Hace unos días escuché a Lin-Manuel Miranda decir que “siempre hay fuegos que apagar en el mundo, y no podremos apagarlos todos. Pero podemos hablar de las cosas que no nos dejan tranquilos, así sea una idea o una injusticia.” Muchas de las cosas que no me dejan tranquila son temas que resultan controversiales en la sociedad dominicana. El hecho de haberlos vivido personalmente me empuja a compartirlos, pues a veces, escuchar historias de personas que conocemos nos hace recordar que la vida da muchas vueltas. A veces, estas historias nos invitan a ser más empáticos, más compasivos… más humanos.

Crecí en un hogar donde vi a mi mamá trabajar, en términos que nuestra sociedad bien domina, “como un hombre.” Todavía a mis 31 años de vida no he conocido mujer que trabaje o haya trabajado más que mi mamá, y aquellos que la conocen saben que no exagero ni miento. Crecí en un hogar donde las mujeres y los hombres tienen los mismos derechos y pueden hacer las mismas cosas, donde se respeta al ser humano por ser quien es, y gran parte de la persona que soy hoy viene de esa crianza que me dieron en ese hogar.

Otra gran parte de quien soy la han forjado mis experiencias de vida. Hace unos meses compartí abierta y públicamente en un podcast una de las experiencias que más me ha marcado. Agradezco a estas mujeres valientes permitirse tocar temas sensibles como este en su plataforma. En ese momento expresé que sentía que la sociedad me lo pedía, pero que también no compartir mi historia sería no vivir en mi verdad. Al ver que, meses después, todavía estamos teniendo esta conversación con posibles candidatos y candidatas, veo necesario compartirla nueva vez. Sería incoherente de mi parte no hacerlo y sería injusto para todas aquellas niñas que pronto serán mujeres (o que como país obligamos a hacerse mujeres antes de tiempo). Esas niñas desamparadas por nuestros líderes, por nuestro estado y por nuestro pueblo. Un pueblo muchas veces ignorante, otras veces hipócrita e incoherente. Un pueblo que por defensa de intereses personales no tiene entre sus prioridades ponerle fin al atropello, al maltrato y a la injusticia.

Agradezco haber podido salir de un país que además me condenaba a morir por un bebé que no viviría. Salí de mi país, ese que me daba la espalda (a mí y a todas las mujeres dominicanas) a recibir los mejores tratos médicos y a interrumpir este embarazo en un hospital decente, no en un lugar clandestino.

Hace casi seis años, luego de haber perdido un embarazo deseado, me embaracé de nuevo, y junto con este embarazo volvió, acompañada de mucho miedo, la ilusión de traer una nueva vida al mundo. Luego de muchos chequeos de rutina, se determinó en Estados Unidos (EE. UU.) que mi bebé tenía un síndrome con una gravedad que no era compatible con la vida. Se me informó que la variación genética que traía mi bebé no había sido documentada antes en la historia médica estadounidense. Además, se me informó en uno de los mejores hospitales de EE. UU. que, de no proceder con la decisión de interrumpir este embarazo, mi vida corría peligro, y que al vivir en un país como la República Dominicana (donde hasta el momento no habían sido detectados ni el síndrome ni ninguna de las múltiples anomalías genéticas) los riesgos eran aún mayores.

En versión resumida, tomé, tal y como el estado de Massachusetts me recordó, la difícil pero personal decisión de interrumpir un embarazo sumamente deseado. Las consecuencias físicas y emocionales fueron muchas y aún batallo con ellas, no lo niego. Pero tengo la oportunidad de hacerlo por haber tenido el privilegio de tener acceso a un aborto seguro. De lo contrario, posiblemente no estuviera aquí hoy. Si hay algo que agradezco en esta vida es haberme regalado la oportunidad de poder salir de un país que me condenaba a continuar con un embarazo que no resultaría en un bebé con vida, sino en muy pocos órganos funcionales siempre y cuando el bebé estuviera dentro de mí. Agradezco haber podido salir de un país que además me condenaba a morir por un bebé que no viviría. Salí de mi país, ese que me daba la espalda (a mí y a todas las mujeres dominicanas) a recibir los mejores tratos médicos y a interrumpir este embarazo en un hospital decente, no en un lugar clandestino. Un hospital que entendía lo difícil que era la situación en la que me encontraba. Que, sin necesidad alguna y sin deberme nada, me ofreció apoyo, acompañamiento emocional y psicológico, me sostuvo cuando en mi país no me ofrecían ni un cuidado médico digno en una situación como esta. En cambio, en este hospital, mi vida era sencilla y llanamente una prioridad. ¿Cuántas mujeres pierden la vida en nuestro país por no tener acceso a un aborto seguro? ¿Cuántas mujeres pierden la vida por no ser simplemente eso, una prioridad?

No desearía que ninguno de los candidatos y candidatas que en enero firmaron el acuerdo contra el aborto con tal gallardía y entusiasmo, que dicen llamarse “provida” y “defensores de la familia,” y que días antes de las elecciones continúan expresando su posición en contra de las tres causales, tuviesen que pasar por una experiencia similar a la mía. Le pido a la vida que no haya entre ellos una que tenga que decidir entre cárcel o muerte. Que no tengan una hija, una hermana, una sobrina o una esposa que se vea en la necesidad de abortar. Tampoco quiero que nos prometan que, en caso de que les pase, las dejarán morir si su deseo es luchar por sus vidas. Al contrario, les pido que sean incoherentes, que se traguen sus palabras, sus promesas, sus entrevistas y su orgullo, y salgan del país que pretenden liderar a abortar fuera de este país como lo hice yo. Tienen los medios para hacerlo. Que busquen opciones, diferentes opiniones médicas, y que se vayan a un país donde la vida y la dignidad de la mujer se respeten, cualquiera que no sea la República Dominicana. Nuestra historia política pone en evidencia que las vidas de nuestras niñas y mujeres no nos importan, mucho menos su dignidad. A veces, aún nos importen, decimos lo contrario. Porque traicionar quienes somos es mejor salida que perder unas elecciones. Comprometemos nuestra integridad y lo tildamos de “estrategia.”

Nuestra historia política pone en evidencia que las vidas de nuestras niñas y mujeres no nos importan, mucho menos su dignidad. A veces, aún nos importen, decimos lo contrario.

A las que no tienen acceso a la salud, porque no tienen las oportunidades ni el lugar de privilegio que ocupan ellos (y que ocupo yo), porque la vida no les ha premiado con una educación de calidad ni con poder adquisitivo, lo siento. Lo siento tanto que entiendo y hago mío su dolor. Por ustedes escribo, por ustedes me hago escuchar… porque me vi ahí, porque somos una, porque soy ustedes, porque cierro los ojos y no veo diferencias entre ustedes y yo. Pero las hay. Hay diferencias. Hay barreras. Hay un congreso que decide no ponerle fin al matrimonio infantil, que decide ignorar nuestros derechos, que no garantiza ni educación, ni salud, ni dignidad. Que no garantiza la vida para nosotras. Hay aspirantes al congreso que pretenden continuar con esta tendencia.

Votantes: votemos libre y conscientemente. Es tiempo de abrir los ojos. Revisemos propuestas. Hagamos preguntas. Eduquémonos, debatamos, escojamos bien. Mujeres: defendámonos y protejámonos unas a otras. Si no contamos unas con otras, ¿con quién contamos? Estas elecciones son decisivas para nuestro futuro. Nuestras vidas dependen de nuestro buen juicio. Nuestras niñas cuentan con nosotras.

Candidatos y candidatas: Si entendemos que todas las personas nacemos libres e iguales ante la ley, y tenemos los mismos derechos, entonces no procede poner condiciones a estos derechos. Si entendemos que todas las personas merecen ser felices, no procede condicionar las libertades de nuestras minorías. Si nuestro propósito es unir, y no discriminar, debemos empezar por garantizar la igualdad en dignidad y derechos. No se une limitando los derechos de otros seres humanos. No se une discriminando. No se une diciéndole a dos personas adultas que su relación no tiene validez. No se une imponiendo una religión por encima de otras. No se une dándole la espalda a la mujer. Así se coartan derechos. Así se limita la existencia de seres humanos. Así, como tantas otras que no son tan privilegiadas, hubiese muerto yo.