La pobreza es una buena materia para elaborar un discurso y para hacer campaña electoral desde el gobierno o desde la oposición.
Desde el gobierno se informa sobre los grandes pasos para reducir la pobreza. Se anuncia que ahora hay por lo menos un millón de pobres menos que cuando inició la gestión. Desde la oposición se dice que con un nuevo gobierno se pretende pagar la deuda social acumulada con los pobres.
Y los pobres siguen en iguales condiciones de vida, por siempre. Y luego que se es gobierno los pobres no reciben la reivindicación, ni el empoderamiento, ni son tratados con dignidad. ¿Y en qué se convierten los pobres? En una excusa para seguir justificando políticas clientelistas o para seguir invirtiendo en programas sociales que profundizan la pobreza y consolidan una cultura de la miseria, por siempre.
Por eso vivimos del inmediatismo, de la búsqueda de la comida del día, de la solución instantánea a un problema de salud que se ha venido incubando por mucho tiempo en la sociedad. Y las políticas educativas, de salud, de transporte, de medio ambiente, de empleo o cualquier otra del área social perpetúan las condiciones de miseria, no sacan a nadie de la pobreza, porque son políticas paternalistas, clientelistas, que jamás toman en cuenta el potencial de trabajo de los pobres, sus posibilidades de crear riquezas y de afrontar por sí mismos las condiciones de pobreza, como lo hacen otros: con el trabajo.
La mejor política de reducción de pobreza es crear empleos dignos, con salarios dignos, con posibilidad de que la gente supere sus propias condiciones. Las políticas compensatorias de entrega de gas, energía, dinero no sirven para nada. Hacen que la gente se siente a esperar la llegada de esos beneficios, y muchas veces en vez de comprar comida el dinero es destinado a la cerveza o al ron o a la parranda irresponsable.
La mejor política de reducción de pobreza es crear empleos dignos, con salarios dignos, con posibilidad de que la gente supere sus propias condiciones.
El gobierno no puede pretender resolver la demanda de empleos con designaciones en el aparato del Estado, ni con el pago de nóminas ocultas a los militantes de los comités de bases. Eso es insostenible y una política pésima, que empobrece al país.
Son muchos los estudios que se han hecho sobre la importancia que tiene una política social estimulante, que no regale nada, sino que emplee la fuerza laboral ociosa. Por ejemplo, en el proyecto de La Barquita se aplicó una política paternalista. El gobierno dispuso de los recursos, designó los ingenieros, y esos ingenieros constructores contrataron personal con capacidad para construir las viviendas. Y luego el gobierno entrega los 1,800 apartamentos a pobres que no hicieron ningún esfuerzo para tenerlos. Y que no los van a cuidar, y que se convertirán -si alguien desde fuera no aplica una política de protección y cuidado- en nuevo lugar de suciedad y hacinamiento, y escenario de nuevos conflictos sociales.
Otra cosa hubiese sido si a los potenciales dueños se les asigna responsabilidad en la construcción, en el apoyo al proyecto, y se les compromete desde el inicio con la protección y el cuidado. Un arquitecto chileno ha desarrollado una nueva fórmula en su país para dotar de vivienda a quienes no las tienen, y que son pobres y carecen de los recursos para construir sus casas. Se construye la mitad de la vivienda, y la otra mitad se les deja a los que vivirán en la casa que la construyan, con sus propios recursos.
Se trata de Alejandro Aravena, y admite que la idea no es suya, que es muy vieja. The New York Times lo describe así:
Se llaman “viviendas sociales”: una respuesta a la escasez. El primer proyecto de viviendas sociales de Elemental se hizo en Iquique, en el norte de Chile, en 2003. El gobierno aporta el dinero para una casa nueva, pero no suficiente para cubrir el costo de la tierra, la construcción o un lugar mucho más grande que un estudio. De este modo, Elemental proporciona “media casa buena”. Sus habitantes obtienen lo que ellos solos no podrían haber construido o pagado con facilidad: una casa de dos pisos y dos dormitorios, con techo, cocina y baño —además de un espacio vacío equivalente al lado. Completan la segunda mitad, si pueden, cuando pueden y como pueden.
Al gobierno le hacen falta ideas menos paternalistas. Y por supuesto, le falta también más interés por proteger el patrimonio público. Hay tanta tierra ociosa en la República Dominicana, de los viejos ingenios del CEA, por ejemplo, en donde no se cultiva ni se hace nada. Esas tierras están siendo robadas todos los días por los oportunistas del oficialismo. Y nadie las cuida. Se han robado las tierras del CEA y del Instituto Agrario Dominicano. Todo es útil en manos de oportunistas, menos en manos del Estado. Hasta las tierras del proyecto arrocero de Juma se las han repartido. Y nadie se siente dolido ni afectado. Todo es posible. Y eso siempre es justificado por una pobreza que es eterna, pese a que todo el mundo dice estar dispuesto a combatir.