Cuando se habla de feminismo hay gente que se asusta y hasta dice tener miedo. Sin embargo, todos procedemos de ese concepto, del que tanto se ha distorsionado en los últimos tiempos. Feminismo es adherirse a las reivindicaciones y derechos que tienen las mujeres, bien ganados, y que las sociedades machistas se los niegan.

Todos en la sociedad, hombres y mujeres, procedemos de una madre y un padre. La cultura, la política, las religiones han favorecido tradicionalmente al padre. La economía también. Y las mujeres han sido reducidas en su potencial, su capacidad, su creatividad, su posibilidad de crecimiento por decisiones generalmente tomadas por los hombres. Congresos dominados por hombres, asambleas eclesiales dominadas por hombres, muchas veces exclusivamente, o elecciones controladas por hombres. El factor femenino ha sido relegado, aplastado, y hasta la más mínima opinión ha sido cercenada.

Los hombres con poder, y con planes de no compartir su poder, siguen siendo machistas y promueven que las mujeres no sean tomadas en cuenta. Ni en las iglesias, ni en las elecciones para posiciones políticas, ni en las empresas. Abominan de las mujeres, aún de aquellas que heredan o han ganado dinero. Está demostrado que las mujeres son más justas, entienden mejor la sociedad y sus necesidades y tienen más habilidades cuando de distribuir se trata.

Esa es la razón del rechazo al feminismo. El tema prioritario es que también hay hombres feministas, que se cansaron de las injusticias y la segregación de las mujeres al momento de brindar oportunidad para los estudios, para el trabajo, para las tomas de decisiones importantes o para salvar las almas. Hombres machistas no quieren mujeres en los puestos de mandos, y rechazan el feminismo. Y hablan de ideología de género y de defensa de la familia, como si con ello atajaran los deseos y ansias de libertad de las mujeres.

La familia de hoy está transformada, porque la sociedad ya no está constituida por la familia tradicional del hombre, la mujer y los hijos. Esa familia tradicional siempre la dirigió el hombre. Y era él quien tomaba las decisiones, hasta del momento en que la mujer debía planificarse, mientras el cura parroquial y el obispo eran los aliados más firmes de los hombres. En caso de violencia, aplastamiento de los deseos de formación de las mujeres, siempre había que hacer lo que decidieran los hombres. Y ahí estaban las iglesias, los pastores y obispos para aconsejar a las mujeres a no pedir más, y seguir pariendo y cocinando y “educando” a los hijos. El típico caso del hombre proveedor y de la mujer bajo el yugo masculino.

Eso terminó.

Mientras miles de mujeres se expresaron el domingo en una gran manifestación por los derechos de las mujeres, por una vida sin violencia, por la igualdad, por el derecho a decidir, por las tres causales, un segmento de la Iglesia Católica realizó una marcha por la familia. Esa marcha por la familia fue posible por el esfuerzo de una Iglesia, la católica, por mantener el poder de los hombres, por evitar que las mujeres adquieran derechos. Y para proteger el poder de los hombres claman ante un Dios que todo el mundo sabe fue feminista, ante un Jesús que privilegió o reconoció derechos de las mujeres que le rodearon, en particular su madre, María de Nazaret, y su compañera María Magdalena. No hay que profundizar mucho en esa discusión histórica y teológica.

Las mujeres del siglo XXI reclaman derechos y tienen razones más que suficientes para exigir que la sociedad les reconozca uno que los hombres alcanzaron en los siglos XVII y XVIII: El derecho a la vida. Los hombres siguen matando a las mujeres porque las consideran de su propiedad. Las mujeres dicen que no más, que ninguna muerte más, que eso es cosa del pasado. Y están plantadas y deben seguir haciendo ese reclamo que resulta más que justo. Este año 64 mujeres han sido asesinadas en la República Dominicana, por hombres que son católicas y siguen las orientaciones de las iglesias.

Las instituciones que debían estar tratando de cambiar y pidiendo perdón por las enseñanzas que han trazado y dejado en la conciencia machista son las que aún defienden y explican de forma tan aviesa el feminicidio: que las mujeres provocan los crímenes, porque no obedecen o porque se visten de forma provocativa. No puede ser. No puede seguir el crimen justificándose con estas conceptualizaciones. Seguir atacando el feminismo es siguen justificando el machismo y los crímenes de odio de los hombres.

Hay que reivindicar el feminismo como una forma de ser justa y necesaria. Hombres y mujeres pueden y deben ser feministas, lo mismo que jóvenes y mayores, para que no haya más muertes de mujeres, la mayoría de ellas jóvenes asesinadas por hombres jóvenes de edad y viejos de racionamiento. Que se multiplique el feminismo. La marcha de las mariposas de este domingo fue una clarísima demostración del poder de las mujeres, de la conciencia creciente de las mujeres, para reclamar, conquistar y retener sus derechos. Por esos derechos feministas hay que seguir luchando, por nuestro propio bienestar como país y como hijos e hijas de mujeres.