Han transcurrido ya 58 años del malhadado golpe de Estado que depuso el Gobierno de apenas siete meses del profesor Juan Bosch, entonces líder del Partido Revolucionario Dominicano (PRD), y todavía la sociedad dominicana no se repone de aquel rudo trastazo a la incipiente democracia post la dictadura que se impuso sobre el pueblo dominicano por más de 31 años.

Cuando observamos muchos de los males que todavía impiden que el pueblo dominicano disfrute de una sociedad más justa y próspera, es necesario pensar en que aquellos polvos trajeron estos lodos.

Es lo que enseña la Historia. Una sociedad que, no importa que fuera a trompicones, iba a marchar hacia la instauración de un sistema político que negara los oscuros postulados de la tiranía de Trujillo vio arrancar de cuajo su primer experimento democrático en mucho tiempo.

A consecuencia de ello, ese grave traspié produjo sucesos cuyas derivaciones lastran todavía el avance institucional del país.

Tras el ajusticiamiento del dictador, el país era una enorme hacienda del atraso social, dominada por una poderosa élite de la oligarquía que usufructuaba a placer una economía agroexportadora. La asunción de Bosch vendría a reordenar muchas cosas en un país que aún no estaba preparado para afrontar una sacudida institucional como la que propiciara el flamante Presidente.

De no haberse producido aquel Golpe de Estado la sociedad habría avanzado mucho más en una agenda que estaba destinada a establecer una democracia que tuviera menos imperfecciones que la actual.

Iniciativas como el precio tope al azúcar y una Constitución progresista que no mencionaba el Concordato con el Vaticano, promovía la educación laica, auspiciaba la participación obrera en los beneficios empresariales, cerraba grifos de corrupción, entre otros avances, fueron demasiado para una élite acostumbrada a acumular sin repartir y a valerse de ventajosas relaciones con el poder político.

Los poderosos Señores de la Tierra, concesionarios, generales nostálgicos del Jefe, y el Clero Católico se sumaron en un abominable complot junto a Washington, que ante una Cuba que empezaba una revolución que entonces creó muchas esperanzas, veía en Bosch un Presidente cuya amplia visión de estadista superaba el estrecho marco de la Casa Blanca en naciones a las que prefería mantener subordinadas, no independientes.

De madrugada, la bestia del Coup d’etat  se deslizó rastrera por los pasillos del Palacio Nacional y desde ese momento el país sería otro. Como si se hubiesen despertado todos los demonios, la interrupción del orden institucional traería, consecuentemente, un gobierno de facto corrupto y sanguinario, la Revolución de Abril que pretendió reponer al legítimo presidente Bosch y una negociación posterior que solo hizo revivir con nuevas formas un trujillismo ilustrado en la persona del presidente Joaquín Balaguer.

Una revisión sucinta de nuestro acontecer hasta el presente revela que de no haberse producido aquel Golpe de Estado la sociedad habría avanzado mucho más en una agenda que estaba destinada a establecer una democracia que tuviera menos imperfecciones que la actual.

Cierto que se han alcanzado logros relevantes. La sociedad dominicana se ha situado como una nación con visibles muestras de progreso. Pero la ocurrencia de aquel suceso que hoy cumple 58 años debería quedar como una lección marcada en la mente y el corazón de cada dominicano. Porque todavía quedan rémoras de un golpe del cual no nos reponemos del todo.

 

Es un deber no olvidarlo. Para que no se repita.