Como descendiente de las Hermanas Mirabal, símbolos de la lucha contra la violencia hacia las mujeres, hoy entiendo que mi perspectiva es privilegiada: desde niña he escuchado y aprendido sobre la violencia de género e intrafamiliar, la sutileza de la violencia psicológica, el perfil de un agresor, los celos patológicos, el círculo de la violencia, y las diferentes etapas de tranquilidad y apogeo violento de este tipo de relaciones. También había escuchado, como una fábula de la vida real, sobre el desamparo a las víctimas, la falta de educación, la ineficacia del sistema, la falta de recursos, la re victimización y el esfuerzo sobrehumano que conlleva dar seguimiento a un proceso penal de esta naturaleza, y demás obstáculos a la justicia preventiva y sancionadora de la República Dominicana. Estos se traducen en una epidemia de feminicidios y daños sociales irreparables, junto a otros factores.
Resulta que, por primera vez en mi vida, como abogada asumí la representación de una mujer víctima de violencia en manos de su ex pareja, ambos jóvenes y de un medio privilegiado. El ataque fue brutal, 13 lesiones en todo su cuerpo, privación de libertad por unas horas mientras su agresor la golpeaba y la amenazaba de muerte en un vehículo en movimiento, todo generado por celos. Dos días después de los hechos, la víctima se presentó a nuestras oficinas. Yo no podía creer lo que veían mis ojos, contando lo sucedido, ella se quitó el abrigo y vi sus brazos mordidos por detrás y llenos de moretones, lesiones que se extendían a su cara, hombros, cuello y manos; las imágenes del informe médico eran aún peores. En un ejercicio de prudencia profesional, limité mis reacciones ante lo sucedido.
Por suerte, la víctima sobrevivió al indicado ataque, y con apoyo de su familia y de sus abogados, decidió formalizar su denuncia y posterior querella. En un evidente estado de shock, ese día que nos reunimos manifestó que lo único que ella quería era que él no se le acercara nunca más, y en sus propias palabras “la dejara tranquila”. Recordemos que las víctimas de violencia de género se caracterizan por sentirse avergonzadas, humilladas, aterrorizadas, y los agresores muchas veces se caracterizan por ser manipuladores, mentirosos, orgullosos, e inmaduros. A las mujeres víctimas de violencia les toma tiempo asimilar lo vivido, y sobre todo, entender que son víctimas.
En este caso, y para nuestro pesar, de lo que la víctima no se salvó fue de la intimidación y violencia psicológica que sufriría durante el proceso por parte de su agresor y el círculo familiar y social de éste, así como de la condena social, críticas emitidas por quienes evidentemente no conocen – o no admiten – lo que es la violencia de género. Durante el curso del proceso muchas cosas sucedieron: a pesar de estar advertido de no acercársele, el imputado insistía en perseguir a la víctima, desacreditarla públicamente, la intimidaba apersonándose a los lugares frecuentados por ella. Se presentaba en su lugar de trabajo, su gimnasio, lugares de recreo, procediendo incluso un día, después de una de las audiencias de fondo, a presentarse con su abogado en donde se encontraba la víctima almorzando, para sentarse frente a ella en un evidente ataque psicológico y clara amenaza contra una mujer que le tiene terror. Las medidas de coerción impuestas se mostraron siempre insuficientes para evitar los atropellos, el Ministerio Público en ocasiones inexplicablemente incoherente, y la Policía indiferente; así entendí por qué matan a las mujeres.
El imputado, con perfil típico de agresor, y su abogado, trataron el caso como si se tratase de una lucha de poder y una forma diferente de abuso, sin arrepentimientos, sin remordimientos. Durante el juicio, más allá de leyes, doctrina y jurisprudencia, la defensa técnica del imputado, en la persona de su abogado titular, se basó en la misoginia y ataques personales a la víctima así como a sus abogados representantes, yo misma incluida. Esto era de esperarse, siendo el abogado defensor un conocido utilizador de medios reprochables, y particularmente afín de las redes sociales para sus chantajes y provocaciones, metodología muy alejada de la ética profesional que se le exige a nuestra profesión, sin que sea necesario abundar sobre este punto.
Mi reclamo no es legal, político, o personal, es general, es un llamado a la reflexión sobre un sistema defectuoso y una sociedad de mentalidad reprochable, pues esta vez, como abogada representante de una mujer víctima de violencia, se materializaron todos los clichés, todos los monstruos de los cuales escucho historias y que aparecen cada vez que veo que matan una mujer, la desaparecen o desfiguran para siempre, dejando niños huérfanos y familias rotas. Sí, es cierto, logramos una condena por violencia de género en primer grado, pero fue una victoria pírrica en la forma de una pena de dos años de prisión suspendida. En la última audiencia de fondo, el recién condenado por violencia de género, sale del tribunal en éxtasis, celebrando, y procede a un restaurante de la capital a embriagarse con su abogado, quien como era de esperarse, publica su “triunfo” en las redes sociales con una foto de los dos, quedando la misoginia e irresponsabilidad plasmadas en una imagen.
Durante mi vida he asistido a innumerables actos, conmemoraciones, misas, discursos y eventos, he escuchado a celebridades, políticos, expertos, funcionarios, legisladores, y juristas hablar de la violencia de género; he leído material infinito, he leído cientos de noticias de feminicidios, he visto cientos de fotos de mujeres asesinadas o desfiguradas en manos de su pareja o ex pareja, he visto fotos de huérfanos. Lamentablemente, hoy es el día que siento que son palabras vacías, que se esfuman en el aire con un Estado que invita a las víctimas de violencia a presentar sus denuncias, y luego las deja desamparadas y re victimizadas en todas las dimensiones posibles: no solo son víctimas de sus agresores, sino también del proceso penal, y mucho más importante aún, son víctimas de la condena social que muchas veces generan sus denuncias. La misma sociedad es hipócrita, pues sólo le importa cuando la mujer termina muerta o desfigurada. Peor aún, es incoherente el Estado que supuestamente prioriza la lucha contra la violencia de género e intrafamiliar, pero que cuenta con un aparato judicial laxo y benevolente con los agresores, conjuntamente con los demás actores que no garantizan la protección de la víctima, ni condenas efectivas y ejemplares de los culpables.