La democracia se sustenta en pesos y contrapesos. Un régimen político en donde la disputa por el poder lleva siempre los mejores al gobierno, y en donde los opositores juegan el rol de impulsar los aspectos positivos que el gobierno no está tomando en cuenta.
Para ello hay mecanismos, como el Congreso Nacional, en donde los miembros de las fuerzas de oposición de expresan, juegan un rol de sanción moral o de resistencia. También se cuentan los sindicatos de trabajadores, las organizaciones empresariales o las entidades de la sociedad civil, que aspiran a una sociedad mejor gobernada.
En la República Dominicana la democracia se debilita constantemente. No hay una fuerza opositora determinante, con poder de influir para que el gobierno cumpla sus promesas de campaña, o para que en el Congreso le hagan ver a los gobernantes que van por mal camino. Y cuando la fuerza opositora resulta insuficiente, o ineficiente, el partido de gobierno se va quedando solo.
No es lo que ocurre en España, en donde el partido opositor más importante, el Socialista Obrero Español (PSOE), solicita la renuncia del presidente del gobierno por ser parte de un entramado de corrupción. Las denuncias son generalizadas y las movilizaciones están haciendo ver al gobierno que no será posible cumplir con su programa de recuperación económica. O lo que ocurre en los Estados Unidos, en donde los legisladores opositores, del Partido Republicano, han llevado al gobierno a una transacción con el tema presupuestario.
Desde hace tiempo la República Dominicana perdió su partido de oposición. Esa fue la gran ventaja que tuvo Leonel Fernández como presidente, pues el líder del partido de oposición, Miguel Vargas Maldonado, pactó reformas políticas a la espalda de los órganos de dirección del PRD, y la fuerza opositora y el esfuerzo por hacerse notar en la acera del frente del gobierno, se fue a pique.
Vargas Maldonado pactó con Leonel Fernández la sustitución de la Suprema Corte de Justicia, la conformación del Tribunal Superior Electoral, del Tribunal Constitucional y de paso, hasta la continuidad de los jueces de la Junta Central Electoral, que debieron ser cambiados y no se produjo el cambio.
El PRD sigue siendo una incógnita para la sociedad dominicana. Está fraccionado, con un presidente aferrado al cargo, que no puede reunir los organismos que encabeza y que se niega a convocar una convención democrática, y otro grupo de dirigentes, mayoritario, a la cabeza de Hipólito Mejía, que se proclamó líder de la oposición, pero que no ha jugado ese papel por los avatares internos de su partido en los que está como uno de los protagonistas.
No hay oposición significativa. El PRD obtuvo el 47% de los votos en las últimas elecciones, pero eso no representa nada. Casi la mitad de la población total de votantes le favoreció, y eso no es capitalizado por ese partido, que cada día pierde más consistencia y credibilidad.
Lo que se piensa y se cree es que Leonel Fernández, como jefe o ideólogo del Tribunal Superior Electoral es quien decide el comportamiento de ese tribunal. Sería insólito que fuera cierto. Sería una aberración institucional, y demostraría que no hay democracia posible en esas condiciones, si se pudiera comprobar que es así, como han insistido varios dirigentes del PRD.
El país necesita de una oposición con fuerza política, que presione en una dirección positiva o que se convierta en fuerza electoral amenazante. De lo contrario el sistema democrático dominicano está en riesgo de desaparecer. La ambición absolutista del Partido de la Liberación Dominicana es incuestionable, y ha demostrado que tiene agallas para convertirse en un partido único, con influencia total en todas las esferas de la vida nacional.
Si los sectores empresarial, religioso, financiero, industrial, de la sociedad civil y el sistema de partidos posibilitara, con su silencio, que el PLD controle a sus anchas las estructuras de la democracia dominicana, habría que decir con mucha pena, que la democracia dominicana se enrumba por el más peligroso de los caminos. Evitemos eso.