A propósito del surgimiento de políticos como Jair Bolsonaro (Brasil), mucho se ha debatido sobre la crisis de los partidos tradicionales y de su proceso de disminución y desaparición.

Igual se ha discutido de la desaparición de liderazgos políticos tradicionales para dar paso a nuevos liderazgos con discursos que constituyen extraños mejunjes.

Estos "novedosos" discursos suelen sustentarse en:

1-Promesas de redención de los oprimidos combinadas con nacionalismos extremos. El principal problema son los inmigrantes. Cierto tipo de inmigrante es el peligro, la conspiración contra la soberanía, el culpable de todos los males.

2-Reivindicación de los postulados del fundamentalismo cristiano (sobre todo del protestantismo más conservador)

3-Desprecio al activismo pro derechos humanos; a la comunidad LGTBI, al feminismo y al ecologismo.

4-Elogios al militarismo y a la fuerza, justificación de la violencia policíaco-militar bajo el argumento de combatir la delincuencia callejera.

Y resulta desconcertante que este tipo de expresión política parece ganar seguidores cada día, no importa el grado de desarrollo de los países.

Solo pensemos en cuántos líderes y partidos han ganado elecciones prometiendo combatir y eliminar la corrupción, luego terminan más corruptos, corruptores y encubridores que sus antecesores.

Hay preocupación. Se habla de la necesidad de preservar los partidos y de que la ciudadanía consciente participe de la política más allá de acudir a votar cuando sea convocada.

En fin, se señala al juego de la "antipolítica" como la raíz de este preocupante fenómeno, y se suele culpar a quienes prefieren mantenerse alejados de la política y de los partidos.

Pero si los partidos están en crisis, si los liderazgos tradicionales están desapareciendo o de buenas a primeras son aplastados por estos propagandistas apocalípticos que reivindican a los dictadores de los primeros decenios del siglo XX, la génesis del problema ha de buscarse dentro de la praxis política y sus responsables, nunca afuera.

Nadie debe de estar más interesado en cuidar del ejercicio de la política que los propios políticos.

No es verdad que un partido destruye a otros partidos,  a menos que se trate de una coyuntura de régimen de partido único sustentado en el poder militar.

Tampoco es verdad que un movimiento de protesta social o que organizaciones cívicas tienen el poder de destruir partidos.

Los partidos se destruyen solos, por sus rebatiñas y ambiciones internas, entre otras causas.

Los partidos y sus líderes, dirigentes y militantes deben de cuidarse a sí mismos, en lugar de andar a la caza de responsables entre aquellos conciudadanos que decidieron un día darles la espalda o buscar otras formas de participación social.

¿Se han preguntado el porqué tanta gente desconfía de la política y de los políticos tradicionales? Porque se hartó de desilusiones, de traiciones, de mentiras, de incoherencias y contradicciones entre el discurso y el quehacer político.

Solo pensemos en cuántos líderes y partidos han ganado elecciones prometiendo combatir y eliminar la corrupción, luego terminan más corruptos, corruptores y encubridores que sus antecesores.

Esa y no otra es la semilla que ha dado lugar al surgimiento de sujetos tan despreciables como Bolsonaro, pero lamentablemente logran engatusar a muchos incautos.

Antes que buscar culpables y soluciones mirando hacia la "antipolítica", más provechoso les sería que se auto ausculten.