Que un funcionario electo con el mandato de su pueblo para legislar por el bien común, sin favoritismos ni privilegios, use el poder para convertirse en un privilegiado, es una práctica completamente ajena a la democracia.

Que un senador, un diputado, un alcalde, un regidor utilicen para su beneficio personal o grupal el mandato que les ha entregado el pueblo con el voto, es una práctica completamente ajena a la democracia.

Que un ministro, un director general, un jefe militar o policial, o cualquier otro funcionario nombrado por el Poder Ejecutivo, gracias al mandato que dio al Presidente de la República el pueblo con el voto, trafiquen influencia y hagan de sus responsabilidades públicas una fuente de enriquecimiento y privilegio, es una práctica completamente ajena a la democracia.

Ojalá podamos asistir un día a una competencia electoral que no esté marcada por el reparto de dádivas ni por la promesa de un nombramiento

De igual manera, repartir dádivas, sostener el liderazgo político sobre la base de acciones populistas que no contribuyen a impulsar el desarrollo de las personas para hacerlas independientes y forjadoras de su propio bienestar, tampoco tiene nada que ver con la democracia.

Con vicios tan nocivos para la administración pública y para el ejercicio de la política se promueve el descrédito de la democracia y se corroe la fe que la ciudadanía debe de tener en este sistema de gobierno, que se supone debe brindar la oportunidad a todos y cada uno de los ciudadanos, sin privilegios ni trampas para favorecer a unos y excluir a otros.

Ojalá podamos asistir un día a una competencia electoral que no esté marcada por el reparto de dádivas ni por la promesa de un nombramiento; tampoco por el clientelismo que apela a un pobre beneficio inmediato a cambio del voto; mucho menos por el rentismo, que tan costoso suele resultar para los gobiernos y la ciudadanía.