Este 1 de mayo, cuando muchos países celebraron el Día del Trabajo o Día de los Trabajadores y Trabajadoras, se puso en evidencia que el mundo asiste a un momento de toma de conciencia de los pueblos para denunciar las injusticias y abusos, y para reclamar castigo contra los políticos corruptos.

Los despachos de prensa provenientes de las Américas, de Europa, de África de Asia mostraron a poblaciones denunciando a gobiernos que no han sido capaces de enfrentar los problemas y de incumplir sus promesas de campaña.

Trabajadores y trabajadoras estuvieron reclamando a sus gobernantes que no reduzcan sus derechos adquiridos con muchos años de luchas sociales.

En el caso de la República Dominicana, las manifestaciones de este lunes coincidieron con el creciente movimiento Marcha Verde contra la impunidad y la corrupción.

Puerto Rico, nuestro vecino, vive momentos de tensión por los programas de austeridad y recortes presupuestarios que ha puesto en efecto el gobierno para tratar de sacar el país adelante y superar su grave crisis financiera.

El enojo de los pueblos no sólo está dirigido a gobiernos de plutócratas derechistas, como los que hoy existen en Estados Unidos y Argentina. También protestan los pueblos contra gobiernos que se declaran de izquierda e incluso revolucionarios, como el de Venezuela.

La efervescencia social no sólo se produce en países pobres o de escasos niveles de desarrollo. Lo mismo ocurre en las grandes potencias industriales, como Estados Unidos, Francia y Alemania, entre otras.

El enojo de los pueblos no sólo está dirigido a gobiernos de plutócratas derechistas, como los que hoy existen en Estados Unidos y Argentina. También protestan los pueblos contra gobiernos que se declaran de izquierda e incluso revolucionarios, como el de Venezuela o como el de El Salvador.

Lo mismo se protesta contra gobiernos socialcristianos y socialdemócratas, liberales y conservadores.

Y es que la ineficiencia, la mala práctica de gobierno, las políticas económicas que dañan a la gente, la represión, el autoritarismo, la falta de transparencia y la corrupción no son patrimonio exclusivo de una ideología política en particular.

Todos los políticos están tentados a caer en estos vicios y a cometer delitos, de la misma manera que todos los pueblos tienen la virtud de reaccionar y lanzarse a las calles a protestar.

La protesta de los pueblos es un sano ejercicio de la verdadera democracia, la que ejerce la propia gente sin intermediarios ni mesías que se pretenden redentores sociales. Así fue en el legendario año 1968. Y, afortunadamente, todavía hoy conserva la misma fortaleza de lo auténtico y justo.