El natalicio 208 de Juan Pablo Duarte nos recuerda nuevamente la historia de sacrificio de este hombre que pensó en la posibilidad de convertirnos en una nación libre, soberana, independiente, con una bandera y con unos valores democráticos que hizo visible en cada una de sus notas y discursos, comenzando por el arte y luego ampliándolo a las demás ramas del saber a las que se acercó.

Juan Pablo Duarte, lo reiteramos nuevamente, ha sido siempre un marginado de la historia y una víctima de los conservadores, que relegaron su participación, que le hicieron imposible el heroísmo que quiso mostrar y que lo ausentaron tanto como les fue posible del campo de batalla.

Juan Pablo Duarte es el padre de la patria que no estuvo presente la noche del 27 de febrero de 1844, pues andaba expulsado por el exilio al que fue sometido. Juan Pablo Duarte regresó al país que él ayudó a forjar luego del 27 de febrero, recorrió los municipios y ofreció su versión de la batalla en la que se hallaba la patria, y todo pintaba que el hatero Pedro Santana se alzaría con el poder, y precisamente así fue.

Algunos pueblos proclamaron a Duarte presidente de la República, pero eso no fue más que una quimera, y el propio Juan Pablo repleto de buenas intenciones creyó que se le permitiría jugar en un proceso abiertamente democrático. Prisión fue lo que le dieron, y los que jamás creyeron en la posibilidad de una República Dominicana fueron los que tomaron las decisiones, en su lugar.

Lo acusaron de joven inexperto, de ser un ausente de los acontecimientos militares, y fundaron una República sin creer que fuera posible, y por eso la anexión a España fue la opción que estuvo a la puerta de la esquina, a cambio de que la corona española le diera el título de marqués de las carreras al traidor Pedro Santana y a sus seguidores conservadores. Y Juan Pablo fue olvidado y expulsado nuevamente del país.

Regresó a pelear por la restauración de la República y tampoco se lo permitieron. Lo volvieron a declarar delegado al gobierno restaurador en el exterior. Alguien lo inscribió en el proceso electoral posterior a la conquista restauradora y obtuvo tres votos como candidato presidencial. Su apostolado finalizó unos años después, en el exilio venezolano, junto a su madre, hermanos y hermanas, y en condiciones que la mayor parte de los historiadores califican de precarias.

La carta que le fue enviada por el gobierno presidido por Fernando Arturo de Meriño, con una promesa de reconocer sus méritos y las deudas que el país había contraído con él y su familia, ni siquiera tuvo ganas de abrirla. Y su muerte le llegó a los 63 años, el 15 de julio de 1876.

Recientemente se cumplió el bicentenario del nacimiento de Juan Pablo Duarte (1813-2013) y el gobierno dominicano apenas hizo sentir su admiración y respeto por ese momento de celebración, que debió ser y no fue. Una comisión creada muy tarde, apenas hizo algo para cumplir con esa fecha aleccionadora. La deuda con Juan Pablo Duarte aún se mantiene. Han sido los dictadores los que han tomado las decisiones sobre su presencia en los símbolos patrios y los homenajes que les tocan.

El dictador Lilís fue quien determinó que tendríamos tres padres de la patria, y no uno, que por supuesto debió ser Juan Pablo Duarte. Muy temprano se le asignó el nombre suyo a la provincia que llevaba un homenaje a Lilís (Distrito Pacificador). Y Trujillo se encargó de sustituir a Duarte del lugar que le correspondía para llamarse a sí mismo “nuevo padre de la patria” o “Padre de la Patria Nueva”.

No hay forma de contar con instituciones serias, bien dirigidas que conecten con profundo conocimiento con el pensamiento y la acción de Duarte. Juan Pablo Duarte sigue siendo un apátrida, utilizado su nombre, llevado y traído para montar consignas y colocar panfletos neofacistas, especialmente con el tema haitiano de por medio.

Este administración pudiera comenzar con una labor eficiente de proteger y reivindicar al Juan Pablo Duarte que la historia del nepotismo le ha negado a los dominicanos. Ojalá que algunos historiadores se animen, y se empeñen en ayudar a las autoridades a lanzar un programa de rescatar la historia de ignominia que siempre ha sido oculta sobre la figura de Juan Pablo Duarte.