendi Díaz Santana comentó la propuesta de Juan Carlos Quiñones, médico y presidente de la Comisión de Salud de los Diputados, para modificar la ley de Seguridad Social y evitar tantas cesáreas. Escribió Díaz Santana:

He realizado estudios para varias ARS y al principio me escandalicé con la cantidad de cesáreas. En una, el porcentaje llega al 89%, lo que llama a serias reflexiones sobre esta tendencia, generalmente inducidas por los propios médicos.

En España representan el 22% en los hospitales públicos y el 36% en los privados. En Uruguay las cesáreas ascienden al 44,2%, cuando en 1997 era del 22%. En Argentina representan el 35% en los hospitales y el 50% en las clínicas privadas.

De acuerdo al Dr. Quiñones, este exceso se origina en que los médicos no desean  esperar mucho tiempo hasta que se produzca el parto natural, porque la “ARS no quieren pagar ese tiempo, sino la labor en el momento del alumbramiento”.

La solución a este asunto no es modificar ninguna ley, sino establecer normas claras sobre cuándo es posible hacer una cesárea, para beneficio de la madre y del bebé. Otra cosa es que la mujer prefiera y solicite la cesárea. Eso es libre elección, y no debe convertirse en imposición.

Jennifer Juárez explica que existe la creencia de que las cesáreas son inocuas, y que esta creencia es una de las principales razones por las que la práctica ha aumentado en América Latina. No obstante, esta intervención aumenta la probabilidad de hemorragia, de infección, de extirpación de la matriz y de lesiones a órganos vecinos.

En su larga carrera como ginecobstetra, Bremen de Mucio, asesor regional en Salud Sexual y Reproductiva de la Organización Panamericana de la Salud (OPS), ha consultado a parejas que solicitan cesáreas por diversos motivos no médicos, como que el hijo nazca el día que cumple años el abuelo e incluso en la fecha que cambia el signo zodiacal. Otros factores más contundentes, como el temor a la incontinencia posparto o al dolor de parir, pueden ser más difíciles de negociar con los pacientes, dice el especialista.

Entre los abordajes de Juárez al tema se encuentran los siguientes:

La hemorragia es la primera causa de muerte materna en el mundo y la segunda en México. Durante su embarazo, el médico nunca le había informado a Teresa Aceves sobre los riesgos de la cesárea, pero sí le advirtió sobre toda clase de peligros de un parto vaginal: que podrían apretarle el cerebro a la bebé con fórceps, causarle incomodidad e infecciones al limpiarle la vagina, dejarle un pedazo de placenta que se pudriera dentro del útero y que podrían atravesarse venas que el médico no alcanza a ver.

“Me vendió la cesárea como el mejor esquema para mí y para la bebé”, dice Teresa. “Como era mi primer hijo, le creí”.

Para el sector público, las cesáreas se traducen en pérdidas (en 2011, un reporte de la Comisión Federal de Mejora Regulatoria preveía que México podía ahorrarse 12.000 millones de pesos de 2011 a 2015 si se sustituyeran las cesáreas excedentes por partos). Pero para la iniciativa privada son ganancias, ya que una cesárea cuesta en promedio un 50 por ciento más que un parto, según la Procuraduría Federal del Consumidor.

Cuando Teresa le preguntaba a su ginecobstetra cuánto le cobraría por la cesárea, este evadía el tema y le contestaba: “Después, señora. Ahorita no; primero su salud”, recuerda Teresa.

En un estudio sobre violencia obstétrica en salas de maternidad, investigadores del Instituto Nacional de Salud Pública han documentado desde aventones a las piernas de una mujer parturienta que se retorció de dolor por un tacto vaginal, hasta insultos y alusiones a la vida sexual de las pacientes (“No lloren, aguántense, acuérdense cómo lo estaban haciendo, ahí sí lo gozaban”).

La violencia obstétrica se describe como la acción u omisión por parte del personal médico que daña física o psicológicamente a la mujer durante el embarazo, parto y posparto, como la negación de la atención médica; los tratos crueles o degradantes; la medicalización innecesaria y el obstaculizar el poder de decisión informada sobre estos procesos.

No es un problema exclusivo de las cesáreas, pero sí uno compartido en América Latina. En una investigación publicada en 2012, cuatro de cada diez mujeres en la tercera maternidad más grande de Argentina reportaron maltrato verbal; ocho de cada diez ruptura artificial de membranas y un 96 por ciento medicalización para acelerar el parto.

La violencia obstétrica y el fenómeno de las cesáreas innecesarias tienen un carácter casi invisible y, al mismo tiempo, institucional, debido a la conjunción de elementos asimilados en la cultura y las prácticas enquistadas y naturalizadas, como la educación médica jerarquizante, una relación dispar de poder entre médico y paciente, los intereses económicos, la saturación del sistema y la carencia de métodos eficaces de denuncia y reparación del daño.

Concluimos con Arismendi Díaz Santana:

La fiebre no está en la sábana. La tasa de cesáreas innecesarias sólo se reduce mediante políticas y protocolos que determinen cuando una cesárea es necesaria para la madre y el hijo. Ojalá el Dr. Quiñones proponga una modificación de la Ley General de Salud para reducir las cesáreas al por mayor.