René del Risco Bermúdez colocó a Manuel Aurelio Tavárez Justo en el pedestal más alto que ocupan los mártires y héroes que ofrendan sus vidas por la patria.

Cuentista, poeta, autor de canciones, novelista… René del Risco fue una tromba que absorbió en sus contenidos el sentido más profundo de la patria y que los lanzó a los cuatro vientos a través de sus poemas, cuentos, canciones y de su novela inconclusa El cumpleaños de Porfirio Chávez.

Y aquí está Manolo Tavárez Justo, devotamente admirado y recordado, con apenas unos meses de su muerte.

En Manolo se sintetiza la heroicidad, la entrega, el sacrificio, la honradez de cada uno de los integrantes del 14 de Junio, de los que fueron a las montañas y de los que no pudieron hacerlo, y de los que salvaron sus vidas y siguen recordando la grandeza del más carismático revolucionario dominicano de los años sesenta. Es nuestro homenaje al héroe y líder y fundador del Movimiento Revolucionario 14 de Junio, a quien sentimos como si escuchara estas palabras de René del Risco Bermúdez al oído de un héroe:

Palabras al oído de un héroe

                                             A Manolo, devotamente

¡Comandante,

dime que todavía puedes escucharme!

Dime el color de los yerbajos

mojados con tu sangre,

dime la hora fatal, 

el preciso minuto en que cayeron sobre ti, 

con su terrible batería, tus sordos  enemigos

multiplicadamente broncos.

Dime, oh limpio y alto Comandante, 

tú, hecho para el dolor y el llanto de tu Pueblo,

dime que el viento puro

te rozaba la barba

en la montaña, 

dime que la lluvia caía por la noche,

que era alto el camino,

que el pardo cielo  oscurecía  la tarde, 

que ardía tu frente sudorosa

-tu amplia  y clara frente

donde soñaban las palabras-.

Dime, recio  y glorioso Comandante,

dime el sabor  de las primeras viandas,

el color del lodo en los desvíos,

la sombra de tu gorra proyectada

sobre tus pies seguros y golpeados, 

dime de tu camisa humedecida en la dura mañana…

Hermano Comandante, amigo Comandante,

perdido Comandante,

yo quiero que me digas

que todavía puedes escucharme,

que todavía es posible

que oigas mis palabras

más allá de la tierra  que te cubre,

más allá de la lluvia y de la sangre,

de las lívidas horas,

del grave instante aquel de la caída,

a pesar de tu costado herido

y de las botas que pisaron en tu pecho,

a pesar de las carabinas infinitamente disparadas,

a pesar del silencio…

Comandante robusto, Comandante,

yo,  que conocí tu hechura

en bronce inimitable,

yo, que escuché tu voz bajo la lluvia

frente a los estudiantes y los trabajadores,

yo,  que te recuerdo para siempre

desde la tarde aquella de un domingo imborrable,

yo,  que te vi bajar de tu lejano pueblo

con la luz necesaria en las pupilas,

yo,  que te vi bajo los golpes poderosos,

que canté junto a ti,

que te hice sonreír como un muchacho de provincia,

que me sentí tu hermano como aquella mañana

cuando besabas a mi pequeña hija

a la que puse un nombre que tú amabas

con angustiado apego,

yo, que no estuve en cambio junto a ti

en el momento de caer, 

que el instante de la sangre,

en la hora profunda y cruel y tormentosa

de la última palabra,

¡te pido, oh  inmenso y glorioso Comandante,

oh limpio Comandante,

te pido que me digas, desde tu muerte interminable,

que escuchas esta voz con que te llamo

como si no te hubieras ido para siempre…!

(1964)