Un artículo de José Luis Taveras, nuestro colaborador, publicado este martes en Acento, permite una reflexión sobre el estado de ánimo de una parte de la sociedad dominicana. Mucha gente siente la derrota social y política como un grave problema, que le impide coincidir con el optimismo con que otros ven el país. El abatimiento concluye con un deseo de abandonar el país, dejarlo todo en manos de quienes gobiernan y buscar un lugar donde vivir con un poco más de dignidad y seguridad.

Serio problema. No hay lugares seguros ni que ofrezcan tranquilidad a extranjeros. El mundo de hoy está suficientemente complejizado como para ofrecer seguridad a nadie. Y no se trata sólo de los migrantes del Medio Oriente y de Africa que intentan cruzar las fronteras con Europa. Hay mucho más. Las cifras que ofrecen los organismos internacionales dan pánico. Hoy día hay 244 millones de migrantes en el mundo. Adicionalmente, hay 60 millones de refugiados. Migrantes y refugiados viven en precariedad, condiciones indignas, muchos, sin acceso a alimentación, seguridad, servicios adecuados, trabajo digno y atenciones de salud.

Los dominicanos más pobres migraban hacia Puerto Rico, especialmente, tratando de aprovechar las mejores condiciones de vida y las posibilidades de trabajo con salarios en dólares. Ese destino está en muchas dificultades. El Estado Libre Asociado ha caído en bancarrota, es insolvente, y Estados Unidos se niega a proporcionar recursos para socorrerle. Dos tendencias se debaten fuertemente: La estadidad vs la descolonización. Los puertorriqueños pasan por momentos difíciles y muchos han optado por irse al territorio continental americano, en particular a Nueva York, y otros buscan refugio en naciones del Caribe, como la República Dominicana, o en la Florida.

La tendencia de los dominicanos sigue siendo irse a los Estados Unidos, en donde hay una amplia comunidad con una larga tradición laboral y de integración, pero que sufre los embates de una tendencia política y económica poderosa: Expulsar a las comunidades latinas de lugares tradicionalmente ocupados por dominicanos, como ocurre con el Alto Manhattan, que está siendo reocupado por anglosajones o judíos, y que mejoran significativamente las condiciones de las viviendas, las encarecen y en la práctica van expulsando a los dominicanos de un entorno que les resultaba grato y barato.

Protesta de los dominicanos en NY, 2012

Las leyes migratorias norteamericana son cada día más complejas y exigentes. Irse a los Estados Unidos en este momento no parece una opción viable, pero algunos dominicanos lo tienen como su objetivo principal, dejando atrás cualquier optimismo respecto a un cambio de la situación económica, social y política de la República Dominicana.

Recordemos que con la crisis de inicio de los años 90 hubo un gran flujo migratorio dominicano hacia Estados Unidos y Europa. España se convirtió en refugio de miles de dominicanos. El número llegó a superar los 40 mil ciudadanos. España ha entrado en una grave crisis, y hoy día expulsa ciudadanos hacia otros países de Europa y hacia América Latina. En República Dominicana seguimos recibiendo ciudadanos españoles que buscan empleos y mejorar sus condiciones de vida.

El nuevo pesimismo dominicano se produce en momentos en que se instalará un nuevo gobierno. Esa es la realidad, el gobierno de Danilo Medina fue reelecto y se inicia un nuevo período que al parecer no genera buenas expectativas. Lo que explica el articulista José Luis Taveras se aproxima a una explicación sobre este nuevo pesimismo:

El gobierno central lo ha absorbido todo; es un gigante monstruoso generador de negocios, inversiones, empleo y subsidios. Sus brazos alcanzan a millares de familias.  Hay tanta gente viviendo de la administración pública que en la ciudad capital (donde se centralizan sus decisiones presupuestarias) se percibe un artificioso bienestar de consumo erigido sobre una columna de burbujas avivada por el lavado inmobiliario y la corrupción. El resto del país yace en ruina.

Es una tarea pendiente para el gobierno, tratar de restablecer el optimismo sobre el futuro del país. Mucha gente con formación, capacidad y posibilidad de aportar se encuentra entre los desilusionados. No hay que olvidar que nos convertimos en nación por la fuerza migratoria de quienes repoblaron la isla, y que nuestro padre de la Patria, Juan Pablo Duarte, murió pobre y abandonado en el exilio venezolano. Si el gobierno no transmite optimismo y creencia en una nación con capacidad de sobreponerse, ¿de dónde sacarán fuerzas quienes han perdido la fe?