Desde el día de ayer trascendió la noticia de que el gobierno haitiano se había negado a recibir una donación de vacunas contra la COVID-19 hecha por el gobierno dominicano. La reacción de muchos dominicanos de buena voluntad no se hizo esperar. Con indignación se preguntaban si esa negativa no era un gesto de desprecio a la generosidad de nuestro pueblo. Indignaba también lo que parecía una indolencia imperdonable de las actuales autoridades haitianas hacia su misma población, tan carenciada. 

Sin embargo, estas reacciones nacidas de un sentido espontáneo de justicia deben ser reorientadas con algunos datos que ayuden a entender qué fue lo que sucedió. Una generosidad no discernida, aun cuando venga de un corazón sincero, puede no ser oportuna. Aunque sea duro de entender, la ayuda que prestamos a cualquier otra persona o pueblo debe también venir acompañada de la comprensión de la situación que enfrentan quienes son ayudados.

La razón fundamental por la que las autoridades de Haití no aceptaron la ayuda dominicana es que en este momento no tienen la posibilidad ni la capacidad de utilizar esa donación. Pero no porque no hayan hecho nada al respecto, como se han encargado de propalar falsas noticias que han corrido por las redes sociales. 

El gobierno haitiano comenzó a vacunar su población a fines de julio. Ha contado con el apoyo de UNICEF. Y lo ha venido haciendo con la vacuna MODERNA. Este proceso de vacunación está siendo ejecutado en medio de muchas limitaciones. En este momento, las autoridades haitianas parecen seguir la ruta que se han trazado. Una aclaración al respecto de parte de su embajada sería de mucha ayuda. 

Las autoridades haitianas no han rechazado solamente la donación dominicana. En abril pasado se negaron a aceptar una donación de la Organización Mundial de la Salud (OMS), dentro del plan COVAX, de vacunas producidas por el laboratorio AstraZeneca, porque en ese momento había un revuelo mundial respecto a ellas. Además, no se sentían a gusto con una ayuda impuesta con impaciente urgencia, cuando Haití apenas registraba contagios y sus centros hospitalarios no estaban desbordados. 

El ministro de salud de entonces, Laure Adrien, se apuró a desmentir la falsa noticia de que el gobierno haitiano se negaba a aceptar cualquier ayuda de la OMS, precisando que simplemente solicitó cambiar la vacuna porque, entre otras razones, el pueblo desconfiaba de la marca que iba a ser donada. La donación ofrecida por nuestro país es del mismo laboratorio y en estos momentos parece romper el esquema de trabajo que el gobierno haitiano está en condiciones de llevar a cabo, en medio de innúmeras dificultades.

Son conocidos los cuatro grandes principios de la bioética: autonomía, no-maleficencia, beneficencia, y justicia. El principio de autonomía insiste en que la intervención médica no puede atentar prepotentemente contra la libertad de las personas, dañando su dignidad e irrespetando sus decisiones tomadas responsablemente. 

El principio de no-maleficiencia dice que no se debe infringir daño intencionadamente a quien se ayuda, afectando su autonomía. El principio de beneficencia dice, positivamente, que toda acción médica en favor de la vida debe buscar siempre el bien, previniendo o eliminando todo daño. 

Por último, el principio de justicia insiste en que la ayuda que se presta con fines sanitarios debe tener en cuenta los efectos que acarrea para la equidad social. El beneficio de algunos no puede hacerse en detrimento de otros que no recibirán la asistencia en cuestión. 

Los cuatro principios de la bioética no se aplican de manera excluyente, sino que deben de estar presentes armónicamente en toda intervención para que esta tenga efectos verdaderamente humanizadores. 

Aplicando los principios de bioética a la ayuda humanitaria, se puede concluir que toda donación, independientemente de la generosidad y buena intención de la nación que la regala, tiene que respetar la autonomía del pueblo destinatario. Una comunicación más eficiente entre los dos gobiernos hubiese sido útil, como evidentemente acaba de ocurrir con los gobiernos de Guatemala y Honduras, a los que también hicimos donaciones parecidas.

Algunas decisiones del destinatario de una ayuda pueden parecer absurdas a quien quiere ayudar. No dejemos de pensar que en estas decisiones pesan valoraciones culturales o parten de un conocimiento más realista de la propia situación. 

Ojalá que la información confusa que se ha ofrecido en torno a la negativa del gobierno haitiano de recibir las vacunas donadas por el pueblo dominicano no sirva para crear enemistad, repitiendo sin fundamento que este supuesto gesto de desprecio es el signo claro y definitivo de una tensión insalvable entre ambas naciones. El gobierno dominicano fue el primero en llegar con apoyo humanitario a Haití, en ocasión del terremoto que hace unas semanas afectó el sur de Haití. En el pasado el gobierno dominicano ha sido oportuno en sus aportes ante la necesidad de los haitianos. Con este tema no es necesario crear tensión ni enemistad, sino poner la buena voluntad y la disposición junto a la compresión.