El peor de los sentimientos que puede albergar una sociedad es el de la derrota. La derrota frente al crimen organizado, la derrota frente a la delincuencia, la derrota frente a la corrupción, la derrota frente al desafío de resolver los males ancestrales en educación, salud, servicios municipales.
Y es muy probable que el sentimiento de derrota de la sociedad dominicana se esté extendiendo más, mucho más de lo que las autoridades dominicanas perciben. El dominicano es un pueblo alegre, expresivo, siempre dispuesto a echar hacia adelante, pese que en nuestra intelectualidad del pasado hemos tenido pesimistas reiterativos y convencidos, que ni siquiera nos otorgan la categoría de pueblo.
Como muy bien lo explicara José Lois Malkún esta semana, en un artículo publicado en este diario: sorprende extraordinariamente que muchos dominicanos sigan haciendo intentos por lanzarse a la mar para irse a Puerto Rico, pese a que los puertorriqueños están pasando todavía por momentos de agobio luego de los huracanes Irma y María, y pese a que los mismos puertorriqueños se están marchando por cientos de miles hacia territorio continental de los Estados Unidos.
Pese al crecimiento económico, pese a la prosperidad de la que habla la propagando oficial dominicana, pese a las visitas sorpresas del presidente todas las semanas, los dominicanos seguimos buscando una oportunidad para salir huyendo del paraíso que el gobierno dice que ha construido.
La mitad de los dominicanos quiere irse del país, de acuerdo con los resultados de una encuesta Gallup que se publicó en diciembre pasado. Y la Oficina Nacional de Estadísticas confirmó los datos con cifras de un contexto internacional que se pensaba que superábamos. El sueño de migrar para los dominicanos es más alto que para los nacionales de Nigeria (48%), Armenia y Honduras (47%); y Siria y Kosovo (46%).
Y no es extraño encontrar a profesionales que han sido exitoso en el desempeño de sus labores y profesiones expresar su pesadumbre por no haber abandonado antes el país. Ese sentimiento de derrota es cada día más notable después del 2010. Las personas tienen la idea que que el país va mal y que se pondrá peor, pese a los casos de países que se han destruido en los últimos años, como el patético caso de Venezuela, o el caso de Nicaragua, donde hay violencia, represión y condiciones precarias para las personas independientes que no están adheridas al gobierno de turno.
Tampoco es extraño encontrar funcionarios honestos muy preocupados por los niveles de corrupción que observan en la administración pública, y que les resulta imposible hacerle frente porque es tanta y tan poderosa que ya parece imposible detener ese cáncer.
Los dominicanos tenemos todavía democracia y sus instituciones formalmente están funcionando, hay un sistema electoral y la alternancia política se encuentra entre las instituciones fuertes, pese a que el continuismo es poderoso y cuenta con más recursos que nadie. Eso nos salva todavía. Pero de lo que no podemos salvarnos es de esa sombras que nos cubre, que nos ciega, que nos inquieta y nos duele: la sensación de que vamos por mal camino y que podríamos tropezar y destruir lo poco que hemos logrado, por seguir las ambiciones desmedidas de unos cuantos.