No puedo evitarlo. No puedo quedarme callada. Me encantan las demostraciones del pueblo y me encanta ver cómo nos unimos para luchar por causas importantes para nosotros. De verdad. Los que me conocen saben que asisto a todas las marchas que puedo siempre y cuando defiendan (en su totalidad) las causas que defiendo y creo importantes para el desarrollo de nuestro país. Pero, sigo sin entender.

Tuve la bendición de crecer con seres humanos maravillosos que vivían y aún viven en su fe, que me enseñaron un Dios compasivo y misericordioso, un Dios que no cierra puertas, que recibe a todos tal y como son. Por eso, sigo sin entender. ¿Cuáles son esos valores cristianos que estamos promoviendo? ¿El machismo? ¿La desigualdad? ¿La discriminación? ¿El irrespeto? ¿El odio? Sigo sin entender cómo muchos líderes religiosos se sienten en una posición de poder tal que le otorga abierta y públicamente derecho a juzgar, discriminar, e invitar a discriminar y a juzgar. Una y otra vez me quedo anonadada cuando veo con la libertad con que se invita al rechazo. Tenemos derecho a la libre expresión, sí, pero no al discurso de odio. Que quede claro: el discurso de odio no es y nunca será un derecho, ni para los miembros de la iglesia.

Me llama la atención que las personas que veo en mis redes que marchan en contra de la política de género del MINERD, tienen a sus hijos en colegios privados. Hace tiempo que muchos colegios privados combaten la violencia de género, el bullying, y dan charlas sobre las consecuencias de relaciones sexuales precoces. Donde los niños y las niñas tienen los mismos derechos, y si se da uno que otro caso en el que no es así, estamos trabajando para remediarlo. Donde se promueve un espacio educativo sin violencia, sin abuso… sin odio.

Sí, le enseñarás a tus hijos educación sexual cuando lo creas prudente, pero, ¿quién enseñará educación sexual a los hijos de esas personas que te cuidan a los tuyos? ¿Quién enseñará a los de la persona que te transporta a los tuyos de clase a clase por las tardes? Esas personas que muchas veces tienen más de un hijo, a veces de más de un padre, y se embarazaron de adolescentes. A veces creo que no es de conocimiento general que esa es la mayoría de la población de nuestro país. A veces pienso que nuestra burbuja es tan grande y tan cómoda, que no sabemos lo que pasa fuera de ella. Leamos los periódicos, prestemos mucha atención a las noticias, busquemos fuentes confiables y seguras.

Marchemos juntos, sí, pero para erradicar el hambre en nuestro país. Para sacar a los corruptos del gobierno. Para reducir la violencia contra la mujer, los feminicidios, los embarazos en la adolescencia. Aunamos fuerzas en contra de cualquier tipo de abuso, alcemos nuestras voces contra el matrimonio infantil. Pero, ¿contra la equidad, el respeto, la inclusión? No… es que no.

Agradezco tanto a la vida el haberme enseñado temprano a no juzgar. A no creerme mejor que nadie ni por mi raza, ni mi credo, ni mi clase social. A reconocer que, si nunca me he visto en la posición del otro, no tengo derecho a opinar ni a decir que lo hubiese hecho diferente. Si a mis hijos han de enseñarles algún valor en el colegio, que sea el amor, el respeto, la misericordia, la compasión, la empatía, la solidaridad. Y la coherencia. Que nunca falte la coherencia.