El Comité Editorial del diario The New York Times publicó este documento esta semana, cuestionando la nueva política de la administración norteamericana de brindar apoyo a la industria de los sustitutos de la lactancia materna, que tiene un costo de 70 mil millones de dólares, con lo que se pone en riesgo la vida de miles de niños y niñas en los países en desarrollo. Es un cambio radical en las políticas sociales del gobierno de los Estados Unidos. Todo el mundo está de acuerdo, por las investigaciones científicas, de que la lactancia materna salva vidas, y de que es un poderoso instrumento contra la desnutrición y las enfermedades oportunistas que afectan a los recién nacidos.
Apoyamos con toda firmeza este editorial del principal diario de los Estados Unidos.
El intento de los delegados estadounidenses en la Organización Mundial de la Salud de hundir o deshacerse de una resolución que busca promover la lactancia materna en los países no desarrollados representaba tantas cosas: era una posición acosadora, anticientífica, proindustria, en contra de la salud pública y corta de miras, por mencionar solo algunos aspectos.
Pero no sorprendió. De hecho, es solo uno de los ejemplos más recientes del sello del gobierno de Donald Trump que atormenta a los países más débiles al hacer a un lado las preocupaciones de salud pública para servir a los intereses de las empresas poderosas. La industria de la fórmula láctea tiene un valor de 70.000 millones de dólares y, debido a que la lactancia materna se ha vuelto popular en los países más desarrollados, ha puesto sus expectativas de crecimiento en los países en desarrollo.
Como The New York Times reporteó, la resolución solamente enunciaba que la leche materna es la alternativa más saludable para los niños y que se debían tomar pasos para minimizar la promoción imprecisa de sus sustitutos.
La aseveración de Trump este lunes en Twitter —en la que decía que las mujeres necesitaban tener acceso a la fórmula láctea debido a la desnutrición— desafía tanto a la ciencia como al sentido común: es apabullante la evidencia de que la leche materna es la alternativa más nutritiva para los bebés, y por mucho. Entre sus beneficios, tiene la posibilidad de prevenir enfermedades diarreicas e infecciones respiratorias, que son frecuentes en países de ingresos bajos.
La falta de ética en las prácticas de mercadotecnia usadas por los productores de fórmula es un problema de larga data y bien establecido que ha contribuido a un descenso de la lactancia en los países de bajos ingresos. En 2015, menos del 40 por ciento de los bebés menores de 6 meses de edad eran lactados en los países en desarrollo. Duplicar esa proporción podría salvar cientos de miles de vidas.
Es cierto que para algunas familias la fórmula láctea puede ser fundamental, pero también es menos nutritiva que la leche materna en todos los sentidos. Entre otras cosas, no contiene los anticuerpos que la leche materna sí tiene. En los países en desarrollo, esas deficiencias pueden tener un impacto devastador en la salud de los niños.
Ecuador estaba listo para presentar esta medida cuando Estados Unidos amenazó con “medidas comerciales punitivas” y el retiro de ayuda militar crucial, a menos que el país desistiera de presentarla.
Al final, triunfó el sentido común en esta ronda de acoso y la resolución pasó sin mayores cambios, por raro que parezca, gracias a Rusia. Pero los funcionarios estadounidenses están usando estas mismas tácticas en otras situaciones similares; por lo que persiste la preocupación de que puedan tener éxito en esos frentes.
En marzo, los representantes comerciales de Estados Unidos amenazaron con retirar el apoyo al acuerdo de paz colombiano y el encumbramiento de Colombia en la Organización para la Cooperación y Desarrollo Económicos (OCDE), a menos que los funcionarios colombianos de salud desistieran en varios esfuerzos por reducir los precios de los fármacos de prescripción. Las medidas que Colombia está considerando han sido autorizadas por la Organización Internacional del Trabajo, pero las farmacéuticas han presionado a los países para que no las apliquen, con ayuda de los representantes comerciales estadounidenses.
Los funcionarios estadounidenses han propuesto cambios a la política comercial mundial que prohibirían ese tipo de medidas, lo que también frustraría otros esfuerzos para ampliar el acceso a fármacos nuevos y muy necesitados para combatir la tuberculosis. Esta aún tiene niveles de epidemia en varios países de ingresos medios y bajos y causó la muerte de 1,7 millones de personas tan solo en 2016, según la Organización Mundial de la Salud.
Es tentador llamar trumpiano a este acercamiento a la salud pública solo porque tiene todos sus rasgos característicos: una actitud reverencial ante las compañías ricas y poderosas, el menosprecio a las necesidades de la gente pobre o enferma y ninguna atención a las consecuencias de largo plazo. Sin embargo, aunque no hayan triunfado del todo con la fórmula para bebés, otros gobiernos estadounidenses son tan responsables como el actual en lo que atañe a los fármacos.
Las administraciones de Obama y Clinton también intentaron mantener los precios altos de los medicamentos en los países de bajos ingresos; el de Obama, al impedir el mercado de los genéricos en la India y otros países, mientras que el de Clinton apoyó políticas que mantuvieron el precio del medicamento contra el VIH mucho más alto de lo necesario.
En el caso del VIH, la constancia de las protestas mundiales lograron cambiar la opinión pública y el curso de la historia de la medicina. Estados Unidos trabajó en las excepciones para los medicamentos contra el VIH y permitió que surgiera un mercado de fármacos genéricos que redujo dramáticamente la epidemia.
Si los funcionarios estadounidenses hubieran triunfado en el caso de la lactancia, el resultado sería fácil de prever: la gente sufriría; los ingresos de las empresas, no.
Fuente: https://www.nytimes.com/es/2018/07/10/editorial-trump-lactancia-formula/