Hace ya muchos años el emblemático director de Listín Diario, Rafael Herrera, escribió un polémico editorial, rechazado por una gran parte de quienes lo leyeron y comentaron, en el que decía que en la sociedad dominicano “todos somos corruptos”.
Comentaba el editorialista la campaña desatada por un grupo de abogados y ciudadanos, con apoyo del gobierno de Joaquín Balaguer (1986-1990), contra el saliente presidente de la República Salvador Jorge Blanco. Se acusaba al expresidente de haber ensuciado sus manos con las compras de piñas, equipos militares y otros negocios gubernamentales, por montos que excedían los 17 millones de pesos.
Y Rafael Herrera quiso jugar con las imputaciones, generalizó esa versión dramatizada que se divulgó y que fue ensalzada por el gobierno del presidente Balaguer para tratar de enterrar al Partido Revolucionario Dominicano. Todos los lunes el presidente Balaguer visitaba alguna comunidad, y los funcionarios eran escogidos para denunciar la corrupción del gobierno pasado. Aquel espectáculo se hizo común, las denuncias se hicieron famosas y se creó la imagen que aún persiste de que los perredeístas eran ladrones consuetudinarios.
Con José Francisco Peña Gómez de candidato presidencial, en las siguientes elecciones de 1990, el PRD sacó solo un 23%, Balaguer compitió con Juan Bosch, le robó las elecciones mediante el fraude, pese a que los peledeístas se promovían como los más impolutos de la política, los más capaces, los más honestos y la nueva generación que venía a liberar el país de las trabas del atraso, la deshonestidad y el analfabetismo. Fue la época en que el país era dividido entre peledeístas y corruptos.
La encuesta Penn, Schoen & Berland acaba de decir que los ciudadanos dominicanos reconocen a los gobiernos del doctor Leonel Fernández como los más corruptos de todas las gestiones administrativas. Y entre los políticos más corruptos en la percepción pública se encuentran Félix Bautista, Leonel Fernández y Víctor Díaz Rúa, respectivamente, en ese mismo orden.
Bautista es senador por San Juan de la Maguana, y es secretario de organización del PLD. Fernández es presidente del PLD, y es aspirante a la nominación presidencial por ese partido, además de que ha sido tres veces presidente de la República. Díaz Rúa es el secretario de Finanzas del PLD, y fue ministro de Obras Públicas y director del INAPA en las dos últimas gestiones de Leonel Fernández.
Lo que se habla ahora es de miles de millones de pesos de la corrupción. Ya no se habla de corrupción con la compra de piña, sino de sobornos en la compra de aviones, por millones de dólares. Ya no es Rafael Herrera que dice que todos somos corruptos, ahora es Transparencia Internacional que dice que RD tiene una corrupción crónica, y el diario The Wall Street Journal que denuncia el soborno a militares y senadores dominicanos.
No es cierto, como quiere decir Félix Bautista, que aquí hay corrupción por todos lados, y que finalmente, todos somos culpables, y por tanto a todos hay que investigar, no solamente a él. Esa versión es la derrota moral de la sociedad dominicana.
Pero vaya usted a ver cuántas coincidencias se producen. Ahora el senador denunciado, el ingeniero Félix Bautista, dice que hay montañas de expedientes y denuncias de corrupción en el gobierno de Danilo Medina y que no se investigan, sino que lo imputan a él como corrupto para afectar las aspiraciones presidenciales de Leonel Fernández.
Y seguro que en las próximas horas o días comenzará un espectáculo de denuncias de corrupción, que involucrará a porsonajes de la pasada y la presente administración, a los cuales no se les ha investigado, para demostrar que la persecución es selectiva, como ha denunciado Félix Bautista, y que son muchos los corruptos y no solo los que se tienen procesados por el Ministerio Público.
En medio de este contexto será cuando el editorial del emblemático Rafael Herrera tenga vigencia, 35 años después, pues es ahora cuando la corrupción se ha convertido en un deporte que todo el mundo practica y quiere practicar, porque en las gestiones de gobiernos del Partido de la Liberación Dominicana se ha generalizado.
Igual que el rechazo que tuvo aquel editorial habrá que volver a decir que no todo el mundo es corrupto, y que el país hay partidos, instituciones, personas y grupos de presión y empresariales con valores, que siguen pensando que la corrupción -como el narcotráfico- lo corroe todo y daña el sistema democrático y hace daño especialmente al régimen de convivencia del país.
No es cierto, como quiere decir Félix Bautista, que aquí hay corrupción por todos lados, y que finalmente, todos somos culpables, y por tanto a todos hay que investigar, no solamente a él. Esa versión es la derrota moral de la sociedad dominicana.
Aquí hubo corrupción en gobiernos anteriores, incluyendo las administraciones de Balaguer. Fue él quien dijo que la corrupción se detenía en la puerta de su despacho. Los presidentes que le han seguido no tienen mucha moral para decir lo que dijo Balaguer. Hay muchos datos que indican que la presidencia ha sido cómplice de muchos desmanes, ha sido pasiva pese a que los gobernantes han tenido y siguen teniendo datos específicos de actos de corrupción. Todo acto de corrupción es un daño al país, es un atentado a la democracia, es una condena a los pobres, es un arrebato a la educación y un golpe a la decencia.
Este país tiene que institucionalizarse. Los jueces corruptos responden a los políticos, y cumplen los deseos de los políticos. Un juez que no quiera condenar la corrupción es un juez corrupto, y cuando haya posibilidad tendrá que atenerse a las consecuencias de no haber querido ver los datos que son evidentes, de enriquecimiento ilícito y de muchas otras barbaridades, incluyendo el lavado de activos. Como dice el pueblo aquí nos conocemos, y el país conoce al cojo sentado y al ciego con lentes oscuros.
La culpa por la corrupción la tienen que pagar los corruptos y sus cómplices. La condena la tiene que producir la justicia, si quiere cumplir su rol y hacerse notar como necesaria y útil en un país que reclama a gritos jueces honrados y responsables, que no tapen la impunidad. Por el país y por la historia familiar y social.