El sacerdote Rogelio Cruz es un hombre cristiano, un pastor de almas que mira con más apremio la vara de la justicia terrestre que la prometida justicia divina.
Rogelio Cruz es un religioso salesiano, que durante más de 30 años ha dedicado sus fuerzas a trabajar en las comunidades en donde ha sido destinado por su congregación. Han sido barrios marginados, en donde la falta de oportunidades, la pobreza, la desigualdad, la precariedad de los servicios sociales, es el sello distintivo.
Rogelio es un pastor curtido en la búsqueda de oportunidades para los pobres. No es un teórico ni un teólogo, como pudieron serlo Leonardo Boff, Frei Betto, Gustavo Gutiérrez o Pedro Casaldáliga. Rogelio ha vivido una vida de precariedades, junto con la feligresía con la que ha convivido, y allí ha forjado una teoría mesiánica que le ha ayudado en su conversión social y política.
Rogelio ha vivido su conversión al evangelio de los pobres desde una práctica igualmente pobre. Ha mirado con criticcidad a sus propios compañeros y a su Iglesia. Todo cuanto ha dicho sobre las autoridades eclesiásticas de la Arquidiócesis de Santo Domingo y sobre su propia Inspectoría Salesiana, es el resultado de una desazón, de un desacuerdo, de un profundo convencimiento de que ellos han cambiado el camino que les trazó Jesús.
Rogelio Cruz piensa que sus autoridades pastorales están equivocadas, y que todo cuanto hace es por el bien de los suyos, no de su Iglesia. Entiende que su Iglesia está protegida, porque convive con los ricos y es ayudada por los ricos y por el gobierno. No ocurre lo mismo con los pobres a los que ha dedicado su vida.
En medio de su travesía de la pobreza, y de su conversión a pastor pobre entre los pobres, el padre Rogelio ha encontrado una militancia social y política que trasciende su labor pastoral. No pertenece a ningún partido, si se proclama como rehén político de nadie, pero tampoco teme. Ha asumido las consignas de la justicia, que muchas veces es ecológica, otra reivindicativa, otra por los servicios, por el empleo, por la salud, por los despojados de la nacionalidad o por los desamparados, que al momento de acudir al registro civil ni siquiera aparece el padre que ponga su nombre para otorgar el apellido a un hijo, como mandan las leyes, y el sacerdote coloca el suyo. No le importa. Y la Junta Central Electoral ha tenido que salir a poner las cosas en su lugar, a defender de alguna manera los errores que se han cometido y a proteger el celibato del sacerdote.
Nadie puede negarlo. Rogelio Cruz ha cometido muchos errores, ha sido osado y posiblemente más ingenuo de la cuenta. Esas debilidades no le preocupan, porque entiende que su búsqueda del bien está por encima de sus errores y de los tropiezos que encuentre en el camino. Si algún partido político se ha servido del padre Rogelio probablemente ni cuenta se ha dado, y no le importa. Rogelio está preparado para poner el pecho en cualquier circunstancia. Su radicalización es el resultado de su conversión y de su criterio mesiánico. Se cree destinado a colocar un mensaje de justicia en la República Dominicana, que va más allá del que su Iglesia y su congregación están entregando.
Irse de la congregación y salir de la gracia de los obispos debía ser preocupante para cualquier sacerdote, pero no es ni lo será para Rogelio. No aspira a ser obispo ni director en su congregación. Tampoco aspira a recibir ventajas o beneficios para construir ninguna Iglesia. Su obra es la construcción de ciudadanía, la implantación de un concepto de justicia social que abarque a los más humildes. No es la primera vez que ocurre en la Iglesia. Ya lo vivieron los religiosos en el proceso político latinoamericano, incluyendo al sacerdote Camilo Torres en Colombia, los jesuitas asesinados en El Salvador, el obispo Samuel Ruiz en México, Monseñor Romero en San Salvador, Pedro Casaldáliga en el Mato Grosso de Brasil. En la República Dominicana lo vivieron en el pasado los llamados Sacerdotes en Reflexión, encabezados por Antonio Reynoso, o el misionero de los Sagrados Corazones Pedro Riquoy, y tal vez algunos otros que asumieron con menos espectacularidad su conversión y amor por la justicia.
¿Es esa la labor que deben hacer los sacerdotes o la conversión deseable en miembros de congregaciones religiosas? Posiblemente no, pues la Iglesia es una estructura jerarquizada, con unos mandatos claros y con rigor en su línea de mando. Rogelio ha obviado todo esto, y se ha quedado solo, dentro de su congregación. Es poco probable que ni siquiera sus propios compañeros que le respetan y admiran su vocación se expresen a su favor. Correrían riesgos en caso de hacerlo.
Rogelio ha llevado muy lejos sus contradicciones con sus superiores. Lo mejor es que él mismo opte por abrirse el camino hacia otra Iglesia, incluso en el entorno del catolicismo, y que como ya lo hicieron otros en el pasado, ponga todas sus fuerzas y su ve en la opción preferencial por los pobres con otra bandera que no sea la congregación salesiana, con la que ha roto definitivamente las amarras.
Esperamos que Rogelio tenga más tranquilidad y reciba más apoyo en las opciones que adopte. Lo que todos los demás le pedirán, por más abiertos y liberales que sean, es algo de prudencia, y respeto por la autoridad establecida. Sin ello no llegará lejos en caso de insistir en la fe y en la búsqueda institucional de justicia colectiva en la tierra.