El Monumento Nacional más invisible que existe en la Santo Domingo, pese a su riqueza y a la vida artística, social, arquitectónica y cultural que refleja, se encuentra abandonado, descuidado, ha sido objeto del pillaje más vil ante los ojos de las autoridades, que nada hacen para protegerlo, es el Cementerio de la avenida Independencia, construido en 1824 y clausurado en 1965, cuando en medio de la guerra civil y la intervención militar de los Estados Unidos, hubo que utilizarlo para sepultar los cuerpos de los soldados constitucionalistas.

Y ¿a qué viene esta referencia a una pieza nacional que casi a nadie importa? A que el Archivo General de la Nación publicó hace unas semanas un libro maravilloso y exhaustivo, que recoge la historia de este monumento, sus avatares, los intentos de borrarlo del mapa de la ciudad, con lo que ha hecho un extraordinario aporte a la historia de la ciudad y al estudio de la antropología social, como acaba de hacerlo la autora del libro, la doctora Amparo Chantada.

Postal de 1908 del Cementerio de la Avenida Independencia. Colección Miguel D. Mena

El libro se titula “El Cementerio de la Avenida Independencia y Santo Domingo Amurallada: Memoria urbana, identidad caribeña y modernidad”.

A primera vez da la impresión de ser uno más de los tantos libros que en la gestión de Roberto Cassá da a conocer el Archivo General de la Nación. Pero no es uno más. Es un libro maravilloso, que tiene la virtud de analizar el espacio urbano en su contexto histórico, que explica las razones por las que el gobierno de la dominación haitiana (1822-1844) fue el responsable de crear este espacio para sepultar a los fallecidos, que antes eran sepultados en los patios de las casas, y los más adinerados y recocidos en las Iglesias y conventos católicos.

El cementerio fue ubicado en un terreno que estaba en las afueras de la ciudad intramuros, en donde los visitantes de la ciudad, en particular los que venían a los mercados desde los cuatro caminos por los que se llegaba a la Puerta del Conde, amarraban sus animales de cargo, y donde existía un paredón para fusilar a los que se rebelaban o sentenciaban a muerte. En ese espacio fusilaron a María Trinidad Sánchez y Antonio Duvergé. Allí fue inaugurado el cementerio por el presidente haitiano Jean Pierre Boyer el 29 de agosto de 1824.

Después de enterrada la baronesa del cementerio, Juana Flores, son muchos los acontecimientos que se vinculan a este espacio urbano que fue cobrando relevancia en la medida que las familias finalmente accedían a sepultar a sus familiares fallecidos allí. Una buena parte de las tumbas artísticas fueron realizadas por Abelardo Rodríguez Urdaneta. Allí están los intelectuales, políticos, personalidades destacadas de la independencia, la restauración y las dictaduras que siguieron a esos procesos políticos, hasta que en 1942 Trujillo mandó a construir el Cementerio Nacional de la avenida Máximo Gómez.

El libro de Amparo Chantada es una pieza exquisita para entender la historia a partir de este nicho urbano especial que es el lugar donde las familias depositan a sus muertos. Es interesante la anotación de la autora sobre la gran cantidad de tumbas artísticas construidas para sepultar a niños y jóvenes. ¿Qué pasaba con la salud en la primera y segunda mitad del siglo XIX, que morían tantos jóvenes, incluso de familias acomodadas económicamente? No hay estudios sobre ello, pero hay datos que podrían ayudar a entender este, como tantos otros que se desprenden de las observaciones de Amparo Chantada.

“Las tumbas de infantes son la mejor expresión estética de la muerte y muestran la posición económica de la familia en vida: casi todas son obras de artes, tumbas adornadas de ángeles, cercadas de hierro forjado con lápidas”, dice la autora.

La cuestión sobre el cementerio es que ha sido saqueado, ha sido abandonado, olvidado, y sigue siendo saqueado olvidado. Los ladrones se llevan todo lo que tiene valor. Las tumbas de mármol lo han perdido casi todo. las piezas artísticas han sido destrozadas. Como el cementerio está cerrado las familias ya no acuden a limpiar o cuidar aquellas reliquias. las autoridades tampoco le dedican tiempo ni le dan importancia. Aquello es pasto para la delincuencia, que sin apreciar el valor artístico e histórico de todo cuanto hay en ese espacio, lo destruye.

El libro de Amparo Chantada es un llamado vigoroso “a la reflexión sobre lo que somos y hacia dónde vamos”, para que la ciudad observe el gran patrimonio que existe allí, ante sus ojos, para que lo conozca y trate de protegerlo. Si las autoridades del Ayuntamiento del Distrito Nacional no dedican recursos y personal para proteger ese patrimonio de la ciudad, del país, sencillamente vamos camino a perder una parte valiosísima de nuestra historia. Si no se aunan esfuerzos con los ministerios de Cultura y Turismo, y hasta con el gobierno central, Santo Domingo estaría sepultando uno de sus más valiosos patrimonios históricos, arquitectónicos, sociales, culturales y económicos para interpretar y entender nuestro pasado.