En su desesperación para conseguir que el Senado violente cualquier procedimiento democrático, renuncie a su rol de legislar con responsabilidad y escuchando a los sectores que pudieran ser afectados, los líderes evangélicos y católicos insisten en pedir que los senadores se pongan anteojeras y aprueben el Código Penal como les fue enviado por los diputados.
Es la posición más irresponsable que pudiera enarbolarse en este momento. La agitación y el desespero es por razones meramente oportunistas. Para nada desean que los senadores entren a debatir un tema que merece discutirse: Por qué hay abortos, clínicas abortivas, ausencia de sanciones, y cuáles son los métodos que deberá aprobar la República Dominicana para combatir ese flagelo. La aprobación de un Código Penal con las tres causales es una oportunidad para defender las vida de las mujeres, en particular las mujeres pobres, que son las que necesitan de la protección pública, porque las de la clase media y alta tienen su problema resuelto y saben dónde abortar sin tener que pedir permiso.
Esa es la realidad de la sociedad dominicana. Unos supuestos líderes religiosos que dicen luchar por la vida del no nacido y que sacrifican y entregan a sus dioses las vidas de las madres embarazadas, como sacrificio y como castigo, por haber cometido el pecado de embarazarse. Claro, las mujeres se embarazan porque las violan, porque se embarazan por incesto y porque en su niñez nunca tuvieron la oportunidad de formarse en sexualidad, ni en relaciones afectivas, ni en conocer su propio cuerpo, porque el sistema educativo es también prisionero de los líderes religiosos, quienes se oponen a la educación sexual en las escuelas.
Es un círculo fatal. Es una tragedia. Es una desgracia. Es una condena a las mujeres. Especialmente a las que son pobres. A las que no tienen oportunidad de que senadores y diputados que las representen. Legisladores a los que no les importa la vida de ninguna mujer, porque jamás fueron educados en reconocimiento de los derechos de género. Senadores y diputados que legislan sin tomar en cuenta si proteger o condenar a muerte a inocentes. La gran culpa de las mujeres radica en su sexualidad, en que son receptoras y que en ellas habita el mal. Es una concepción antigua, superada solo por naciones con grados de civilización. En países dominados por obispos y pastores recalcitrantes, esa condición de esclavitud no hay quien las quite a las mujeres. Que pena.